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Pío Moa

Zapo el Rojo, el hombre del muro

El muro de Berlín fue construido para impedir que los habitantes de aquellos "paraísos" huyeran al exterior, no para defenderse de una excesiva avalancha de ciudadanos del oeste oprimidos y explotados por el capitalismo.

Como el bombardeo de informaciones, y sobre todo de informaciones manipuladas, destruye la memoria, casi nadie ha recordado la simpatía, a menudo teñida de una pose de indiferencia, que mostraban los socialistas europeos al muro y a lo que éste significaba, es decir, a la ideología más genocida del siglo XX. ¡Qué digo los socialistas! ¡Y muchos democristianos o cristianos progres! Como Javier Tusell, que muy poco tiempo antes publicó un libro informándonos de que el sistema comunista era virtualmente indestructible y había que acostumbrarse a convivir con él. Tusell se jactaba de ser historiador "científico", de los que gustaban a El País. Ante el ineducado mentís de la realidad, el libro desapareció enseguida de las librerías, pero Ricardo de la Cierva tuvo ocasión de leerlo y recordarlo. Debe admitirse que en España han abundado y abundan tales historiadores científicos, por lo general bien colocados, como merecen. Y en cuanto murofilia, no hablemos ya de la teología de la liberación y sus adeptos, tan partidarios de regímenes por el estilo.

Con respecto a los crímenes y la asfixia de la libertad propios del comunismo, la socialdemocracia siempre fue ambigua. Los condenaban, claro, pero también los comprendían, consideraban que no eran para tanto, que "el capitalismo también tiene sus fallos" y, por supuesto, preconizaban una convivencia con los constructores de muros, resignada en la superficie, contenta en el fondo. Después de todo, partían de muy similares presupuestos ideológicos profundos.

La caída del muro de Berlín, símbolo del fracaso y del crimen político, pudo haber provocado en nuestros marxistas una reflexión, pero, como saben todos ustedes, no hubo nada de ello. Y no lo hubo por dos razones: ante todo, porque nuestra izquierda ha sido siempre muy poco amiga de reflexionar, simplemente ha adaptado teorías llegadas de fuera y las ha convertido en cuatro tópicos mal digeridos: la izquierda no ha tenido en España un solo pensador de mediano fuste. Y porque tampoco ha tenido jamás un mínimo de buena fe. Es la izquierda de los "cien años de honradez", lema que la retrata en su absoluto desprecio a la verdad y desvergüenza.

Ambas cosas, falsedad y descaro, relucen en la equiparación que ha hecho Zapo el Rojo entre el muro de Berlín y el franquismo. La expresión contiene más de lo que el fulano ha querido decir. Ante todo es un encendido piropo al comunismo, pues el franquismo fue un régimen autoritario que no tenía en las cárceles a demócratas, sino a partidarios del muro y terroristas, en el que buena o mala parte de la prensa estaba controlada por simpatizantes del murófilos y pistoleros; donde no había Gulag ni clínicas psiquiátricas para la oposición, donde la gente podía ir adonde quisiera dentro y fuera del país, donde las librerías abundaban en títulos de muy variada ideología, incluida la de los constructores del muro; donde los padres y parientes de Zapo podían prosperar y prosperaban tranquilamente, el nivel de ingresos de la gente crecía sin parar y el Estado consumía una fracción de la riqueza nacional mucho menor que ahora mismo, no digamos que en los sistemas comunistas, en los cuales el Estado absorbía literalmente a la sociedad (la absorbe en Cuba, que goza de todas las simpatías de Zapo y su gente). Un régimen con unas fuerzas armadas y policiales reducidas, no las monstruosas de los países comunistas, acompañadas de un no menos monstruoso sistema de espionaje sobre y entre los ciudadanos. Etc., etc. El comunismo, sugiere este prototipo de los "cien años de honradez" que manda en el país, era equivalente al régimen de Franco. Ahí reluce la honradez del individuo con todo esplendor.

Pero el muro de Berlín, todo el "telón de acero", fue construido para impedir que los habitantes de aquellos "paraísos" huyeran al exterior, no para defenderse de una excesiva avalancha de ciudadanos del oeste oprimidos y explotados por el capitalismo y ansiosos de probar las delicias del socialismo real. Y así como en España la democracia provino del franquismo y no del antifranquismo, compuesto entonces por marxistas y terroristas en un 90%, así fue preciso que la gente destruyera el muro para que aquellos países accedieran a la democracia o al menos a una situación algo menos opresiva que la monstruosidad anterior.

Zapo el Rojo, colaborador de la ETA, destructor de la Constitución, apoyo del castrismo y de las dictaduras de izquierda, matador de Montesquieu, promotor de la corrupción, es hoy el heredero del muro en España. Y, hombre afortunado, carece de oposición, como ocurría en los regímenes del este: Rajoy la ha liquidado.

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