Hace unos días tuve ocasión de explicar en VEO7 cómo la ETA se había hecho grande, tanto que ha condicionado gravemente la evolución política de España desde la transición. El punto clave es el increíble apoyo recibido por esos terroristas desde que empezaron a asesinar, y precisamente por asesinar. Antes se trataba de uno de tantos grupúsculos exaltados a cuyas prédicas casi nadie prestaba atención, como sus mismos fundadores deploraban en sus escritos.
En pocas palabras: la oposición antifranquista apoyó sin reservas a los asesinos –y en ese apoyo se retrató–, sobre todo en el crucial terreno de la propaganda, haciendo de ellos héroes, "jóvenes patriotas vascos" en lucha por la justa "autodeterminación de Euskadi", vengadores del "genocidio franquista". La apoyaba incluso buena parte de la prensa, como reconoció Juan Tomás de Salas –promotor del Grupo16–,de forma disimulada, pero muy eficaz, desacreditando la acción antiterrorista del Gobierno. El antifranquismo lo justificaba todo. Se entiende mejor esa actitud comparándola con la que casi todos ellos adoptaron contra Solzhenitsin por haber atacado este la tiranía soviética.
Además, los etarras se proclamaban socialistas, algo muy grato a la oposición. Esta creía a los jóvenes patriotas algo ingenuos y que, una vez realizado el trabajo de la sangre, le cedería a ella el escenario político para que se luciese. Sin duda la ETA se habría visto pronto aislada si desde el principio de sus crímenes la oposición le hubiera dedicado los ataques con que, en cambio, obsequiaban al gran escritor ruso. Debe insistirse una y otra vez en esta evidencia que expongo en La Transición de cristal: la oposición a Franco nunca fue democrática. Y si fue democrática no fue oposición.
En la democracia, los crímenes etarras se multiplicaron. Con la política de Suárez cobraron relieve creciente aquellos partidos antes entusiastas de la ETA, y ese entusiasmo, harto aminorado, se transformó en la "solución política" que debía ser ofrecida a los etarras, con todo el coste que ello suponía para el estado de derecho, la democracia y la integridad del país. Mientras, los separatistas aprovechaban los asesinatos para obtener concesiones del poder que presuntamente aislarían al grupo terrorista. Esa política errónea, cuyas raíces históricas no deben olvidarse, es la que ha hecho grande a la ETA. Con Zapatero, el error se ha transformado en colaboración. Y ese, no la ETA misma, ha sido y es el problema. Por ello resulta tan irrisoria la pretensión de derrotar al grupo terrorista (estaba lográndolo Aznar). Lo que debe ser derrotado es esa política y a esos políticos. Y el primer paso consiste en denunciarlos ante la opinión pública y, en lo posible, ante los jueces.