El terrorismo, lo he señalado a menudo, ha tenido en la España del siglo XX y hasta ahora un peso político desproporcionado, superior al de cualquier otro país europeo, por más que las historias habituales lo traten casi como una curiosidad. También he explicado la causa del fenómeno: los muy numerosos recogenueces (¡acierto descriptivo de Arzallus!), dedicados a sacar rentas políticas de los atentados. Recogenueces casi siempre izquierdistas y separatistas, y no por azar: el terrorismo en España ha sido de izquierda o separatista en más de un noventa por ciento.
El terrorismo tuvo un papel decisivo en el hundimiento del régimen liberal de la Restauración, como recordaba Cambó; influyó mucho en el proceso de descomposición de la república, y ha tenido un papel mucho mayor del que suele reconocérsele en la transición pre y sobre todo postfranquista (véase La Transiciónde cristal). Así, las autonomías fueron diseñadas y ampliadas sobre las de la república como una especie de huida hacia delante ante la presión de la izquierda y los nacionalistas, a su vez presionados por la ETA; y con la ilusión de quitar de ese modo argumentos y apoyo popular a los asesinos. Hoy, los nuevos estatutos de "segunda generación", que admiten nuevas "naciones", es decir, nuevas soberanías, cobran su sentido como nuevos intentos de satisfacer a la ETA, de darle casi todo lo que exige, premiando sus incontables crímenes a cambio de que deje de matar. Los anteriores asesinatos quedan así justificados y recompensados como medios de hacer política; de paso, el gobierno recogería las nueces electorales por "haber terminado con la plaga", y quizá el premio Nobel para Rodríguez, que por algo bautizó la fechoría como proceso de "paz". Todo a costa del derecho, de la Constitución y de una España en proceso de cuarteamiento.
Un rasgo de esa política tenía que ser el acoso a las víctimas directas (porque la víctima, no tanto de la ETA como de las políticas recogenueces, es la sociedad entera). Recordemos que la AVT nació contra el desprecio oficial y periodístico a las víctimas en tiempos de Suárez, cuando eran enterradas de tapadillo. Y González, que repartía dinero a manos llenas a las lesbianas bolivianas y colectivos semejantes, lo negaba o restringía a la AVT. Solo con Aznar las víctimas fueron más protegidas y desempeñaron el papel político que les correspondía, como denuncia viviente del carácter de la ETA, encubierto o justificado por la llamada "solución política".
El ataque a la AVT llegó a su colmo, no podía ser menos, con Rodríguez, que encomendó a Peces-Barba la misión de intimidarla y silenciarla; y al no lograrlo trató de desacreditarla y dividirla, formando grupillos "disidentes". Hasta que, efectivamente, la AVT fue reducida a la inoperancia por el PP de Rajoy. Una argucia usada en defensa de estas fechorías pretende que para hacer política ya están los partidos, y que las víctimas deben limitarse a una labor asistencial y poco más. Idea antidemocrática –no solo los partidos, sino todo el mundo, tiene derecho a hacer política–, reveladora de hasta qué punto están esos políticos comprometidos en la recolección de las sangrientas nueces.
Gracias al tesón de Alcaraz les ha salido mal la jugada. Y así, la elección entre la ETA y las víctimas se ha convertido en un eje definitorio de la política española. Estar con las víctimas es estar con la sociedad, la justicia, la decencia, la libertad y la integridad de España. Tratar de silenciarlas o desentenderse de sus reclamaciones significa justamente lo contrario.