Como indiqué en un artículo reciente sobre el asesinato de los hermanos Badía, suele haber en la política dos planos, el de los intereses generales, que explican los hechos también de modo general, y a los que atiende ante todo la que podríamos llamar macrohistoria, la historia propiamente dicha; y el plano de las relaciones personales o microhistoria, que concretan las acciones, a veces en contradicción con el primero. Así, la dureza adquirida por las tensiones políticas entre Companys y el Capitá Collons dan un encuadre bastante explicativo del asesinato del último, pero este no habría llegado a ocurrir, tal vez, sin el ingrediente de las relaciones eróticas de ambos con una misma señora. No obstante, la historia se convertiría en una vulgar serie de chismorreos si se limitase a este plano, no desdeñable, sin duda, pero secundario.
Algo parecido cabe decir con respecto al 11-M. Desde el punto de vista de los intereses políticos amplios, los beneficiarios de la matanza fueron la cúpula del PSOE, que subió al Gobierno, y los terrorismos etarra e islámico, que recibieron de dicho partido recompensas y ventajas inauditas. Lo cual no demuestra que el 11-M fuera realizado por alguno de ellos o por todos ellos en unión (se sobreentiende que no tenían por qué estar enterados más que un número ínfimo de jefes de cada grupo). Pero prueba la existencia de afinidades políticas profundas entre las tres organizaciones, y este es un dato crucial para la macrohistoria.
El cui prodest no es una prueba, solo un indicio investigable: recibir una herencia de una persona asesinada no significa forzosamente que el heredero sea el asesino; aunque en este caso, debe reconocerse, el PSOE no se limitó a recoger la herencia, sino que peleó con uñas y dientes por ella: acusó a Aznar de responsable al menos indirecto de la matanza, mintió y acusó al Gobierno de mentir, vulneró las normas electorales, movilizó a masas para hostigar y culpar al Gobierno del PP, etc. Lo cual entra también en la macrohistoria, o historia propiamente dicha, y permite formular hoy un juicio bastante claro sobre aquellos sucesos.
Falta, sin embargo, el elemento microhistórico: qué personas conspiraron (detrás de todo atentado existe necesariamente una conspiración), quiénes ejecutaron, qué pretendían en concreto, por qué eligieron aquella fecha, de qué relaciones y complicidades disfrutaron, de dónde vinieron los explosivos... Sobre todo ello solo tenemos hoy conjeturas y sospechas razonables, pero no datos definitivos. No sabemos si los beneficiados por la matanza tuvieron participación directa en ella o no. Llegar a saberlo tendría muchísima importancia. Pero no alteraría el dato fundamental, macrohistórico, de quiénes y cómo sacaron provecho político del mayor atentado terrorista de la historia de Europa.