Era julio de 1983. El joven, idealista y comprometido Manuel Carretero (el entrañable Manolo para los amigos) había decidido aprovechar sus vacaciones de verano para viajar a Chile. La cruel dictadura de Pinochet dominaba el país, pero Manolo soñaba con un futuro chileno en libertad. Una libertad por la que había que luchar; como rezaba el cartel del Che Guevara que dominaba su dormitorio: "Si el presente es de lucha, el futuro es nuestro".
Su activa militancia y sus responsabilidades en las Juventudes Socialistas de Andalucía le habían permitido contactar con altos responsables del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) chileno. El MIR estaba siendo muy activo en la reconstrucción de organizaciones de estudiantes opositoras y Manolo sabía que podría ayudar en la creación de la Unión Nacional de Estudiantes Democráticos (UNED). El MIR, además, estaba volcado en la organización de una Operación Retorno para traer exiliados de vuelta a Chile que se sumasen a los grupos guerrilleros dispuestos a derrocar a Pinochet.
El país vivía un momento de efervescencia opositora. La primera Jornada de Protesta Nacional, organizada por distintos sindicatos y partidos de izquierda, se había celebrado el 11 de mayo. A esta jornada habían seguido varias más en junio y julio pese a la dura represión del régimen, que había ordenado a cientos de carabineros y militares detener a los sospechosos de liderarlas.
El viaje de Carretero no salió como estaba previsto. Mientras conducía un coche alquilado junto a Andrés Pascal Allende (el secretario general del MIR) en la región norteña de Atacama, observó por el retrovisor que le seguían varios vehículos aparentemente oficiales. "CNI", le dijo Allende, refiriéndose a la temible policía secreta del país, cuyas siglas habían reemplazado a las de la DINA en 1977.
Poco después, uno de los coches embistió el coche conducido por Manolo y lo sacó de la carretera, provocando que chocase contra un árbol. Carretero salió casi ileso, pero el golpe le aturdió. Vio claramente, en cualquier caso, cómo Allende salía por su propio pie del vehículo. Al despertar el día siguiente en el hospital, un oficial del CNI le informó de que Allende había muerto a causa del accidente y de que se le acusaba, en consecuencia, de homicidio involuntario. En breve sería trasladado a una prisión de Santiago de Chile.
Los siguientes seis meses fueron un infierno para el joven Manolo. Prácticamente no pudo salir de su minúscula y podrida celda más que para leer a una cámara –bajo coacción– un comunicado en el que se declaraba culpable de negligencia al volante y, luego, para atender su juicio. ¿Juicio? Más bien farsa: no pudo hablar con su abogado y los testigos leyeron sus declaraciones. Manolo fue condenado a cuatro años de cárcel.
El Gobierno de Felipe González se movilizó para salvar a este joven de las garras de la cruel dictadura pinochetista. Sus discretas gestiones consiguieron su objetivo y Manolo pudo volver a España para cumplir la condena en su país.
Fin de la metáfora.
Es una metáfora imperfecta, claro está. Contrariamente a los partidos de oposición y sindicatos chilenos en 1983, hoy no hay ninguna organización cubana que pueda organizar una Jornada de Protesta Nacional contra el Gobierno de Cuba. Además, la dictadura comunista cubana lleva 54 años en el poder (más de tres veces la de Pinochet) y no hay ningún indicio de que vaya a organizar un referéndum en el que los cubanos puedan decidir sobre su futuro como el celebrado en Chile en 1988.
Más aún, la actual disidencia cubana no empuña las armas contra Castro como sí hizo la izquierda revolucionaria del MIR contra Pinochet, asesinando, por ejemplo, al militar Carol Urzúa de 62 balazos en agosto de 1983.
Nada de lo dicho busca relativizar los brutales crímenes perpetrados por el régimen de Pinochet. Lo que sí busca es negar, por comparación, las pretendidas virtudes o atenuantes de la brutalidad del régimen castrista.
Y, por lo que respecta a España, ¿alguien se imagina al PSOE desaprovechando esta oportunidad de agitación y propaganda? Por mucho que el acuerdo con Chile hubiese sido el de reconocer la versión oficial de los hechos para asegurar su extradición, cuesta pensar que el PSOE y la izquierda en general no habrían multiplicado los homenajes a Carretero y acusado al régimen de Pinochet de mentir y coaccionarle.
Carromero, el verdadero, acaba de relatar en El Mundo su versión de lo que pasó en el accidente de coche que l1e costó la vida al disidente cubano Oswaldo Payá. Su confesión desmiente la realizada bajo coacción en Cuba y acusa directamente a los servicios secretos cubanos de la muerte de Payá.
IU ha acusado a Carromero de "seguir haciendo agitación", mientras que el PSOE ha evitado entrar en el fondo del asunto preguntando al Ministerio de Asuntos Exteriores si da credibilidad a lo que dice Carromero. Mientras, las redes sociales han ardido con todo tipo de insultos hacia Carromero por gente que se niega a quitar credibilidad a la versión oficial castrista de la muerte de Payá pero homenajearía sin dudarlo a una víctima de la dictadura pinochetista.
¿Qué credibilidad tiene la dictadura castrista que no tuviese la de Pinochet?