El año 2003, cuando se produjo mi irrupción –así puede llamarse– en el terreno historiográfico, casi ningún funcionario de la historiografía hispana perdió la oportunidad de demostrar su baja calidad intelectual y su pedestre sectarismo político al alzarse para pedir la censura de mis libros, negarme el derecho de réplica y dedicarse a insidiosas descalificaciones personales en sustitución de un debate algo correcto. Bastantes historiadores más estaban de acuerdo en diverso grado con mis tesis, pero la mayoría de ellos, con gallardía mejorable, prefirió callarse ante aquella salva de miserias. Solo Stanley Payne tuvo la decencia de recordar algunos puntos elementalísimos:
El asunto principal no es que Moa sea correcto en todos los temas que aborda. Eso no puede predicarse de ningún historiador y, por lo que a mí respecta, discrepo de varias de sus tesis. Lo fundamental es más bien que su obra es crítica, innovadora e introduce un chorro de aire fresco en una zona vital de la historiografía contemporánea española, anquilosada desde hace mucho tiempo en angostas monografías formulistas, vetustos estereotipos y una corrección política determinante desde hace mucho tiempo. Quienes discrepen de Moa necesitan enfrentarse a su obra seriamente y demostrar su desacuerdo en términos de una investigación histórica y un análisis serio que retome los temas cruciales en vez de dedicarse a eliminar su obra por medio de censura de silencio o de diatribas denunciatorias más propias de la Italia fascista o la Unión Soviética que de la España democrática.
Difícilmente podrían exponerse los hechos con mayor claridad. Por supuesto, la casta de historiadores-funcionarios replicó atacando veladamente a Payne y amenazándolo, como decía creo que Santos Juliá, con excluirle del "debate" de los historiadores. El espíritu de la cheka sigue vivo de muchos modos y rezuma por donde menos se espera.
Pero no voy a seguir ahora con este argumento. El caso es que acabo de leer su libro La Europa revolucionaria, al que quizá no se ha prestado la atención debida. Es un libro, como todos los que conozco de Payne, lleno de información, sin retórica, con un análisis cuidadoso de los hechos y fuentes disponibles, conclusiones llenas de buen sentido y, lo que quizá es más importante, incita a numerosas reflexiones. Podría hacer una reseña resaltando esos valores, pero, dándolos por sentados, creo que el tema da para mucho más que una simple reseña y me centraré más bien en las discrepancias –casi todas de matiz–, que tengo con él. Creo que ello tendrá más interés para el lector y le animará a leer la obra y extraer sus propias conclusiones.