La semana pasada falleció en Madrid a los 93 años la Dra. Martha Frayde. Su vida merece ser recordada.
Frayde nació en La Habana en 1920. Se licenció en la Escuela de Medicina de la Universidad de La Habana en 1946 y continuó sus estudios médicos con la especialidad de Ginecología en Canadá. De vuelta a Cuba, se afilió en 1950 al Partido Ortodoxo de Eduardo Chibás. Este partido era conocido por su lema "Prometemos no robar" y por su símbolo de una escoba, con la que barrerían toda la podredumbre del Estado.
En esas mismas fechas trabó amistad con el también miembro de las Juventudes del Partido Ortodoxo Fidel Castro. La actividad política y su enfrentamiento con el régimen de Batista –quien encabezó en 1952 el golpe de Estado que privó al Partido Ortodoxo de la posibilidad real de alcanzar el poder– le llevarían eventualmente al exilio en México.
Con el triunfo de la Revolución en 1959, Frayde volvió a Cuba. El nuevo régimen le ofreció ser ministra de Bienestar Social –cargo que rechazó–; en cambio fue directora del Hospital Nacional y de la Escuela de Enfermería de La Habana. En 1962 fue nombrada embajadora de Cuba ante la Unesco en París, donde entabló amistades importantes para su futuro, por ejemplo con Juan Goytisolo. En 1965, tras dimitir de su cargo, volvió a Cuba. Su desencanto con la Revolución ya había comenzado.
Nada más volver, comenzó a airear sus diferencias con el régimen y a sufrir las consecuentes represalias. Se le liberó de todos sus cargos oficiales. Sus numerosas peticiones para viajar al extranjero fueron denegadas. En 1972 intentó escapar de la isla en una zodiac, pero cuando estaban ya en alta mar un agente encubierto de la seguridad cubana pinchó la barca. Frayde no se arredró y fundó el Comité Pro Derechos Humanos en Cuba. La represión, evidentemente, se agravó. En 1976 Frayde fue condenada a 29 años de cárcel por sus "actividades contrarrevolucionarias" como agente de la CIA. La presión internacional de intelectuales afines consiguió que fuese liberada a finales de 1979, tras más de tres años en la cárcel. Inmediatamente partió exiliada a Madrid. Era su segundo exilio de una dictadura. Como ella misma diría, Castro había "dejado chiquito" a Batista como dictador.
En España vivió el resto de su vida, ejerciendo su profesión médica y como delegada europea del Comité Pro Derechos Humanos. En una entrevista concedida a El País al poco de llegar a España aún se consideraba revolucionaria, pero algunas admisiones de la realidad de la vida en Cuba reflejaban la pesadilla en la que se había convertido su revolución soñada:
(H)abía algo muy dramático –al menos, para alguien que, como yo, haya luchado siempre con el anhelo de que mi país viviese en paz, desarrollo y felicidad– cuando se me acercaba alguien y me decía: "Ojalá que yo hubiera sido preso político. Eso me permitiría ahora salir de Cuba". Esto me pareció espantoso. Porque, si hay tanta gente que quiere abandonar su país de manera definitiva, esa es la señal más patente de que el país no marcha bien.
Conocí a la Dra. Frayde en 2009. Acudí en un par de ocasiones a su casa, de la que ya salía sólo en contadas ocasiones por culpa de sus achaques y de su mala vista. Era una señora grande, con empaque, la nariz aguileña y el pelo blanco siempre tirante y recogido en un moño. Las paredes del salón apenas se atisbaban detrás de la multitud de cuadros de muy distintos estilos. En la mesa reposaban las pruebas del Boletín del Comité Pro Derechos Humanos que ella seguía editando. Recuerdo la emoción que me produjo estar sentado frente a la historia viviente que ella encarnaba.
Recuerdo también el manuscrito de unas memorias escritas a mano que me enseñó. Frayde publicó en 1987 un libro en Francia bajo el ciertamente utópico título de Escucha, Fidel. Pero el manuscrito que puso en mis manos era el de otro libro. Lo ojeé con devoción mientras pregunté por qué no lo mandaba publicar. Su respuesta estuvo marcada más por el fastidio y la pereza que por la negativa a publicarlo. Quien quiera que sea el albacea de su legado, espero que el manuscrito sea publicado. Pocas vidas reflejan la verdadera naturaleza de la revolución cubana como la de Martha Frayde.