No quiero detenerme en esas celebrities que tienen a sus hijos en hospitales privados judíos porque saben que son los mejores pero luego se declaran comunistas y denuncian a Israel por un supuesto genocidio cada vez que hay una guerra en Oriente Medio. Los conocemos bien y sabemos de su ignorancia, bañada en narcisismo e irracionalidad. Es de esperar que el ministro de Exteriores, en su comparecencia de mañana jueves, ponga los puntos sobre las íes.
Por ejemplo, el tema de la guerra y el sufrimiento humano. Sólo unos necios o los miembros de una generación pixelizada a base de juegos de consolas pueden esperar que un conflicto bélico sea algo tan inmaculado como una procesión de Semana Santa. La guerra no es la política por otros medios (aunque en España la política se conduzca como una guerra), es el choque de voluntades y el deseo de imponerse unas sobre otras mediante el uso de la fuerza. La guerra es destrucción y muerte porque esos son sus instrumentos para quebrar la voluntad del adversario, obtener la victoria y, con ella, de nuevo la paz. Ciertamente, desde la Segunda Guerra Mundial casi nunca se ha luchado para vencer de manera decisiva, y muchas guerras han acabado de manera insatisfactoria, tras haber dejado todo un reguero de muerte y horror.
La diferencia entre los ejércitos europeos y los del Oriente Medio es que los nuestros, cuando lo han hecho, han ido a guerras opcionales, en las que estar o no estar en poco o nada afectaba a nuestra seguridad nacional, como mucho al estatus internacional y a la credibilidad diplomática de nuestros países. Sin embargo, en Oriente Medio, las guerras, cuando se han desencadenado, afectaban a aspectos existenciales de los contendientes.
Lo mismo que ocurre de nuevo en Gaza. Hamás no lanza su lluvia de cohetes y morteros sobre Israel en represalia por la muerte atroz a manos de unos criminales del joven palestino Mohamed Abu Khdeir. Comenzó a disparar días antes, cuando en la desesperada búsqueda de los tres israelíes secuestrados (y asesinados) por varios de sus militantes las Fuerzas de Defensa de Israel comenzaron a arrestar a dirigentes de la organización terrorista en Cisjordania.
De hecho, Hamás emprende esta nueva aventura militar porque necesitaba vitalmente elevar su aceptación entre los palestinos de Gaza, ampliamente descontentos de su dictadura e incompetencia, forzar a la Autoridad Palestina en Cisjordania a aceptar algunas de sus demandas (tan desprovistas de glamur revolucionario como el abono de la paga de sus 40.000 funcionarios) y recabar apoyos internacionales y financieros. Aunque en esta ocasión los líderes de Hamás sólo han encontrado cómplices en Qatar y en Erdogan. Levantándose una vez más contra Israel, los dirigentes de Hamás pretendían reforzar su liderazgo político y su poder.
Es importante dejar claro otro punto esencial en este conflicto: Hamás no es una inocente ONG; es una organización terrorista que está incluida como tal en los listados tanto del Departamento de Estado norteamericano como de la Unión Europea. La Yihad Islámica, otro grupo más extremo si cabe, es directamente una marioneta de Irán. Ambos tienen por objetivos declarados la destrucción del Estado de Israel y la muerte de todos los judíos. Es decir, profesan abiertamente ideologías genocidas y, si se les dejase, sus políticas y acciones estarían en concordancia con sus ideales. Y sin embargo muchos, entre ellos el clan del lujo de Pe y los Bardem, denuncian que el genocida es Israel, en una manipulación de la historia y de la realidad rayana en lo patológico.
Israel no ha empezado esta guerra, señores. Ha reaccionado tras encajar cientos de misiles disparados, no lo olvidemos, no contra blancos militares sino contra la población civil. Sí, civil. De hecho, en estas tres semanas de enfrentamientos, se han disparado desde Gaza cerca de 2.600 cohetes, muchos de ellos de largo alcance. El 80% del territorio israelí ha estado y está bajo la amenaza de estos cohetes. Para que se puedan hacer una idea más exacta: si Andorra hubiera lanzado esos misiles contra España, unos 36 millones de españoles deberían hacer su vida pendiente de las sirenas y de los 15 segundos que tendrían para encontrar un refugio. ¿Quién de entre nosotros estaría dispuesto a vivir bajo las bombas? A buen seguro que ninguna de la estrellas de nuestro cine plácidamente afincadas en las laderas de Hollywood.
Que Israel tiene todo el derecho del mundo, reconocido por la carta de las Naciones unidas, a defenderse no lo pone en duda nadie, salvo los titiriteros de la ceja, que ya sabemos a dónde llevaron a España mientras vivían de las subvenciones. Nos sacan los cuartos mientras piden que se juzgue a Israel por crímenes de guerra. Eso sí, ni una palabra o petición para que los terroristas de Hamás sean llevados a los tribunales internacionales por violar todas las convenciones de la guerra, secuestrar a sus propios ciudadanos y utilizarlos como escudos humanos; por convertir hospitales en cuarteles generales, por usar instalaciones de la ONU como depósitos de armas o por atentar contra civiles inocentes. ¿O es que acaso Israel no tiene civiles?
Lo que piden los políticos de turno desde la lejanía geográfica y mental que caracteriza a los europeos es que la guerra se acabe cuanto antes y que, mientras dure, Israel se comporte con contención. Es curioso que no demanden de Hamás lo mismo, pero en fin... Dos cosas que nuestro Gobierno debiera saber y, si las sabe, debería decir, en vez de esconderse en las típicas actitudes de su tardobuenismo: la primera, que Israel siempre se ha comportado con contención y se ha preocupado, y mucho, de limitar el daño sobre la población civil palestina. De haber querido, Israel cuenta con los medios militares suficientes para pulverizar Gaza; pero no lo hace porque sus líderes tienen una responsabilidad moral clara y saben que su lucha no es contra el pueblo palestino sino contra sus elementos terroristas.
El juego de las cifras es engañoso. Por ejemplo, se dice que el uso de la fuerza por Israel es desproporcionado porque han muerto mil palestinos y sólo medio centenar de israelíes. Nada se dice de que Hamás ha disparado 2.563 cohetes e intentado media docena de infiltraciones en suelo israelí, mientras que Israel ha bombardeado 3.160 objetivos. Una cifra menos asimétrica. Por otro lado, la organización palestina que da el recuento de muertos en Gaza es el Ministerio de Salud, controlado por Hamás, y las cifras que da la ONU salen esencialmente de una ONG palestina que en todos los conflictos pasados ha dicho siempre lo mismo: un 82% de bajas civiles. Esto no sólo es inconsistente con el análisis detallado de las víctimas, la mayoría varones en edad de combatir (y no jóvenes de 15 años, que hacen la mayoría en Gaza), sino que distoriona los datos. Así, fuentes independientes declaran que de los 972 palestinos fallecidos a fecha de ayer, 309 eran terroristas (169 militantes de Hamás, 93 de la Yihad Islámica y 47 de otros grupos) y 307, civiles no combatientes; los 356 restantes estarían pendientes de identificar. Y es que, en este tipo de guerras, donde una parte no viste uniforme ni porta insignias ni distintivo alguno, las cifras hay que tomarlas con sumo cuidado. Salvo que sólo quieran usarse como arma arrojadiza. Que es lo que normalmente pasa.
La segunda cuestión es mucho más seria y afecta no sólo al fin de la guerra sino a cómo producirse. Ha habido esencialmente dos propuestas de paz, una patrocinada por Egipto y otra por Kerry, y ambas han sido rechazadas. Hamás, que está finiquitando su arsenal, amasado esencialmente en los dos últimos años gracias a Morsi e Irán, sabe que una derrota clara puede hacerle perder el control sobre Gaza y que la Autoridad Palestina recupere el control de la misma. Por eso está lanzada a una espiral de violencia, ya que cree contar con un arma secreta: el tiempo. En el pasado, el tiempo siempre ha jugado a su favor y en contra de Israel. Es ahí donde los países civilizados pueden ejercer presión.
Israel, por su parte, no puede volver a la situación existente antes del pasado día 7 y olvidarse de la extensa red de túneles construidos con buena parte del dinero de la ayuda humanitaria pero ideados para secuestrar y atacar a israelíes. Tampoco puede aceptar que Hamás ponga en peligro el 80% de su territorio. De ahí la petición de que cualquier acuerdo del alto el fuego incluya el desarme real de Hamás.
Me gustaría mucho ver a Bardem en el personaje de Ismaíl Haniyeh, el líder de Hamás, sabiendo lo bien que hace de malo en las pelis de 007, ese terrible agente del imperialismo británico; pero no creo que su representante le dejara encarnar a un terrorista palestino, por mucho que lo bordara. Igual a la comunidad judía americana, tan presente en Hollywood, no le haría tanta gracia como a mí. En cualquier caso, es irrelevante. Lo que sí es relevante es que este Gobierno tenga claro –y así lo demuestre mañana– que Hamás y la Yihad Islámica no pueden aceptar perder sus arsenales y su capacidad para recomponerlos y que nadie, empezando por España, está dispuesto a morir para salvarnos del terror de Hamás y grupos aledaños. De haber alguien que si lo esté será Israel. Como lo está demostrando estos días.
El Gobierno puede ser cicatero, pero no ingrato. Israel está llevando a cabo una lucha contra el terror que nosotros ni siquiera somos capaces de conducir aquí con coherencia. Pero el terror es el terror. Y por eso este conflicto sólo debe acabar de una única manera: con la victoria de quien está de nuestro lado, no de nuestros enemigos. Es decir, con la victoria de Israel, no de un grupo terrorista. Hay que permitir que Israel acabe con la infraestructura del terror en Gaza. Y eso requiere tiempo.
En la guerra no vale todo. Pero desde luego lo que no vale es equiparar moralmente a los bandos que se están enfrentando en Gaza. Porque en uno está el terror y en otro la democracia, el Progreso y la libertad. En uno, la barbarie y en otro, nuestra civilización. ¿De qué lado quiere estar nuestro ministerio de Exteriores? Espero que no baile el agua a los vocingueros de siempre.