Hace 17 años fuimos testigos de aquel peregrinar de Su Santidad Juan Pablo II a Cuba. Recuerdo las homilías vibrantes que conminaban a los jóvenes cubanos, a todos los cubanos, a ser protagonistas de su propia historia, cuando nosotros ya lo éramos.
Recuerdo la madrugada en que velamos para reunirnos en la Plaza Cívica José Martí, y también a nuestros represores, que igual hicieron desde la noche anterior a la puerta de mi casa, pero con el objetivo de seguirnos a donde nos moviéramos.
Recuerdo a Ernesto Martini pasando a recogerme a las 6 de la mañana para irnos a la plaza a escuchar a nuestro querido Juan Pablo II.
Río para mí pensando en las idas y venidas que dimos los dos por toda la plaza para alejar de nuestras familias a nuestros perseguidores, y cómo les despistamos solo para luego ¡ir a dar al centro de todo el seguimiento de la policía secreta, que tenía rodeados a Ramón Antúnez y a otros miembros del MCL!
Pero ya nada podría ahogar el grito de libertad que toda la plaza coreó frente al tirano hipócrita, que había decidido asistir al sermón, ¡el sermón de las bienaventuranzas de la libertad, el amor y el honor que escuchamos de nuestro Pastor universal!
¡Cuánto debió de punzar los oídos del nuevo Herodes aquel mensaje libre!
En la segunda visita papal ya andábamos nosotros por el mundo como diáspora a la que se le ha privado de pisar tierra de promisión; Oswaldo y Harold estaban allí, entre la multitud, lejos de las sillas preferenciales de los invitados, preteridos pese a su compromiso de laicos que han hecho la opción por su pueblo.
Estos días de septiembre ha ido el papa Francisco, y la piedra que desecharon los jerarcas, los mártires Oswaldo y Harold, ya no han podido ser marginados. Se entregaron por Cristo, por proclamar el espíritu liberador del Evangelio. Ellos, que eran los últimos, ahora son los primeros, estuvieron en cada homilía, en cada plaza, entre la multitud, frente a los jerarcas . Desde el púlpito nos decían: "¡No tengan miedo, la verdad les hará libres!". Porque ser cristianos, "aunque lo olviden incluso quienes lo predican, entraña luchar por la dignidad de sus hermanos". Y ellos, como muchos cubanos, más que eso, entregaron sus generosas vidas por todos sus hermanos.