Pocas órdenes religiosas en la Iglesia Católica han ganado en poco tiempo desde su fundación el crecimiento y el prestigio de la Compañía de Jesús, o jesuitas. Cuando en 1556 muere su fundador, el vasco San Ignacio de Loyola, soldado del césar Carlos, la orden, que había sido aprobada por Pablo III en 1540, tenía un millar de miembros; medio siglo más tarde la cifra había aumentado a 13.000.
Durante la segunda mitad del siglo XVI y el siglo XVII los jesuitas se extendieron por todo el mundo y se convirtieron en la punta de lanza de la Reforma católica: misioneros en la India y Japón, reducciones en las selvas sudamericanas, mártires bajo el hacha o el fuego de los protestantes en Inglaterra y Alemania, hospitales, laboratorios, colegios y universidades en tres continentes... Luis XIV de Francia fue educado por jesuitas, al igual que los hijos de Felipe V de España. El primer rey que quiso tener a un jesuita por confesor fue el portugués Juan III, ya en 1552.
El 12 de marzo de 1622, el papa Gregorio XV canonizó a varios santos españoles, de los que dos eran jesuitas, San Ignacio y San Francisco Javier. La canonización del viejo soldado fundador de la Compañía la promovieron los reyes Felipe III y Felipe IV de España y Enrique IV y Luis XIII de Francia.
La doctrina del tiranicidio disgusta a los reyes
Su preparación, su apoyo a la doctrina del tiranicidio, su éxito en formar a las elites y su lealtad a la Iglesia convirtieron a los jesuitas en objetivo de los ilustrados, los masones y los socialistas. El ideólogo comunista italiano Antonio Gramsci les puso como ejemplo a sus camaradas. Por ello, sufrieron más persecuciones y más difamaciones.
En España el poder, ya fuese el de los reyes absolutos o el de los revolucionarios, los disolvió o expulsó de su patria cinco veces en 140 años: en 1773, cuando el papa Clemente XIV disolvió la orden por presión de los reyes borbónicos; en 1820, en 1835, en 1868 y en 1931. El general Franco derogó en 1938 las normas que habían supuesto la expulsión de los jesuitas de España y la confiscación de sus propiedades.
En 1959 los jesuitas eran 34.000 (sacerdotes, hermanos y escolares o estudiantes); y en 1965 alcanzaron su máxima expansión en número: 36.000. Pero ese mismo año comenzó su decadencia.
En mayo de 1965 fue elegido Pedro Arrupe como prepósito general; y en la Congregación General nº 32 (1974) la mayoría de los jesuitas optó por la opción preferencial por los pobres y la Teología de la Liberación. El padre José María Llanos pasó de falangista acérrimo a comunista irreductible. Y el asturiano Federico González-Fierro implantó estudios de bable en el centro de formación profesional de Gijón y perdió el tiempo en traducir la Biblia a la llingua (con una subvención de cuatro millones de pesetas de la Junta del Principado).
La deriva de la Compañía de Jesús preocupaba no sólo entre los fieles, sino, también, en la Santa Sede, lo que es tanto más sorprendente por el cuarto voto de obediencia al papa.
En 1975 el número de jesuitas había bajado a 29.000.
La violencia contra las estructuras de pecado
En esos años oscuros muchos jesuitas participaban y legitimaban la violencia armada como vía para luchar contra esas injusticias y pobrezas. En una entrevista, el sacerdote Javier Vitoria, que fue rector del seminario de la diócesis de Bilbao, aportó el testimonio de su amigo el jesuita Ignacio Ellacuría, asesinado en 1989 en El Salvador:
Ignacio Ellacuria solía decir que la violencia subversiva, desde un punto de vista cristiano, era una tentación, pero no un pecado. En aquella época vivíamos en la aureola de Camilo Torres.
Según George Weigel, biógrafo de Juan Pablo II, a fines de 1979, durante la asamblea de presidentes de la Conferencia Jesuita, el papa señaló a los asistentes que los jesuitas eran motivo de preocupación para sus predecesores y que también lo eran para él. Su mensaje contenía estas palabras:
Deseo deciros que habéis sido motivo de preocupación para mis predecesores, y que lo sois para el Papa que os habla.
Más tarde Juan Pablo II remitió a Arrupe una carta escrita por Juan Pablo I con duras críticas a la Compañía y que no se había enviado debido a la muerte de éste. Juan Pablo II añadió que estaba de acuerdo con el contenido de la carta.
En agosto de 1981, días después de que Arrupe sufriera una trombosis cerebral que le dejó incapacitado, Juan Pablo II nombró un delegado personal, el jesuita italiano Paolo Dezza, que era casi octogenario, "saltándose los estatutos internos de la orden", como le reprocha un jesuita mexicano. En esta crisis, el padre Jorge Mario Bergoglio estuvo de parte del sector tradicional, contrario a la Teología de la Liberación y obediente a Roma. Incluso se dice que Juan Pablo II le nombró obispo para sacarle de la jurisdicción de la orden.
En 1983 los jesuitas eligieron un nuevo general: el holandés Peter Hans Kolvenbach, pero la orden no detuvo su decadencia. Ésta es vista incluso con cierta alegría, como explicó en 2003 el provincial de la Compañía en España, Isidro González Madroño. "Estamos sufriendo un descenso que continuará, de modo progresivo, hasta estabilizarnos, dentro de 10 o 15 años, en unos 900 jesuitas en España", cuando eran casi 1.750. Para González Modroño, esa disminución se debe "al nuevo balance en la Iglesia, donde los laicos cada vez son más importantes, y los religiosos debemos asumir nuestra especificidad. No es malo [sic] que descendamos si logramos realizar nuestro papel".
En los últimos años, la Compañía ha suprimido de varias de sus universidades, como las de Deusto (España) y Georgetown (Estados Unidos), los símbolos cristianos y jesuitas.
Todos los jesuitas de España unidos
En enero de 2003 los jesuitas eran 20.048. En enero de 2011 habían caído a 17.908. A comienzos de 2013 el número se había reducido todavía más: 17.287, de los que 12.298 eran sacerdotes, 1.400 hermanos (religiosos que no serán sacerdotes), 2.878 religiosos que serán sacerdotes y están en periodo de formación y 711 novicios.
La región más importante del mundo para los jesuitas es Asia, donde vive el 32% de ellos. Le siguen Europa (31%), Estados Unidos (14%), Hispanoamérica (14%) y África (9%). El 29% de los nuevos ingresos procede de India y Sri Lanka, mientras que sólo el 17% procede de algún país europeo. La edad media de los jesuitas en África y Asia Meridional es de 50 años, mientras que en Europa y Estados Unidos sube a 65.
Una de las consecuencias de semejante invierno demográfico es que la Compañía de Jesús ha tenido que integrar en una sola las cinco provincias en que estaba dividida España: Loyola (Vascongadas y Navarra), Bética (Andalucía), Tarraconense (Cataluña, cuya web sólo está en catalán), Aragón (Aragón, Baleares y Valencia) y Castilla (el resto del país).
Es cierto que esta situación afecta a casi todas las órdenes religiosas, femeninas y masculinas, con siglos de existencia: franciscanos, dominicos, clarisas, benedictinos, carmelitas, agustinos... De ella sólo se libran, como señala el principal experto español en vida religiosa, Francisco José Fernández de la Cigoña, los nuevos institutos, de los que es un ejemplo Iesu Communio, y los que mantienen la fidelidad a sus reglas originales aun escindiéndose los aggiornados.