Tratar de adivinar el pontificado de un papa en las horas siguientes de su elección es tan inútil como hacer listas de papables en las vísperas del cónclave. Pío IX, presentado por los avanzados del siglo XIX como el mayor reaccionario del mundo, comenzó su pontificado, el más largo de la historia de la Iglesia, de casi 32 años, como un liberalizador: otorgó una Constitución, un Gobierno parlamentario y una amnistía. Luego las conspiraciones y atentados de los carbonarios, más las guerras desencadenadas por los Saboya, que concluyeron con la invasión de Roma, le colocaron en el otro extremo.
Francisco José Fernández de la Cigoña, el mayor experto en obispos y cardenales de España, ha definido al cardenal Jorge Mario Bergoglio como conservador y con fama de autoritario en Argentina. Pero, por otro lado, el nuevo papa proviene de una jerarquía nacional donde los obispos no destacan por su formación doctrinal. Para quienes están convencidos de que la Iglesia es libre cuando se enfrenta a las potencias del mundo, Bergoglio ha criticado a los gobiernos del matrimonio Kirchner, hasta el punto de que don Néstor se negó a asistir a varias ceremonias presididas por el arzobispo de Buenos Aires y, además, como José Bono, dio lecciones de teología.
Por ahora, podemos añadir que se trata del primer papa americano, y encima de lengua materna española. ¿Una señal de que la Iglesia abandona la vieja, secularizada y renqueante Europa por la vital y joven América, donde vive más del 40% de los católicos? En su primer discurso, el nuevo pontífice mencionó la nueva evangelización, una campaña planteada por Juan Pablo II, continuada por Benedicto XVI y ahora adoptada por Francisco.
Aunque Argentina está en América, tiene algunos vicios europeos, como el invierno demográfico, el imperio del relativismo en las clases intelectuales y la adopción de la ingeniería social, con los socialistas de Zapatero como asesores. El martes la catedral de Buenos Aires fue profanada por un grupo de extrema izquierda que protestaba contra el gobernador de la ciudad.
El primer papa de su orden
Pero tal vez la condición más sorprendente y paradójica de Francisco sea la de jesuita. La Compañía de Jesús, fundada por un vasco, ha sido la orden religiosa más poderosa e influyente de la Iglesia católica desde el siglo XVII. La defensa de la legitimidad del tiranicidio acarreó a los jesuitas la persecución de las monarquías absolutas, y su condición de vanguardia del Papado les atrajo los odios de los reformados y los ilustrados. El ideólogo comunista Antonio Gramsci admiraba a la Compañía de Jesús y aconsejó a sus camaradas que imitasen sus métodos. El último papa que les hizo un encargo personal fue Pablo VI, que en 1965 ordenó al general de entonces, otro vasco, Pedro Arrupe, que se opusiese al ateísmo. La decadencia de la Compañía fue tal que en 1981 Juan Pablo II nombró a un delegado pontificio para gobernarla.
Bergoglio es el primer papa jesuita. Con él la orden alcanza un honor inesperado, que se produce cuando parece cercana a la extinción o, como mínimo, la insignificancia. En 1966 la Compañía tenía unos 36.000 miembros, que en 2011 se habían reducido a la mitad. En Francia apenas quedan 400 jesuitas, de los que la mayoría supera los 75 años. Y en España su disminución es tan grande que se han unido en una sola las cinco provincias en que estaba dividida. ¿Es Francisco el canto del cisne de los jesuitas o quizás el inicio de la resurrección?
Todavía no sabemos las razones de la elección de su nombre pontifical. Algunos recuerdan al gran misionero jesuita San Francisco Javier, enterrado en Goa, pero otros, más atrevidos, citan al fundador de los franciscanos, San Francisco de Asís. Merece la pena recordar que el poverello de Asís no sólo promovió la reforma de la Iglesia con una obediencia absoluta al Papado, sino que, además, estuvo en Egipto con la Quinta Cruzada. A los santos se les coge enteros, no por trozos, como los políticos.
Para concluir esta apresurada crónica, lo primero que hizo el nuevo papa fue poner a rezar a los fieles, por Benedicto XVI y por él mismo. Buen comienzo para el nuevo pontificado, porque, como escribió otro hispanoamericano católico, el colombiano Nicolás Gómez Dávila, "lo único sensato es importunar tercamente a Dios con nuestras oraciones".