Cuando el señor Garzón admitió a la ETA o se metió con ella, según conveniencia del Gobierno, o ha dejado dormir el asunto del chivatazo a los asesinos (cuyo origen está por lo demás bastante claro) no solo se retrató, sino que retrató también la situación en que ha degenerado la justicia en España bajo el Gobierno actual.
Ahora este pobre hombre (con mucho poder, cierto, pero pobre hombre en suma) se dedica a perseguir "crímenes contra la humanidad" achacados al franquismo por grupos ultraizquierdistas de nulo crédito intelectual, bien subvencionados por el mismo Gobierno que legalizó, pagó y dio eco internacional a la ETA. Quizá el señor Garzón sea solo un ignorante de la historia sorprendido en su buena fe por esos profesionales de la "memoria" chekista, pero a estas alturas esto no resulta creíble. Hoy están bien claros, entre otras muchas cosas, los datos bastante aproximados sobre el terror de ambos bandos, sobre el terror entre los propios componentes del Frente Popular, sobre la voluntad del PSOE y la Esquerra de organizar la guerra civil, o sobre el proceso revolucionario y la destrucción de la legalidad desde el Gobierno a partir de las anómalas elecciones del 36. Están bien claros, digo, y al alcance de cualquier persona honesta que desee enterarse; por mucho que los prochekistas y proetarras intenten silenciar esos datos, armen un inmenso ruido mediático para desvirtuarlos e incluso intenten encarcelar a uno de los mensajeros, yo mismo en este caso.
Por consiguiente, no cabe achacar al señor Garzón ignorancia, sino complicidad en la gran tarea de falsear el pasado, emprendida por los herederos entusiastas de quienes quisieron y organizaron la guerra civil, como consta en sus propios documentos. Y no puede alegarse aquí la necesidad de dar a conocer la historia, pues ello no es tarea de los jueces, sino de los historiadores; ni la de "honrar a las víctimas" del franquismo, que desde hace treinta años no cesan de ser falsamente honradas como defensoras de la democracia.
Sabe además el señor Garzón que entre aquellas víctimas hay, ciertamente, muchos inocentes, pero hay también muchos culpables de crímenes escalofriantes, sicarios abandonados por sus jefes (aquellos jefes que supieron huir del país con inmensos tesoros expoliados a la nación y en quienes Gregorio Marañón distinguía los rasgos de la canallería y la estupidez, o Besteiro "un Himalaya de mentiras"). Lo sabe el señor Garzón necesariamente y, como decía en un reciente manifiesto, al nivelar como "víctimas" a los culpables y a los inocentes, los autores de la ley de falseamiento de la historia –y en este caso el señor Garzón–, se colocan necesariamente al lado de los sicarios, lo último que cualquier persona de espíritu libre podría esperar de un juez, pero que parece normal en esta España en plena involución política. Y colocarse al lado de los chekistas es colocarse al lado de la mentira, al lado de la recuperación de los odios guerracivilistas y, en definitiva, contra la humanidad.