O, más justamente, de la revolución obrerista a la revolución separatista, pues se trata en los dos casos de auténticas revoluciones, ya que se proponen cambios históricos radicales. España se enfrenta a una larga serie de problemas, ligados entre sí, pero tal como en los años 30 el problema más decisivo era el revolucionario, que abocó a una guerra civil, en la actualidad es el separatista. Quiere esto decir que resolver ese problema contribuiría a la solución de muchos otros. Por lo tanto es preciso dedicar las energías principales a afrontarlo, y tal debe ser el punto clave de un programa político.
Es precisa una visión clara del asunto: no basta señalar la evidencia de que el separatismo es cosa de minorías y de políticos corruptos, etc., ajenos a la masa de cada región, porque la masa siempre es dirigida por alguna minoría (todo partido lo es), y frente a esas minorías más o menos separatistas no existe hoy ninguna minoría organizada opuesta. No lo son, desde luego, el PP ni el PSOE, pues ambos contribuyen al proceso de descomposición de España. Y contribuyen no sólo por pasiva, al aceptar la iniciativa separatista con más o menos restricciones, sino también por activa, impulsándola como ha hecho el PSOE con el estatuto catalán, o imitando ese estatuto en Valencia o Andalucía, como ha hecho el PP. Todo ello deslegitima a esos políticos. Paralelamente, la información de la inmensa mayoría de la gente sobre esta cuestión crucial es rudimentaria y falseada por mil prejuicios.
Vidal-Quadras lo ha explicado así: los separatistas de diversas regiones tienen un plan, consistente en disgregar España, concebida como un mal histórico. Un plan que llevan más de un siglo persiguiendo tenazmente, adaptándolo a las circunstancias de cada época, y que en varias ocasiones, pero principalmente hoy, han parecido próximos a realizar. Y frente a ese plan no existe hoy un plan contrario capaz de reconducir el proceso, pues hasta ahora no se ha pasado de las críticas y las denuncias dispersas, a menudo en plan francotirador. Y quien tiene un plan termina por ganar la partida a quienes actúan de forma divagante, sin un objetivo preciso.
La gravedad de la situación radica precisamente ahí. Frente a los proyectos revolucionarios de los años 30 (que incluían el separatismo, aunque en segundo término), existían proyectos opuestos, sobre todo el de la CEDA, si bien estuvieron a punto de ser anegados por la marea revolucionaria e izquierdista. En la actualidad, el empuje separatista es incomparablemente menor que el revolucionario de aquellos años, pero extrae su fuerza y audacia precisamente de la ausencia de una oposición estructurada. No obstante, en España es tradición que cuando las clases dirigentes fallan, como en el caso de la invasión francesa, el pueblo tome los asuntos en sus manos. Y ahora es la ocasión. Todos los partidarios de la unidad de España deben plantearse seriamente cómo invertir la presente deriva balcanizadora.