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Pío Moa

Calidad de vida o salud social

España ha pasado de ser el país europeo con menos personas encarceladas a ser el más “penitenciario”, si excluimos países menores. Y esto no indica una mejora en calidad de vida, sino lo contrario.

Sin duda la proporción de población penitenciaria en relación con la población total es un índice significativo de salud social o calidad de vida, según se prefiera decir. Pero ¿qué indica en concreto? Sería preciso un ensayo para elucidar cuestión tan compleja. De entrada cabe decir que dicha población nos ofrece una tasa de desadaptación social y/o política, relacionada con las leyes vigentes. Con leyes duras podemos esperar una población penal amplia y con leyes suaves, lo contrario, pero esta idea es engañosa. Pueden darse casos de mucha delincuencia y pocos presos, lo cual indicaría una sociedad mal estructurada, con leyes mal cumplidas; y a la inversa, muchos presos y poca delincuencia, indicio de una sociedad muy represiva. Así, los países africanos, con pocas excepciones, tienen una tasa de presos baja, lo cual no prueba una calidad de vida alta y sugiere más bien cierta anarquía legal. Dicha población supone además una considerable carga (o fuente de negocio, según se mire), para la sociedad. La vida carcelaria, degradante por sí misma, se acepta para evitar males mayores y establecer a la vez un castigo del delincuente y una posibilidad de readaptación social.

Cada uno de estos aspectos merecería consideraciones mucho más amplias, que no abordaré aquí. Expondré sin más algunas comparaciones entre España y otros países. El país con mayor número de reclusos, en cantidad y en proporción a la población, es Usa (756 por cada cien mil en 2008; desde entonces ha crecido), con gran diferencia sobre los demás (el segundo es Rusia). Dentro de Europa, España ronda las 80.000 personas encarceladas y es uno de los países con mayor proporción de presos: unos 170 por cada cien mil habitantes. Por comparación, Francia tiene algo más de 96, Alemania 90, Suecia 75, Italia 95. Reino Unido se aproxima a la media española, con unos 150. Descontando a Rusia, en Europa solo superan la tasa española los Países Bálticos. Los índices latinoamericanos se acercan a los españoles o los superan, lo que tal vez indicaría cierta correlación cultural, pero no es así, como veremos.

La comparación cronológica resulta aún más inquietante para nuestro país: en 1975, último año del franquismo, la población penal española no llegaba a las 15.000 personas - incluso con las últimas detenciones por el terrorismo de diversos grupos- para una población de casi 36 millones; es decir, 24 por cien mil, una de las tasas más bajas de Europa y del mundo. Y no se debía a desestructuración o incumplimiento de la ley, pues el índice de delincuencia era también muy bajo, y excluye –en este campo, claro- la correlación cultural con los países latinoamericanos. 

Por tanto, España ha pasado de ser el país europeo con menos personas encarceladas a ser el más "penitenciario", si excluimos países menores. Y esto no indica una mejora en calidad de vida, sino lo contrario. Algunas de las causas son la expansión de la droga, aludida en otro artículo, y, en general, las actitudes desmoralizadoras tan en boga, fomentadas desde el poder.

En Sociedad

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