El 8 de mayo de 1794, el químico Lavoisier fue guillotinado. El juez que dictó sentencia fue implacable a fuer de injusto: "La República no necesita ni sabios ni químicos". Lavoisier había trabajado de recaudador de impuestos, tarea antipática que generaba odios y envidias. El matemático Lagrange dijo:
Ha bastado un instante para cortarle la cabeza, pero Francia necesitará un siglo para que aparezca otra que se le pueda comparar.
A Mourinho le han cortado también la cabeza un mes de mayo. Que si abril es cruel, mayo es lo siguiente. También por antipático, amén de generar odios y envidias. Y también pasará un siglo antes de que pueda dirigir el Madrid otro que se le parezca en ideas claras, ánimo competitivo, defensa de la institución, liderazgo social y capacidad de generar un proyecto que no sea rehén de los intereses creados de los poderes fácticos, deportivos y extradeportivos, que se agitan alrededor del equipo y el club.
Florentino Pérez lo ha dejado claro, con su verbo pausado, aburrido, funcionarial, parafraseando al juez de Terror: "El Real Madrid no necesita ni sabios ni líderes". Pero la historia se repite siempre dos veces, primero como tragedia y después como farsa (Karl Marx dixit). Y esto es lo que el Real Madrid es ahora: una farsa; un club sometido a los dictados de la prensa canallesca (Federico Jiménez Losantos), que se ha permitido el lujo de someter a Mourinho a una sucedáneo de los juicios de Nuremberg (David Gistau) y a la que sólo le han parado los pies cuando Mourinho ya estaba sentenciado a muerte futbolística, después de haber sido sometido a un escrache personal e incluso familiar (multa a un periodista de Prisa por llamarle "nazi portugués").
Por mucho que les pese a los enanos, Mourinho es un gigante del fútbol que pasará a la historia del mismo. Y parte de esa historia quedará entre gran parte del madridismo –underground e ilustrado, que transita libre e intempestivo en los márgenes digitales de internet, festivo y burlón con(tra) los mandarines de una prensa deportiva rancia y obsoleta– como un recuerdo imborrable que les hizo volver a sentir lo que el Madrid una vez fue –de la mano de hierro en guante de seda de Santiago Bernabéu y los pies ligeros y el ánimo colérico de Alfredo Di Stéfano–, así como una esperanza de lo que algún día podría volver a ser: épico, heroico, batallador y altivo.
Mientras esperábamos a Florentino Pérez, como si fuese el Godot de Beckett, en su rueda de prensa tan absurda como estupefaciente –anunció que de nuevo se presentará a la reelección con el mismo tono que si anunciase que ACS iba a repartir dividendos entre sus accionistas–, sonaba en el canal del Real Madrid "My way", el himno de Frank Sinatra a los tipos que cabalgan por la vida sin importarles los ladridos de los perros, con la frente bien alta: cuando están temblando por las convulsiones de las lágrimas, levantan la cabeza y vemos que en realidad se están riendo. Así me imagino que debe de estar José Mourinho, muerto, sí, pero de la risa. Y los madridistas que hemos vivido con intensidad incluso las derrotas, porque sabemos con Kipling que tanto la victoria como la derrota son un par de impostores, no podemos sino agradecerle todo el trabajo realizado, y dedicarle un par de poemas, de la lengua española de la que se va:
Tardará mucho tiempo en nacer, si es que nace,
un portugués tan claro, tan rico de aventura
y de la inglesa, a la que vuelve:
Tyger, Tyger, burning bright
In the forests of the night,
What immortal hand or eye
Could frame thy fearful symmetry?