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Pío Moa

Calidad de vida

Antes se decía "nivel de vida", pero hace años se encontró un concepto mejor: "calidad". Hoy casi todo el mundo habla de "calidad de vida". Los políticos o los economistas, los "camellos" o los bingueros, explican cómo un nuevo parque, o una escuela, o un coche, o un chalé, o una nevera, mejoran notablemente la "calidad de vida" de una región, de un barrio, una familia o la suya particular. La expresión se cuela inadvertida por doquier, hasta entre las gentes más serias.

Pretender medir la "calidad" de algo tan misterioso, variado e insondable como la vida humana es ya idea bárbara, de una necedad asimismo insondable. La expresión, en realidad significa "cantidad y calidad de consumo", y eso quieren decir quienes la emplean. Pero no hay equivocación al respecto: para cada vez más gente, la vida se reduce a su nivel de consumo –desde ordenadores a sexo o "cultura" ( la "oferta cultural" famosa)–. Y ese mensaje chorrea sin descanso desde la publicidad, la televisión, la política…

La brutalidad del concepto no radica en que el consumo sea despreciable –aunque puede serlo–, sino en la pretensión de hacerlo definidor del valor (la calidad) de la vida. Según eso, un parásito bien situado habría tenido una vida de calidad muy superior a la tan asendereada de Cervantes, una prostituta "fina" a la de una afanada y honesta ama de casa, un traficante de drogas exitoso a la de un poeta de valor apreciado tardíamente; o, en general, la vida tosca, trivial y pesada de los españoles actuales tendría mucha más calidad que la de sus compatriotas del siglo XVI, tan pobres, pero tan destacados en la historia y la cultura; o que la de los griegos de la época clásica, más menesterosos todavía.

No hay forma, desde luego, de medir la calidad de la vida de una persona; pero quizá se podría medir aproximadamente la de una sociedad, atendiendo a los exponentes negativos de su estado mental y moral: índices de suicidios, presos, delincuencia juvenil, asesinatos, robos, drogadicción, alcoholismo, divorcios y separaciones, embarazos de adolescentes, violencia y fracaso escolar, delitos y enfermedades sexuales, perturbaciones mentales, horas ante el televisor, etc. Alguna institución debiera estudiar y refinar una serie de tales índices, facilitando datos comparativos de unos países y otros, y una regiones y otras. Lograríamos así una aproximación a la "calidad de vida" superior a la hoy tenida por tal.

En Sociedad

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