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Está a punto de cumplirse el centenario de la muerte del fundador del PNV, Sabino Arana, y dos diarios nacionales lo festejan con citas diarias de su pensamiento. Creo de justicia recordar que las frases, que serían ridículas de no mediar el odio y las muertes de que es responsable el abertzalismo, se han sacado de la antología Paginas de Sabino Arana (Criterio Libros). Hasta hace muy poco, el recordar el carácter racista y demencial de Arana en la prensa madrileña habría sido imposible. Un amigo presentó a una editorial catalana el proyecto de una biografía humorística de Sabino y se le rechazó con la excusa de que el personaje sólo tenía interés local. ¡Y luego algunos dicen que las cosas no han cambiado!
 
Por su parte, el PNV pretende conmemorar la efeméride el 25 de noviembre con la inauguración de un monumento al Padre, al Mártir, al Maestro, al Fundador, al Héroe (que todos estos ditirambos recibe Sabino en la vieja literatura peneuvista) en Bilbao, enfrente de su casa natal, convertida ahora en cuartel de su criatura.
 
El partido-eje, que, como ya dijo José Antonio Aguirre en los años 30, encarna “al Pueblo en marcha”, prosigue la fabricación de las nuevas historia y cultura vascas. Todos los alcaldes de Bilbao desde 1979 han sido del PNV (algunos elegidos con apoyo de los socialistas) y una de sus labores comunes ha sido la erradicación del callejero de los personajes que contradecían la ideología abertzale. Los bilbaínos jóvenes desconocen a paisanos suyos como el diputado liberal Gregorio Balparda, asesinado en los barcos prisión en 1936; el escritor Rafael Sánchez-Mazas; y el empresario Javier Ybarra, que fue alcalde de la villa y al que ETA secuestró y asesinó en 1977. Miguel de Unamuno, a quien el régimen franquista rehusó dedicar una calle, está presente de una manera indigna: su cabeza corona una columna, a la manera de pica, en el Casco Viejo. También faltan vascos ilustres como Ramiro de Maeztu y el almirante Blas de Lezo.
 
Se puede comprender la saña contra los jefes militares del bando vencedor de la guerra, como Mola, Dávila y el propio Franco, a cuyas órdenes sirvieron docenas de miles de vascos (como el padre de Javier Arzallus), pero no contra militares que combatieron por Bilbao. El general Baldomero Espartero disponía de una calle importante en el Ensanche bilbaíno, en recuerdo del levantamiento del sitio de Bilbao en la primera guerra carlista. Sin embargo, en el imaginario abertzale es culpable de haber engañado a los vascos con el Abrazo de Vergara. Por ello, se le despojó de la calle para dársela al burukide Juan Ajuriaguerra, muerto en 1979. Se sustituyó a un general español, liberal y vencedor por un político derrotado que en 1937 entregó a miles de gudaris a los fascistas italianos.
 
Bilbao es, creo, la única capital de provincia en la que no hay una Plaza de España. La que llevaba ese nombre se cambió, con una alianza entre PNV, EA y HB en el pleno, por el de Circular. Los bilbaínos han tenido que acoger a los escasos personajes de que pueden alardear los nacionalistas: el espía Jesús Galíndez, el lendakari José Antonio Aguirre, el catalanista Francesc Macià...
 
Poco antes de la inauguración del Museo Guggenheim, un ertzaina (militante del PNV, por cierto) murió al evitar un ataque terrorista. El Ayuntamiento se apresuró a bautizar con su nombre una plazoleta junto al Museo. Sin embargo, el callejero de Bilbao se ha olvidado de las docenas de vecinos asesinados por ETA; no tienen lugar en la memoria de la villa.
 
Bofetada a bofetada, el PNV está convirtiendo a Bilbao en un gran batzoki erigido en memoria del Fundador: Avenida de Sabino Arana (antes de José Antonio Primo de Rivera), Sabin Etxea (Casa de Sabino, la sede del partido), el busto de Sabino... Que el partido de Ibarretxe es occidental lo prueba que todavía no practique el vicio soviético de renombrar ciudades en honor a sus líderes, como Leningrado y Stalingrado. Lo más risible es que Arana odiaba a Bilbao por mestizo, españolista y taurino.

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