Un chaval inglés se quejaba a un amigo mío, llamado Mick Holden, también inglés y de mi edad, de que la generación de los años 60 “se había quedado con todo lo bueno”, y hoy la vida de los jóvenes como él era “una mierda”. Estaba el chaval algo ebrio, que es cuando se sueltan las verdades, según dicen. “¡Venga, hombre, si aquello era muy aburrido! ¡Vosotros sí que os lo pasáis bien!”, le contestó Holden, medio en broma.
Los años sesenta, y su culminación en el 68, fueron, en los países occidentales, los de la revuelta estudiantil, el pacifismo, el terrorismo, los maoísmos, el resurgir del anarquismo y de un Freud amalgamado con Marx, del Che y la guerra de Vietnam, de los Beatles, de los Rolling Stones o Bob Dylan, del muro de Berlín y los tanques rusos en Praga, de los hippies y la expansión de las drogas, el feminismo y el inglés; y muchas cosas más.
¿Tenía todo eso algo en común? parte de ello, creo que sí: la rebelión contra el padre, la necesidad de “matarlo”, como se decía en plan freudiano. López Campillo me contó esta anécdota del exilio español en París; un recién llegado a España se explayó tanto y tan bajamente contra su padre, que otro allí presente le replicó: “Yo creo que tú no tienes complejo de inferioridad, sino que eres realmente inferior”. La burla valió al burlón la cárcel cuando el primero fue capturado por la policía y le denunció muy de grado.
Aquellos años los jóvenes disfrutaron de ventajas nunca antes vistas, ni repetidas hasta ahora; acceso a la universidad, dinero, pleno empleo, seguridad social, escasa delincuencia, libertad aparentemente sin límites (restringida en España esta última, pero no demasiado). Esas maravillas parecían caídas del cielo, aunque del esfuerzo y sacrificio de los padres, la generación de posguerra que había reconstruido Europa. Natural, por tanto, que los beneficios de ese esfuerzo “matasen” moralmente a los benefactores. ¿Cómo iban a disfrutar de tales dones, si no? La dura posguerra quedó como “ los años de plomo”. ¡Qué contraste con los nuevos años de oro, sólo lastrados por la vieja y pesada generación, incapaz de comprender las ansias de paz, amor y diversión de la nueva era!
Una canción, creo que de los Beatles, contaba cómo una chica se fugaba de casa. ¿Por qué, si sus padres le habían dado todo? ¡Ah, pero no le habían dado “fun”! Y donde no hay “fun”, ya se sabe... La canción, como el espíritu de entonces, es una vulgaridad cubierta con caramelo de colorines, por así decir. Ciertos movimientos sociales nacen envueltos en un idealismo vacuo, que se va diluyendo hasta dejar una realidad chata y sórdida.
Holden creía que en aquellos años se tiraron por tierra muchas cosas, y no todas tenían que haberse tirado. En cambio se levantaron otras que no valían la pena, le comenté.
En Sociedad
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Libro
- Curso
- Escultura