No sé cuánto tardarán nuestros responsables políticos en volver a recordarnos que el islam es una religión de paz y que los yihadistas del Estado Islámico, Al Qaeda, Hezbolá, Hamás, la Yihad Islámica, Boko Haram y tantos otros grupos terroristas no representan su verdadero espíritu. Los seguidores del Estado Islámico han sido mucho más rápidos que ellos: "Cruzados, vamos a por vosotros con rifles y bombas. Esperadnos", rezaba anoche un tuit en árabe de un conocido propagandista del EI. Un popular hashtag con el que los islamistas celebraban anoche los ataques en París rezaba #Parisenllamas.
Hoy, la mayoría de los periódicos, incluso los españoles, editorializan: "Estamos en guerra". En realidad, se trata de una guerra inacabada que empezó hace muchos años. Hay quien sitúa el inicio en 1979, con el ascenso al poder del islamista Jomeini en Irán, o con la toma de La Meca por yihadistas precursores de Al Qaeda. Hay quien lo fija en los ataques del 11-S, ordenados por Ben Laden. Sea como fuere, hace 14 años las televisiones norteamericanas decían lo mismo que los periódicos europeos hoy: "Estamos en guerra". Pero ¿de verdad lo estamos? El presidente Obama ha declarado decenas de veces que ya no, que eso es cosa del pasado. Y millones de personas creen que lo de estar en guerra fue cosa de Bush, Blair y Aznar. Yo diría que nunca nos hemos creído de verdad que estamos en guerra. Nunca hemos creído que el terrorismo, por apocalíptico que pudiera ser, sea distinto a otra actividad criminal y esté relacionado con nuestra defensa; nunca hemos creído que los yihadistas en Siria e Irak representasen una amenaza grave contra nosotros; nunca hemos creído que el Estado Islámico fuese precisamente eso, un Estado islámico.
De hecho, las pobres víctimas de anoche dan fe de que en Europa no se vive el día a día con el ánimo de estar en guerra. Unos disfrutaban de una sin duda merecida cena fuera de casa; oros se deleitaban con un concierto de rock duro; otros querían seguir a sus respectivas selecciones nacionales. Hacían una vida normal. El problema es que otros, mientras tanto, interpretan la normalidad como otra cosa, como traernos la destrucción y el horror.
Habrá quien explique estos ataques como la reacción yihadista a la escalada militar contra el Estado Islámico en Siria. Hollande había autorizado ataques selectivos contra nacionales franceses enrolados en las filas del Estado Islámico, y en unos pocos días pensaba enviar su único portaviones para incrementar sus bombardeos. Y es posible que esta acción se deba en buena medida a eso. Pero sería un grave error creer que sólo y exclusivamente se debe a eso. Cuadra y se enmarca perfectamente en los valores y la ideología del Estado Islámico o de cualquier otro grupo yihadista, pues ven en Europa una sociedad decadente, pervertida, débil y blanda a la que doblegar por la fuerza y el miedo.
En realidad, los ataques yihadistas en Europa –y no sólo los de anoche en París– ponen de relieve que el error no estriba en atacarles allí donde los terroristas se hacen fuertes, sino en no hacerlo a tiempo. Siria es el mejor ejemplo del precio de la inacción. Al Qaeda siempre prefirió golpear en Occidente, el "enemigo lejano", porque echarnos del Oriente Medio era percibido como la condición esencial para poder alcanzar sus objetivos en la región. El Estado Islámico tomó desde sus orígenes un rumbo distinto: erigir el califato de inmediato y concentrarse en la pureza religiosa frente a sus enemigos en el seno del islam. El enemigo exterior podía esperar hasta que estuviera consolidado su poder. La voladura del avión ruso en Sharm el Sheik viene a cambiar este planteamiento y el Estado Islámico pasa a defenderse frente a quienes le atacan directamente en su suelo. París es sólo otro paso en esa dirección. Y habrá más.
En el caso de España, donde el Gobierno decidió apresuradamente contribuir a la coalición internacional con una misión militar de entrenamiento en territorio iraquí, tampoco estamos a salvo. No por no entrar en combate vamos a ser considerados menos enemigos. Es más, España, como bien sabemos, ha aparecido como parte del Estado Islámico en todos sus mapas. Recordemos que, para el islam, una vez se ha sido tierra del Islam, se es para siempre. Y España no es a sus ojos sino la perdida Al Ándalus.
Si el Gobierno decidió por miedo –teniendo vivo el recuerdo del 11-M y el mito del supuesto castigo por Irak– no bombardear al Estado Islámico, más vale que empiece a planteárselo ahora. No por no hacerlo estamos a salvo, al contrario. Mientras sean capaces de seguir amenazándonos porque se consideran un caballo ganador, disfrutarán de un territorio y de su población, y seguiremos en su punto de mira. La inteligencia, por buena que sea, se ha mostrado incapaz de prevenir todos los atentados. Lo de anoche es otro ejemplo de ello.
Es una pena que el día en que estábamos celebrando la eliminación del carnicero John el Yihadista en Raqa tengamos que enterrar a nuestros muertos. Así es la guerra. Pero no acabamos de creérnoslo.