Un comentarista de mi blog me envía un texto universitario de derecho penal escrito por el profesor izquierdista Francisco Muñoz Conde. En él podemos leer:
En el caso de los menores, el ejercicio de la sexualidad con ellos se prohíbe en la medida en que puede afectar a la evolución y desarrollo de su personalidad y producir en ella alteraciones importantes que incidan en su vida o en su equilibrio psíquico en el futuro. Cierto es que no está comprobado científicamente que ello sea así e incluso, cuando la sexualidad no es ejercida con violencia, se dice precisamente lo contrario: que favorece el desarrollo psíquico y una mejor afectividad en las relaciones interpersonales futuras; pero actualmente se extiende cada vez más una tendencia a prohibir y sancionar penalmente cualquier relación de carácter sexual con menores, a los que prácticamente hasta la mayoría de edad (o incluso, para algunos, hasta el matrimonio) se pretende apartar del ejercicio de la sexualidad como algo pecaminoso o que puede pervertirlos.
Obsérvese la apología muy mal disimulada de la pedofilia. No está comprobado "científicamente", afirma, que sea mala; al contrario "se dice –lo dicen los pederastas, obviamente– que favorece el desarrollo psíquico y una mejor afectividad" en los niños. Y la prohibición vendría de la idea del pecado –idea cristiana y por tanto rechazable para todo progre–. No por ello dejan estos hipócritas de chillar furiosamente con los casos de sacerdotes pederastas (al parecer homosexuales en su mayoría, según diversos estudios), mientras socavan activamente toda idea moral contraria a la pederastia.
Y nótese el toque totalitario del "argumento": la ciencia. Desde Marx, la izquierda, muy poco científica, sobre todo en España, enarbola siempre la bandera de la ciencia. Científicamente no puede probarse que sea científica cualquier norma moral, incluso la prohibición del incesto o la del asesinato. Como tampoco existe un derecho científico ni las llamadas ciencias sociales tienen mucho de científicas si se las pretende equiparar a las ciencias naturales, que es precisamente lo que pretenden ignorantes perversos como el autor del libro.
En la concepción cristiana y occidental, la relación sexual exige un grado de responsabilidad y compromiso que no puede darse con los niños, se les imponga por la fuerza o se les seduzca aprovechando la superioridad del adulto. En la concepción progre, el criterio es simplemente el del placer. De ahí que para un progre cualquier forma de satisfacer el impulso sexual sea igualmente válido, incluso con niños o con animales. Con su sempiterna doblez se han rasgado las vestiduras cuando lo he señalado en otros artículos. Lo que ocurre es que como aún existe resistencia a la pederastia, van allanando el terreno con lo de su "ciencia" y la anticientífica "pecaminosidad".