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Raúl Vilas

De perros verdes

Están muy mal acostumbrados nuestros revolucionarios patrios, más éstos que con el prurito ecologista pueden abordar barcos o cometer sabotajes sin que pase nada. Verde no es sinónimo de impunidad, o no debería.

Hablar de maltrato carcelario me evoca irremediablemente el calvario que sufrió Billy Hayes, protagonista de El Expreso de Media Noche, la sobrecogedora y extraordinaria película de Alan Parker. Tal es la fuerza del filme que se instala en la mente de por vida, como si todos los presos de todas las cárceles fuesen el bueno de Billy.

Pero ni la Dinamarca de 2010 es la Turquía de finales de los 70, ni Juan López de Uralde, director de Greenpeace España, es Hayes. Su detención y encarcelamiento por las algaradas durante la cumbre del Apocalipsis climático ha desconsolado a su entorno. Hasta ahí normal. No lo es tanto algunas de las cosas que se leen en El País en boca de sus allegados. Desconozco el Código Penal danés, aunque sospecho que no meten en prisión alegremente a cualquiera, mucho menos por motivos políticos. Ahora bien, no es España. Si violas la ley, lo pagas. Están muy mal acostumbrados nuestros revolucionarios patrios, más éstos que con el prurito ecologista pueden abordar barcos o cometer sabotajes sin que pase nada. Verde no es sinónimo de impunidad, o no debería.

Uralde ha pasado tres semanas a la sombra. Mientras escribo, Greenpeace ha confirmado su liberación. Me alegro. Cuenta el redactor de El País, muy afectado, que su esposa y hermano lo han encontrado "con el pelo largo y más delgado. Pero, sobre todo, muy enfadado por el trato desproporcionado que está recibiendo". Las deficiencias del servicio de catering y peluquería quedan claras. Este señor está en prisión, no es un turista despistado en un hotelito de esos que llaman "encanto" a las molestias propias de las pensiones de toda la vida. La cárcel es incómoda, pero uno creía que eso iba en el sueldo de un revolucionario que se precie, un antisistema fetén. Error.

¿En qué consiste la desproporción? Veamos el relato de El País: "López de Uralde está encerrado solo en una celda no muy grande, pero al menos con una ventana. Los otros tres activistas, a los que ve en el patio de diez a once de la mañana, deben conformarse con un pequeño ventanuco al que apenas llegan". Los lofts con vistas deben de ser muy codiciados en los trullos daneses. Más agravios: sus familiares no le pudieron entregar una tableta de turrón de chocolate, le registran exhaustivamente...

La respuesta nos la da él mismo. Está "sorprendido por las condiciones tan humillantes por las que están haciendo pasar a los cuatro activistas detenidos". A ellos, no al resto. Eso es lo peor, leo, ¡les han mezclado con otros presos, los comunes, como si no hubiese clases! Y éstos son los que presumen de "conciencia social". Uralde lo resumió así: "nos tratan como a perros", expresión más que sorprendente para el jefe de una organización animalista. Al menos podía decir nos tratan como a toros de lidia, ¿no?

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