El mundillo artístico español, sobre todo el cinematográfico, vive instalado confortablemente en la cultura de la queja y la victimización, trampa y chantaje para obtener del Estado lo que no es capaz de sacarle al Mercado. Cada año se perpetra, con ocasión de los Premios Goya, la misma ceremonia de las plañideras autocomplacientes, en la que brillan por su ausencia, salvo fogonazos, tanto el duende poético como la técnica artesanal, los dos cimientos de un arte verdadero.
Tras el desalojo a marchas forzadas de Álex de la Iglesia de la cúspide de la Academia, por señalar que internet no es el Gran Satán de la industria cultural sino su (desaprovechado) presente, el actual presidente, González Macho, decía en una emisora de radio que la crisis del cine español provenía de un sector "irredento" del público. Y que la solución a dicha crisis vendría dada cuando el cine se convirtiese en un "tema de Estado". Como ven, autocrítica por un tubo. Por cierto, mucho pedir que la gente esté con el cine español por el hecho de ser nuestro pero la mayor parte de las actrices mostraron un total desprecio hacia los modistas españoles y se vistieron fundamentalmente de firmas extranjeras. Un nuevo sector del público al que cabrean, y van...
Por tanto, contra gran parte de sus clientes, a los que ideológicamente pretenden adoctrinar, y haciéndole la coba al ministro Wert, al tiempo que le regaña con medida agresividad, González Macho se manifiesta en el escenario del Centro de Congresos Príncipe Felipe de Madrid a través de su alter ego Eva Hache, una mediocre humorista que se burla del exilio fiscal de Depardieu mientras calla vilmente acerca de Javier Bardem –comunista en Madrid, capitalista en Miami–, al que tiene enfrente, tan encantado de conocerse como siempre y al que de nuevo premian con un Goya, esta vez por un documental tan bienintencionado como cinematográficamente romo y políticamente ineficaz. Imaginen lo que habría dicho Ricky Gervais sobre nuestra izquierda garbancero-caviar... Pero, claro, es mucho más cómodo ridiculizar a la clase política que ponerse a atizar a los propios compañeros de profesión. Santiago Segura lo hizo el año pasado y todavía le están pasando factura.
Porque no nos engañemos. La rebaja en el tono reivindicativo de la gala de los Premios Goya 2013 no obedece a una autocrítica de la mayor parte de los académicos sobre la miseria moral y el ridículo artístico a los que se han abonado estos años, al tratar de imponer un cordón sanitario a la mitad, al menos, del público español, que no comulga con sus delirios de grandeza ideológicos, sino a una estrategia de contención en tiempo de crisis para tratar de no empeorar las cosas mientras se dedican a hacer lobby palaciego-ministerial.
Los mejores momentos de la Gala lo fueron paradójicamente por abyectos. Maribel Verdú es una estupenda actriz de esas que están mejor calladas, como en su papel silente en Blancanieves, porque cuando agradeció su Goya se lo dedicó a todos aquellos que "han perdido su futuro e incluso sus vidas debido a un sistema quebrado, injusto, obsoleto, que permite robar a los pobres para dárselo a los ricos". Y eso tuvo la caradura de decirlo embutida en un traje de Dior y unas joyas dignas de Tiffany's, que forman parte, la más "injusta y obsoleta", de todo ese sistema. ¿He mencionado a nuestra izquierda garbancero-caviar? La Verdú es más caviar, mientras que Candela Peña es más garbancera. Con ese desparpajo que no le ha abandonado desde Princesas, la actriz pidió más trabajo para poder alimentar a su hijo y denunció que su padre había muerto en un hospital público sin mantas ni agua. Se entendía por el contexto que había muerto, como quien dice, ayer, y que la culpa sería de los recortes del Gobierno del PP. Desde el director del hospital hasta el sindicato de trabajadores del mismo, todos ahí dicen que lo que dijo la actriz es sencillamente mentira. Pero estamos con personas habitualmente inmersas en el mundo de la ficción y el agit-prop, así que pensará la actriz que se non è vero, ben trovato...
En cuanto a lo estrictamente cinematográfico, se llevaron la mayor parte de los premios Blancanieves, Las aventuras de Tadeo Jones y Lo imposible, con pedreas para Grupo 7. Películas todas ellas de una gran corrección, más del lado de la industria que del arte cinematográfico, lo que es algo reseñable positivamente. Como dijo Bayona, el director premiado por la superproducción Lo imposible, se trata de hacer películas caras o baratas pero siempre de una calidad estándar y pensando en el espectador medio (vulgo comerciales), que es el que con su plusvalía permite que luego se rueden otras sesgadas hacia el arte y ensayo, del tipo de la estupenda comedia de Cesc Gay Una pistola en cada mano o las gamberras Diamond Flash, El mundo es nuestro o Carmina o revienta, que marcan lo que es el carácter distintivo del cine español desde Buñuel a Berlanga, pasando por Gonzalo García Pelayo (el gran redescubrimiento underground del 2012), Iván Zulueta o el mejor Vicente Aranda (Fanny Pelopaja): el feísmo sentimental y católico (parafraseando al marqués de Bradomín).