Quizá sea cierto. O quizá sea simplemente una de esas historias verosímiles cuya veracidad esté supeditada a su moraleja. El caso es que, al parecer, si se mete a una rana en agua templada y se aumenta paulatinamente la temperatura del líquido elemento, la rana no reaccionará, el agua hervirá y la rana morirá cocida. Si, por el contrario contrario, la rana se mete en agua muy caliente, reaccionará, dará un salto para escapar del peligro y se salvará. La moraleja, claro está, es que buscar amoldarse a un entorno que no deja de empeorar puede ser letal.
Pongamos que el Gobierno del PP que ahora pasa por el ecuador de su legislatura fuese la susodicha rana (sí, ya sé que la comparación no es particularmente digna para el Gobierno, pero el protagonista de la historia no es un león). Durante estos dos años, cuando la temperatura del agua ha subido por razones económicas, la rana ha sabido saltar cuando debía (caso de la reforma laboral) y no hacerlo cuando no debía (caso de la petición del rescate). En otros casos, no ha saltado con la alegría requerida (caso de la política fiscal o de la reducción de gastos públicos). En todo caso, no parece que la rana vaya a morir hervida por las aguas económicas. Su temperatura parece haber comenzado a bajar, si bien el problema que supone el enorme aumento de la deuda pública no debe ser menospreciado.
Cosa distinta son las aguas políticas. El agua en Cataluña ha empezado a burbujear y la rana, aunque preocupada, no parece querer saltar. Y en la reciente excarcelación de etarras y demás criminales tras la derogación de la Doctrina Parot, la rana ha saltado estando el agua más que tibia.
Pero el cazo más importante –del que dependen todos los demás– es el de la regeneración democrática o, por usar una expresión alternativa, el del "emprendimiento político". Este cazo contiene las esencias de nuestro sistema democrático: las reglas que rigen nuestra convivencia y la calidad de nuestra representación política. Contrariamente a la olla catalana, este cazo no salpica ni se agita con vehemencia. Sin embargo, su temperatura está subiendo, como alertan las encuestas del CIS, en términos de rechazo a la corrupción y a los políticos. Frente a ello, sin embargo, parece que la rana confía en que la bajada de la temperatura de las aguas económicas enfríe las aguas políticas.
La lógica de ambos problemas es esencialmente la misma, resumiéndose en la siguiente idea: si es evidente que la planificación central no funciona en economía, ¿por qué lo iba a hacer en política? De la misma manera que un selecto grupo de mentes jamás va a superar la sabiduría económica agregada de las millones de personas que forman un mercado, ese mismo selecto grupo no va a saber qué le conviene al conjunto de una sociedad mejor que sus propios integrantes. Esto explica por qué cualquier Gobierno debe limitar las decisiones que toma en nombre de todos –siendo algunas imprescindibles, sin duda– y preservar al máximo la libertad de elección y decisión de sus ciudadanos.
Esta es la lógica que el Gobierno debería aplicar para solucionar los problemas de calidad democrática. Tomemos un caso concreto que atañe al PP para ilustrarlo: el del PP de Andalucía. Su actual presidente, Juan Ignacio Zoido, ha dejado claro que no quiere ser candidato a la presidencia de la Junta. Su renuncia está provocando movimientos dentro del PP andaluz para encontrarle un sustituto. Toda noticia al respecto suele incluir la siguiente frase: "La última palabra la tendrá Mariano Rajoy".
La cuestión es: ¿por qué Rajoy y no los afiliados al PP de Andalucía? El sistema de designación ha producido el actual problema con un presidente del PP andaluz descartándose de la carrera presidencial al cabo de sólo un año de ser nombrado. Entonces, ¿por qué repetirlo?
El problema no habría ocurrido de haberse celebrado unas primarias. La dura competencia que conlleva un proceso de primarias habría filtrado a los candidatos, eliminando a los que menos querían la responsabilidad. Suele ganar una votación quien más empeño pone en ganarla.
Pero es que, además, si el nuevo presidente del PP de Andalucía fuese elegido por primarias, contaría con una enorme ventaja frente a Susana Díaz: la legitimidad que da haber ganado unas primarias verdaderas y no haber protagonizado la farsa de Susana. Frente al ímpetu que está demostrando Díaz, hay que buscar su flanco débil, y éste es claramente el pecado original de su elección a través de unas primarias teledirigidas por Griñán. Su oponente debería distinguirse por su método de elección.
Sin embargo, todo apunta a que el método de designación del sucesor de Zoido será el de siempre, previa consulta con distintos responsables nacionales y provinciales. Es decir, un sistema de cooptación, de búsqueda de un mínimo denominador común con la voluntad de evitar que haya "ganadores y perdedores". En resumen, lo mismo que en 2012.
Decía Einstein que "la locura es hacer siempre lo mismo y esperar resultados diferentes". Si el PP quiere resultados diferentes en Andalucía –y, en general, en el ejercicio de la política española que contribuyan a solucionar los problemas de desencanto ciudadano–, debe hacer las cosas de manera distinta. En eso consiste el salto de la rana.