Imaginen que los documentos de Niceto Alcalá-Zamora los hubiera recuperado algún historiador lisenkiano de El País en lugar de César Vidal: nos lo habrían estado pasando sin cesar por los ojos y las narices las televisiones, Prisa y, cómo no, los serviles ABC o La Razón, destacando la importancia del hallazgo y seguramente falseándolo. En fin, un nuevo y fundamental descubrimiento, tras la reciente publicación por Fernández–Coppel de las Memorias, durante tantos años perdidas, de Queipo de Llano. Memorias tras las que anduvo Javier Tusell, a quien la familia del general no consideró muy digno de confianza, por alguna razón que no se nos escapa. Pero como el autor del hallazgo es César Vidal, apenas hay referencias al caso.
Hay también otra razón para el silencio de tan informativos y honrados medios de masas, y que explica Don Niceto en sus nuevas Memorias, rehechas tras la guerra:
En septiembre de 1936, llegó a París uno de los fiscales republicanos que hubieron de emigrar [del Frente Popular] al verse en peligro por amenazas y venganzas de sus antiguos acusados, criminales vulgares convertidos en personajes influyentes. Aquel fiscal había intervenido en la apertura de mi caja de caudales nº 518 del Banco Hispanoamericano y por él conocí singulares detalles de la violencia, que fue ejecutada empleando el soplete contra la puerta y la cerradura. Procedió el juzgado especial según orden emanada del Gobierno Giral.
El pretexto era encontrar alguna prueba de conspiración contra el Frente Popular ("contra la República", como decían con el mayor descaro). Al no hallarse prueba, se ordenó romper "la diligencia que la justicia aterrorizada había empezado a extender y que con igual docilidad abandonó" (pp. 469-70 en la edición de 1998). Pero esto no le libró del saqueo de todos los objetos allí depositados que los izquierdistas consideraron de valor.
Aún le quedaban muchos bienes en una caja de seguridad de otro banco:
El 13 de febrero [de 1937] los sabuesos de Galarza encontraban las Memorias al dar con las cajas alquiladas por mi mujer en el Crédit Lyonnais. Para llevarse cuanto allí se contenía (no solamente piedras y metales preciosos), como en daño de los demás despojados, no vacilaron, según han referido hace poco en el Crédit, en dar a la persecución contra mi mujer el carácter de procedimiento criminal. ¡Y tanto como lo fue! Por ello, con las Memorias desaparecieron antigüedades, ropas, objetos de arte, incluso una mantilla que, ante el criterio proletario más extremista, sólo podía ser de la señora que la había bordado con sus propias manos (...) Fueron los agentes de la policía Jacinto Uceda Mariño y Ángel Aparicio Martínez quienes, cumpliendo órdenes siempre del Gobierno y de un juzgado instrumento de aquél, se llevaron los nueve sobres que contenían mis Memorias y otros estudios. Ha sido imposible (...) dar con el paradero de aquellos dos instrumentos que sin duda sabrán poco y querrían decir menos. En cuanto a los directores, cuando alguien preguntó a Largo, éste tuvo el aplomo de mostrarse ignorante aún de la existencia de mis Memorias, de las que había hablado muchas veces conmigo y cuya publicación abusiva y amañada había dispuesto en Valencia (p. 15-16).
En fin, no escasean los detalles de una sordidez reveladora de los cien años de honradez. El socialista Ángel Galarza, ministro de Gobernación en el Ejecutivo de Largo Caballero, era un perfecto gángster que había replicado en las Cortes a las denuncias de Calvo Sotelo: "Pensando en su señoría encuentro justificado, incluso, el atentado personal", palabras que el entonces presidente del Parlamento, Martínez Barrio, ordenó suprimir de las actas, pero que recogieron varios periodistas. Posteriormente diría: "Tengo un gran sentimiento por la muerte de Calvo Sotelo. El sentimiento de no haber participado en ella". Sin duda, los franquistas lo habrían ajusticiado, de haberlo capturado.
Pero el principal responsable y organizador de los saqueos de la cajas de seguridad de los bancos, como también de otros muchos bienes públicos y privados, desde las colecciones de monedas de oro y plata en los museos hasta las alhajas depositadas en los montes de piedad por personas sin medios, fue Negrín. El Negrín rehabilitado últimamente por el Gobierno de Rodríguez, y a quien no cesan de loar políticos e intelectuales que, evidentemente, ven en él un modelo. El modelo de la estafa.
Parte de lasMemoriasde Alcalá-Zamora fueron publicadas, por inspiración oficial, en un periódico levantino durante la guerra, y luego desaparecieron. Azaña las comenta amplia (y sabrosamente, por lo que revela de ambos) en susDiarios. Estos, y lasMemoriascitadas, son documentos clave para entender la época, según expuse enLos personajes de la República vistos por ellos mismos.