La clase dirigente inglesa sabía lo que quería: anular a las dos potencias católicas, España y Francia, convertirse en la reina de los mares y encontrar mercados para sus mercancías.
El dictador Oliver Cromwell (1653-1658) era un fanático puritano que detestaba a los que él llamaba papistas. Aunque Felipe IV de España fue el primer soberano europeo en reconocer la República inglesa, y ofreció al Lord Protector mantener el Tratado de Madrid vigente entre los dos países. El inglés lo rechazó y empezó a preparar la guerra. La rivalidad comercial y el odio anticatólico convertían a España en primer enemigo de la República, por encima de la monarquía francesa, que apoyaba la restauración de los Estuardo, aliados suyos.
El primer plan era el Designio Occidental, una expedición para conquistar La Española, Cuba u otras islas para después pasar al continente y convertir la América española en inglesa. Los argumentos a favor de la agresión contenían perlas como la siguiente: los españoles eran demasiado vagos y lujuriosos como para defender las islas. Para cumplirla, se despacharon dos flotas, una al Caribe y otra al Mediterráneo. Así comenzó en 1654 la Guerra Anglo-Hispana.
La expedición al Caribe fue derrotada; sólo pudo conquistar Jamaica, en 1655, y debido al escaso número de españoles que había. La otra flota atacó los puertos de Cádiz y Santa Cruz de Tenerife. Entonces se planeó por primera vez la ocupación del Peñón de Gibraltar para convertirlo en una base contra las flotas de Indias. En instrucciones a sus almirantes, Cromwell les dijo que si no podían atacar Cádiz sopesasen lo siguiente:
Si hay algún otro lugar que se pueda atacar, en especial la ciudad y el castillo de Gibraltar, (...) si nos podemos apropiar de ellos y mantenerlos, ¿no serían ambos una ventaja para nuestro comercio y una molestia para los españoles, y nos permitirían, sin necesidad de mantener una gran flota en esa costa, con sólo seis fragatas ligeras colocadas allí, hacer más daño que (...) una flota y aliviar nuestra carga?
Ésta es la primera propuesta inglesa de una ocupación permanente de Gibraltar.
Cromwell murió en 1658. Dos años después el rey Carlos II de Estuardo firmó la paz con España.
En 1693, durante la Guerra de los Nueve Años (1688-1697), que enfrentó a Europa entera contra Luis XIV de Francia y sus aliados jacobitas, una escuadra de escolta anglo-holandesa mandada por el almirante George Rooke se refugió en Gibraltar para escapar de una emboscada francesa. Once años más tarde Rooke regresó para tomar la plaza.
La gran mentira inglesa
La Guerra de Sucesión española fue la ocasión que se presentó a los ingleses para apoderarse de la llave del Mediterráneo. En el verano de 1704 zarpó de Lisboa una armada anglo-holandesa mandada por Rooke y en la que viajaba el príncipe Jorge de Hesse, representante personal del archiduque Carlos de Habsburgo. El primer objetivo fue Barcelona, donde las tropas del virrey forzaron el reembarque de las aliadas. El 17 de julio de 1704 los jefes de la armada celebraron un consejo de guerra y decidieron atacar el mal defendido Gibraltar.
El sitio comenzó, y se exigió de la plaza la rendición y el juramento de lealtad a Carlos III. El ayuntamiento gibraltareño contestó el 1 de agosto que rehusaba el ultimátum. En la noche del 3 al 4 se produjo un fuerte bombardeo del castillo y del pueblo desde los navíos, y al día siguiente los españoles se rindieron al príncipe de Hesse. A los gibraltareños se les dio a elegir entre marcharse con sus bienes o permanecer en la ciudad con la condición de reconocer al Habsburgo como nuevo monarca. En el éxodo de los españoles fue decisivo el comportamiento de la soldadesca inglesa, por los saqueos y las profanaciones.
De las 1.200 familias censadas se fueron todas menos 22, y se llevaron consigo la imagen de su patrona, la Virgen Coronada, y el documento firmado por los Reyes Católicos en 1502 que concedía su escudo de armas. Los expulsados se refugiaron en la ermita de San Roque, causa del nacimiento de una nueva ciudad. Al año siguiente, el archiduque la visitó en su viaje de Lisboa a Barcelona en condición de rey de España.
El reino de Mallorca reconoció al duque de Anjou como rey de España, pero cuando los cañones anglo-holandeses se acercaban las elites cambiaron de casaca. En el verano de 1706 el archiduque Carlos había entrado en Madrid y los aliados decidieron la ocupación de Mallorca y de Ibiza, que se realizó entre septiembre y octubre de ese año. En Menorca, el levantamiento de los austracistas fue derrotado por los borbónicos; además, en 1707 llegaron refuerzos franceses. Pero en septiembre de 1708 dos flotas británicas, que zarparon de Barcelona y Cerdeña, desembarcaron tropas que, mandadas por el general James Stanhope, se apoderaron de la isla y de lo más valioso: el puerto de Mahón y el castillo de San Felipe que lo defendía, construido por Felipe II.
Como con Gibraltar, los británicos habían conquistado Menorca para ellos, no para Carlos III, así que expulsaron al gobernador que éste nombró y amenazaron con retirar sus tropas de España si no se les permitía apoderarse de la isla.
En 1722, los invasores trasladaron la capital de Ciudadela a Mahón. También restauraron los privilegios feudales menorquines, pero los violaron cuando les convino y los usaron para tratar de separar a los nativos del resto de los españoles. Los británicos daban tanta importancia a su base de Mahón que a mediados del siglo XVIII convirtieron el fuerte de San Felipe en la mayor fortificación de Europa.
España, expulsada del Mar del Norte
En la Paz de Utrecht, el reino de la Gran Bretaña obtuvo para sí Gibraltar y Menorca, que había conquistado como parte de la Gran Alianza para el archiduque Carlos. A la vez, el reino de España perdió los Países Bajos y Francia se comprometió a demoler la fortaleza de Dunquerque, inglesa hasta el siglo XVI y luego española hasta 1658.
El cambio geopolítico fue radical. Los barcos castellanos habían navegado por el Mar del Norte y el Canal de la Mancha desde la Baja Edad Media, hasta el punto de que en 1380 una armada remontó el Támesis y quemó Gravesend, un pueblo cercano a Londres. España dejaba de ser una potencia naval en el norte que atenazaba a Inglaterra con el puerto de La Coruña, del que habían zarpado varias flotas de guerra con destino las islas Británicas, y las bases en Flandes. Los ingleses se convirtieron en una potencia en el Mediterráneo: con Gibraltar pasaron a controlar el acceso al mar y vigilaban Cádiz; con Menorca, interferían las comunicaciones entre España, Francia e Italia y amenazaban la base francesa de Tolón. En cuanto pudo, la armada británica siguió ampliando su colección de refugios de piratas.
Los primeros reyes Borbones se empeñaron en recuperar esos pedazos del territorio español amputado; sólo lo consiguieron con Menorca. En los siglos siguientes, Gibraltar ha sido un nido de contrabandistas y un refugio para conspiradores; sólo cuando el régimen franquista cortó la comunicación con la Península pareció que la colonia se iba a rendir, pero Felipe González y su ministro de Exteriores Fernando Morán pensaron que no era europeo el aislamiento de Gibraltar.