¿Derecho a votar a los 16 años? Es demasiado poco. ¡No seáis cavernícolas, que Alfonso XIII fue rey desde su nacimiento!
El Congreso ha aprobado una moción para que se rebaje la edad mínima de votación a los 16 años. La medida ha sido propuesta por ERC y Podemos, y a ella se han unido el PSOE y los restos del partido fundado por Jordi Pujol, que quizás así esperan no ser tildados de fachas.
La diputada del PSOE que defendió la propuesta, María González Veracruz, adujo como argumento que los menores de 18 años pagan impuestos. Aplicando ese pensamiento progresista basado en la recaudación fiscal, ¿podrían votar también los niños de 13 años que gastan la paga paterna en comprar chuches y entradas de cine y, por tanto, abonan el IVA? ¿O por qué las embarazadas no van a disponer del voto de los hijos que llevan en sus vientres?
Y otro asunto concomitante del que no se ocuparon los progresistas: ¿se reformarán las leyes para permitir a los menores de 18 años comprar tabaco y alcohol y asistir a las corridas de toros? Menuda contradicción sería que al ciudadano que participa en la elección de un Gobierno se le multase por comprar un paquete de Ducados.
Aunque se disuelvan las Cortes en las próximas semanas, en la siguiente legislatura el asunto volverá a plantearse, y como España vive en un marco de izquierdas se acabará imponiendo, y sin debate alguno. Primero se aprobará en las autonomías que cumplen la función de laboratorio social, que son la andaluza y la catalana, y luego a nivel nacional.
La alteración del censo electoral
Uno de los temas políticos más sobados en esta breve legislatura ha sido el de la ley electoral. Pero tan importante como la manera de convertirlas las papeletas en escaños es la lista de los que pueden votar, es decir, el censo electoral.
Rodríguez Zapatero se dedicó a hinchar el censo mediante el sistema de regalar la nacionalidad a cientos de miles de supuestos descendientes de exiliados, un punto que aparecía en la Ley de Memoria Histórica (sólo en Cuba, más de 100.00 súbditos de los Castro han recibido pasaporte español y pueden votar en las elecciones). Y también mediante la concesión de voto en las elecciones municipales a los inmigrantes legales. En esta línea, la nueva Constitución marroquí reconoció ese derecho de voto que antes negaba a los residentes extranjeros, para que se pudiese aplicar el principio de reciprocidad. Los efectos perversos de esta decisión zapaterina han sido atenuados, por ahora, gracias a una reforma del voto rogado hecha por el PSOE y el PP.
Podemos también quiere modificar el censo electoral. La noche de las elecciones del 20 de diciembre, por las redes sociales corrieron docenas de mensajes de auténtica ira contra los ancianos a los que los podemitas culpaban de su derrota. Los autores proponían quitarles el derecho de voto y desear su muerte. El CIS de enero corroboró que Podemos apenas penetra en los mayores de 55 años.
La reacción de los morados es agrandar el censo con más jóvenes, a los que esperan haber alienado mediante la educación pública y su activismo en los medios de comunicación. Mientras tanto, sobre los españoles de más edad esperan que el tiempo diezme esas cohortes o bien acelerarán su desaparición mediante la aprobación de la eutanasia, cuyo debate la extrema izquierda ya ha planteado en Navarra.
¿Y cómo se comporta el PP con el censo? El partido al que vota la derecha tiene como guía no movilizar a los votantes, porque cree, equivocadamente, que la abstención le beneficia, cuando no es así: en las elecciones de 2008, ganadas por el PSOE, en las 15 provincias con mayor participación el partido más votado fue el PP.
Subamos la edad mínima de votación
Con las modificaciones de la ley electoral y la nacionalidad de Zapatero, España ha entregado su destino como sociedad política a miles de personas que sólo la conocen por las telenovelas, o que tienen como guía espiritual al rey de Marruecos. También permite que intervengan en su política ciudadanos extranjeros que incluso buscan destruir la nación, como el argentino Gerardo Pisarello, el chileno Gonzalo Boye y la uruguaya Ana Surra, tan desagradecidos que aquí recibieron asilo, estudios y sueldos públicos del Estado español y ahora maquinan contra él. Así que introducir en el bombo electoral a nuevos electores cuyo contacto con la realidad son Gran Hermano, el videojuego The Division y Twitter no sería más que otro paso en la destrucción de la sociedad europea, que hasta mayo de 68 se basaba en la responsabilidad individual y colectiva y en el pensamiento lógico y racional; hoy los pilares de esas sociedad son una mezcla de sentimentalismo y odio al disidente.
Algunos nos lamentamos de la desaparición de los asuntos de política internacional de la prensa y de la política. Por ejemplo, yo no recuerdo ningún debate en el Congreso sobre el Brexit, las guerras en Siria, Libia y Ucrania o la avalancha de refugiados. Aparte de la manipulación electoral, con diputados de 16 años, abundarán debates como el de las copas menstruales planteado por la CUP de Manresa para luchar contra el capitalismo, las multinacionales y el calentamiento global.
Aunque sé que es predicar en el desierto, yo propongo influir sobre los electores, subiendo la edad de votación a los 20 años como mínimo, incluso más. Para regenerar la vida pública, algunos políticos han propuesto que se imponga como requisito haber trabajado antes en el sector privado, ¿por qué no exigir que no pueda votar quien no haya cobrado jamás un sueldo, pagado un alquiler, contratado un préstamo hipotecario o tenido un hijo?
El voto es un privilegio y una responsabilidad, no una licencia para alquilar un local y montar un botellón.