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Rafael L. Bardají

Hierro envuelto en seda

Las feministas españolas nunca lo reconocerán, pero Margaret Thatcher hizo mucho más por la igualdad de la mujer que todas ellas juntas.

Las feministas españolas nunca lo reconocerán, pero Margaret Thatcher hizo mucho más por la igualdad de la mujer que todas ellas juntas. Miembro del Parlamento británico a los 34 años en una fecha, 1959, donde el Partido Conservador se nutría de hombres de edad avanzada, fue presidenta de los tories desde 1975, año en que derrotó por méritos propios a Edward Heath, y se convirtió en primer ministro en 1979, tras ganar las elecciones al Partido Laborista de James Callaghan.

Thatcher se caracterizó por algo que aplicó a todas las esferas de su vida: la firmeza en las convicciones. Cuando llegó al poder, el Reino Unido estaba sumido en una profunda crisis económica, que ella entendía también fruto de una crisis de valores (rendimiento, logro, esfuerzo, trabajo, sacrificio, individualidad), y se aplicó con vehemencia a luchar contra la mera posibilidad de la decadencia de Gran Bretaña. Luchó contra los sindicatos mineros, a quienes consideraba una lacra del pasado, dinosaurios a extinguir; luchó contra la junta militar argentina del general Galtieri en defensa de la integridad del Reino, aunque la batalla se librara a 12.734 kilómetros de Londres, en las Falklands o Islas Malvinas; y se plantó ante una Unión Soviética amenazadora.

Thatcher nunca fue una aventurera, y su firmeza política dentro y fuera de las Islas obtuvo logros impensables. Su victoria sobre los militares argentinos arrancó el cambio político de la dictadura a la democracia en la república austral, y su alianza con Ronald Reagan favoreció el colapso interno y externo de la URSS. Para desgracia del mundo, los barones de su propio partido, tan acostumbrados al cinismo político, forzaron su retirada del poder en 1991, poco antes de que comenzaran las hostilidades con el Irak de Sadam, que se había tragado por las buenas a su vecina Kuwait meses antes. Estoy convencido de que si, en lugar de John Major, hubiera estado ella en el número 10 de Downing Street en esos momentos, las tropas de la coalición habrían llegado a Bagdad y habrían depuesto a Husein, lo que nos hubiera evitado todos los males que hemos vivido desde entonces.

Thatcher nos ha dejado perlas ideológicas impagables, como esta: "No existe esa cosa que llamamos sociedad. Hay individuos, hombres y mujeres, y hay familias", reflejo de su aversión a lo público y sus desmesuras, así como a los movimientos totalitarios que, en pro de la sociedad, laminan a sus integrantes. O esta: "El consenso es la política del débil". Aunque quizá la más apropiada para esta hora sea:

Yo no entiendo la política como el arte de lo posible, sino como el arte de hacer posible lo deseable.

Su muerte es una gran pérdida para la humanidad. Yo tuve la suerte y el honor de sentarme, por puro azar, a su lado en un vuelo Washington DC-Londres, no hace tanto. Se alegró de tener a un español y conservador en el asiento contiguo. Me dio cariñosos recuerdo "para su jefe, joven", el presidente Aznar. Y luego se quedó plácidamente dormida. Su recuerdo y sus ideas nunca se dormirán.

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