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Santiago Navajas

Barcelona contra Catalunya

A más Barcelona, menos Catalunya. Pero más Cataluña y más España.

A más Barcelona, menos Catalunya. Pero más Cataluña y más España.
Pixabay

El maridaje entre xenofobia y populismo está amenazando con destruir España pero también la UE. Por el lado europeo son el Brexit y los Gobiernos ultraconservadores de Polonia y Austria los que ponen en cuestión la apuesta por la unidad política y el mercado único. Por lo que toca a España, son los nacionalismos y la extrema izquierda los que, a través del terrorismo y el golpismo, han puesto contra las cuerdas en repetidas ocasiones a la democracia constitucional. Hasta ahora, y gracias a líderes fuertes como Suárez, González y Aznar, habíamos conseguido superar las dificultades. Pero la emergencia de políticos débiles, intelectual y moralmente, como Zapatero y Rajoy, émulos contemporáneos de Alcalá Zamora y Azaña, están llevando al Estado español a la rendición de facto frente a los sediciosos.

Cabe reaccionar de manera que, al menos, se salven los muebles, ya que la casa común, tanto la europea como la española, está en peligro de desaparecer. El alcalde de Londres ha recordado a la primera ministra Theresa May que la capital del Reino Unido votó a favor de permanecer en la UE. Y le pide, en consecuencia, que negocie un estatuto especial para la ciudad, de manera que siga teniendo una relación especial con la UE. En el caso barcelonés, una plataforma de empresarios y ciudadanos (Barcelona Via Fora) está promoviendo una solución ingeniosa al callejón sin salida independentista: pedir la conversión de la ciudad en una comunidad autónoma, independizándose del resto de Cataluña, lo que permite la Constitución.

Barcelona y las comarcas mediterráneas que la flanquean son votantes de partidos constitucionalistas, sobre todo de Ciudadanos, y están sosteniendo económicamente al resto de Cataluña, nacionalista. Por tanto, cabe sostener, siguiendo el dicho catalanista, que Cataluña está robando a Barcelona, lo que sería motivo y justificación, según la lógica empleada por el tándem Puigdemont-Junqueras, para que la Ciudad Condal se independice de la Cataluña nacionalista, subvencionada y dependiente. Además, debido al sistema electoral catalán, cada voto de las comarcas nacionalistas pesa más en el cómputo final que el voto de las zonas constitucionalistas, por lo que Barcelona y las comarcas más dinámicas e innovadoras van a estar siempre sometidas a los territorios más atrasados, donde el catalán es el idioma predominante.

El alcalde Londres ha declarado:

Creo que Londres es diferente al resto del país. ¿Por qué? Porque somos la única región que votó permanecer en la UE. ¿Por qué? Porque no sólo necesitamos la inmigración, sino que queremos a los inmigrantes.

Podríamos decir algo muy parecido de Barcelona respecto al resto de Cataluña, en contraposición a los catalanistas y su odio a los españoles. Romper Cataluña en diversas comunidades autónomas acabaría con diversos dogmas nacionalistas. Del historicista, que se basa en pretendidas injusticias cometidas hace cientos de años, al lingüístico, dado que en Barcelona el idioma más usado es el español, pasando por el étnico, ya que la nueva comunidad se basaría no en una afinidad genética (por usar una querencia de alguien como Junqueras) sino en las afinidades electivas de los ciudadanos. Frente a la España de las comunidades, que están rompiendo la unidad nacional debido a la lógica centrífuga del Estado de las Autonomías, ha llegado la hora de las polis, de ciudades y comarcas con una vocación de servicio a los ciudadanos y de colaboración con otras ciudades dentro de un marco de colaboración supraurbano. A más Barcelona, menos Catalunya. Pero más Cataluña y más España.

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