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Rachel Saperstein

Gaza nos persigue

Me estoy riendo mientras escribo esto, pero en realidad estoy llorando. Los soldados me aseguran que las tuberías soportan una explosión cercana, pero no un impacto directo. Ése es el margen de mi integridad física.

Desde el momento en que un misil abandona Gaza hasta que nos alcanza, disponemos de 45 segundos. El sistema de rastreo comunica a cada zona si el cohete se dispone a aterrizar en sus aledaños y entonces suena la sirena. Puede que ni impacte en la puerta de tu casa ni que atraviese tu tejado, pero seguro que va camino de estrellarse por las inmediaciones.

Conozco bien todo esto porque hemos recibido notificaciones del Alto Mando de las Fuerzas de Defensa Israelíes, del Consejo Regional y de nuestro propio Ayuntamiento de Neveh Dekalim. Los dos primeros nos la echaron por debajo de la puerta, el último por correo electrónico.

Hoy incluso nos visita el ejército, que ha ocupado el centro de la comunidad. Dos soldados reservistas, ambos angloparlantes, llaman a mi puerta, se presentan y me preguntan cómo me encuentro y si pueden entrar para mantener una conservación sobre temas de seguridad.

Mi primera reacción fue decir: "Nos sacasteis de nuestros hogares en lugar de terminar con el desastre en el que hemos estado viviendo durante cinco años". Mi segunda reacción fue invitarles a pasar, debido a mi tradicional cortesía cuando llaman a mi puerta.

Les expliqué que no me siento muy segura en una casa prefabricada. Los dos jóvenes se mostraron incómodos, especialmente cuando me informaron de que el Alto Mando estaba planeando traer grandes tuberías de alcantarillado. Sí, ha leído usted bien, tuberías de alcantarillado, hechas de grueso cemento, para nuestra protección.

Las tuberías van a montarse a lo largo de cada calle. Cuando suenen las sirenas, tenemos que salir corriendo, meternos reptando dentro de nuestras propias alcantarillas y esperar cinco minutos o hasta que escuchemos la explosión. A continuación, volvemos a salir reptando y regresamos a nuestras casas prefabricadas.

Cuando me lo comunican, me quedo pensando que se trata de una broma. De nuestras casas en Gush Katif a unas casetas prefabricadas en un campamento de refugiados, pasando por el alcantarillado. Ciertamente, hemos tocado fondo. Me estoy riendo mientras escribo esto, pero en realidad estoy llorando. Los soldados me aseguran que las tuberías soportan una explosión cercana, pero no un impacto directo. Ése es el margen de mi integridad física.

El sur se ha convertido en una zona de guerra. Ayer estuvimos en Ashkelón. El hospital que visité estaba prácticamente vacío. El centro comercial dentro del que está ubicado se encontraba cerrado en su mayor parte. Incluso la farmacia, que estaba abierta cuando llegamos, había cerrado a las 16:30. Exceptuando una tienda de teléfonos móviles, todas las luces estaban apagadas y las calles desiertas. Una ciudad enorme vive a la sombra de los ataques masivos con misiles. Los niños ya no van al colegio. Los actos sociales y culturales se han cancelado.

Nuestro mercado local y la verdulería aun tienen algo de género. Todavía se reparte el correo. La electricidad aún llega. Pero, ¿durante cuánto tiempo? Esta tarde suenan las sirenas. Escuchamos tres explosiones a lo lejos. Unos amigos me llaman para ofrecerme un sitio donde meterme. Se está constituyendo un comité de emergencia y me presento voluntaria.

Un periodista holandés me llama. ¿Estaría dispuesta a reunirme con él y darle una versión de la guerra? Accedo y se muestra entusiasmado por entrar en zona de guerra. Los periodistas no tienen acceso a Gaza, pero aquellos que perdieron el interés en nosotros tras nuestra expulsión, vuelven a estar interesados ahora que la guerra nos sigue.

Y en ese momento me acuerdo del lema de nuestros días en Gush Katif: "Aquellos que huyen de Gaza descubrirán que Gaza les persigue".

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