¿Tienen los políticos una vida sexual satisfactoria? A esta pregunta usted responderá que probablemente no –aunque depende de quiénes– y que en cualquier caso a usted le importa un bledo. Parece la respuesta más lógica, pero quizá no vaya usted tan acertado como parece. Porque si a usted no le importa la vida sexual de los políticos, a ellos sí les interesa mucho la de usted y, especialmente, la de sus hijos. No hace tantos años, a nadie se le ocurriría que esa gente fuera a meter las narices en la sexualidad ajena y a dictar al respecto normas morales o lo que sean; la mera idea habría causado asombro y escándalo, pues se suponía que ese terreno es íntimo y vedado a los profesionales del poder. Y sin embargo hoy se da por cosa natural. La expansión del Estado, bien visible en la economía y en tantos otros aspectos, se ha extendido hasta ahí, sin que al parecer nadie se extrañe.
La intromisión, conviene recordarlo, empezó, o al menos cobró su impulso decisivo, a raíz de la plaga del SIDA, difundida sobre todo en medios homosexuales y a través de la droga. Más que con la homosexualidad, yo creo que plaga tiene que ver con la promiscuidad, igual que otras muchas enfermedades, aunque ésta sea peor: en los homosexuales la promiscuidad está mucho más extendida y a través de ella el SIDA se propagó bastante a los no homosexuales. Y como nuestros políticos son muy partidarios de la promiscuidad y consideran que lo moderno es considerar la homosexualidad una "opción tan normal como cualquier otra", se movilizaron rápidamente, no fuese a creer la gente que el SIDA era un castigo divino o algo así. Empezó la difusión masiva desde el poder de la propaganda homosexual militante y feminista, las desvergonzadas campañas de condones, los repartos de preservativos en los colegios –a veces directamente por políticos–, la fraseología empalagosa con pretensiones humanistas, científicas o sanitarias, etc., diciendo a los ciudadanos lo que debían creer y hacer para tener una sexualidad moderna. Hoy, ese lavado de cerebro pretende oficializarse desde la infancia mediante la educación para (contra, en realidad) la ciudadanía, en muy alta proporción educación para (contra) el sexo.
Por eso viene a cuento preguntarse sobre la sexualidad de estos sujetos, que se han erigido por las buenas en instructores sobre estos negocios y utilizan para ello un dinero que, al no ser suyo, están robando, pura y simplemente, en su afán de entrometerse en lo que no les concierne y manipulando así, más aún, a la gente.
Lo preferible sería un rechazo frontal de los ciudadanos, que pusiera a esos golfos en su sitio. Pero eso está hoy por hoy muy lejos de suceder y mientras tanto cabe exigir a los políticos coherencia con sus propias doctrinas. Lo he escrito en varias ocasiones y la gente, que acepta atontadamente unas intromisiones intolerables, lo ha tomado a broma: así como cabe exigir a los obispos que no sólo prediquen la oración, sino que la practiquen en público, así a los políticos debe obligárseles a salir en la televisión "practicando sexo", como se dice ahora, y así los ciudadanos podrán juzgar si tienen la maestría apropiada a la misión que se han autoatribuido. ¡Qué menos! Hace poco Soraya ha dado un tímido, muy tímido paso en esa dirección, pero el camino está por recorrer, y exigir coherencia a los gobernantes es un derecho humano elemental. Alguno argüirá que ello degradaría a la política, pero más degradada que está... A mi juicio, colaborar con los asesinos de la ETA es peor y ahí han estado y están.