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Santiago Abascal

Puigdemont, el cruasán y el zumo de naranja

Nadie, absolutamente nadie, plantó cara al traidor. Sólo Rocío Monasterio.

Nadie, absolutamente nadie, plantó cara al traidor. Sólo Rocío Monasterio.
Imagen TV

Fue el pasado viernes en el foro Nueva Economía, en el hotel Palace en Madrid. Ante lo más granado de la sociedad madrileña, el presidente de la Generalidad de Cataluña, Carles Puigdemont, pronunció las siguientes palabras.

En un plazo razonable, (…) estaremos en condiciones de convocar nuevas elecciones constituyentes que definirán un Parlament legitimado para elaborar una Constitución catalana, convocar un referéndum y luego formalizar la declaración de la independencia.

A terminar su discurso, Rocío Monasterio, secretaria de asuntos sociales de Vox y número dos de la lista por Madrid, se levantó y pronunció las siguientes palabras: "Sin ley no hay democracia". Y se marchó, no sin antes dejar, en forma de simbólica protesta, unas esposas y un Código Penal sobre la mesa del conferenciante.

Inmediatamente los medios sacaron la noticia. Hubo alguno que publicó el siguiente titular: "Vox revienta la conferencia de Puigdemont". Nada más lejos de la realidad. Rocío no reventó ninguna conferencia, ya que esperó a que el ponente terminarse. Y salió por su propia voluntad de un acto que continuó su desarrollo.

Lo que no deja de asombrarme es que la noticia fuese el comportamiento de una ciudadana que reclama el cumplimiento de la ley. Lo que realmente debería haber saltado a los tabloides es que el presidente de una comunidad autónoma en rebeldía dijese que va a perpetrar un golpe de Estado y convocar elecciones constituyentes en 18 meses

Lo que debería ser noticia es que en la mesa presidencial estaba José María Folgado, presidente de Red Eléctrica, que fue secretario de Estado en el Gobierno de José María Aznar. Y que no dijese ni esta boca es mía. Malditas puertas giratorias, por cierto.

Lo que debería haber salido en los periódicos es que sentado entre los invitados estaba Ángel Gabilondo, portavoz del PSOE en la Comunidad de Madrid, que fue miembro del Gobierno de la Nación. Y tampoco abrió la boca ante el anuncio de golpe de Estado.

Por no hablar de todo un padre de la Constitución, Miguel Herrero de Miñón, que escuchó impávido cómo los separatistas están dispuestos a romper el orden constitucional.

Y había muchas más personas importantes: empresarios, altos funcionarios, intelectuales. Nadie, absolutamente nadie, plantó cara al traidor.

¿Qué nos ha pasado? ¿Dónde está nuestra dignidad? ¿Dónde nuestra autoestima nacional? ¿Cómo puede ser que se consienta tanta chulería y desprecio a la ley?

Los separatistas llevan años trabajando para romper la unidad nacional. Desde hace unos pocos se han quitado la careta. Envalentonados ante la inacción de nuestros gobernantes, cada vez dan pasos más claros hacia la independencia. Con total impunidad.

Pero no son los únicos responsables. La labor de destrucción de España que están realizando estos miserables no sería posible sin la inacción de un establishment político que, cómodo y satisfecho con sus prebendas, no hace nada por evitarlo.

Aunque nuestros políticos no quieran verlo, nos jugamos mucho en Cataluña. Si Puigdemont continúa con su hoja de ruta y el Gobierno de la Nación no hace nada, tendremos un conflicto de dimensiones descomunales. La sociedad catalana está muy dividida y, como estamos viendo con lo que está pasando en el barrio de Gracia, el problema no es sólo el separatismo, también la existencia de grupos antisistema que aprovecharán la situación para realizar su particular revolución.

Y no sólo será Cataluña. Sin duda se producirá un efecto contagio en otras muchas regiones. Y esta situación de inestabilidad tendrá consecuencias para España, que perderá su crédito internacional. Y tendremos serios problemas para conseguir refinanciar una deuda que supera el 100% del PIB.

Será entonces cuando veremos la importancia de gestos valientes como el de Rocío. Y será entonces cuando se verán con claridad la cobardía y la miseria moral de los que continuaron mojando su cruasán en el café y se bebieron el zumo de naranja mientras Puigdemont se recreaba contando cómo tiene previsto romper la unidad de nuestra Patria. ¡Es España, estúpidos!

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