Cuando se eligieron las Cortes Constituyentes de la II República, en junio de 1931, el PSOE era el principal partido de España: 115 diputados y tres ministros en el Gobierno (Indalecio Prieto en Hacienda, Francisco Largo Caballero en Trabajo y Fernando los Ríos en Justicia).
La hegemonía socialista no era sólo en las instituciones, sino también en las calles y las fábricas. El PSOE y la UGT (mucho más importante el sindicato que el partido) habían sido colaboradores entregados de la Dictadura de Primo de Rivera, que quería usarles para debilitar a la CNT anarquista, de la misma manera (¡ah, los estrategas políticos de Madrid!) que empleó el sindicato del PNV, Solidaridad de Trabajadores Vascos, contra los carlistas. Gracias al monopolio sindical de la UGT impuesto por la Dictadura, los socialistas se apoderaron de los puestos de la burocracia sindical.
La protección de la Dictadura tuvo como consecuencias la legislación laboral y el establecimiento del PSOE y la UGT como únicas formaciones políticas organizadas en toda España entre 1930 y 1931.
Al caer la Monarquía, muchos españoles, con un oportunismo que se repitió en la Transición, acudieron en auxilio de los vencedores. El historiador cercano al socialismo Santos Juliá da los siguientes datos de afiliación (Los socialistas en la política española, 1879-1982). El PSOE tenía en octubre de 1928 algo más de 8.000 afiliados; a finales de 1930, cerca de 18.000; unos 20.000 en abril de 1931; y 75.000 en abril de 1932. La UGT osciló entre 220.000 y 230.000 afiliados en la Dictadura; al proclamarse la República subió a 300.000: y en octubre de 1931, a 654.403. El sindicato contaba además con el atractivo de ser una agencia de colocación para sus afiliados (Santos Juliá, en Madrid, 1931-1934. De la fiesta popular a la lucha de clases).
Pérdida de afiliados y de diputados
Los dos años de Gobiernos presididos por Manuel Azaña provocaron el descontento en los dirigentes y militantes del PSOE y la UGT. En el primer bienio, hubo más tumultos, huelgas y muertos que en la Monarquía y la Dictadura, y tanto en el campo en las ciudades la economía empeoraba. Y lo más irritante: la CNT en Madrid crecía a pesar de los privilegios legales de la UGT. El parteaguas fue la huelga de la construcción en Madrid convocada por los anarquistas en junio de 1933 e impuesta a punta de pistola.
El último factor que les condujo a la violencia era su tradicional tacticismo. En el XIII congreso, de 1932, lo repitió Largo Caballero (El Socialista, 13-X-1932):
Ahí está la historia de nuestro partido para demostrar que la legalidad se ha roto cuando ha convenido a nuestras ideas (…) se trata únicamente de una cuestión de táctica.
Para los socialistas, valía todo para implantar el socialismo: el atentado personal, la colaboración con una dictadura militar, la conspiración con unos burgueses y ahora otra contra esos burgueses.
Como reconoce Juliá, los socialistas elaboraron "su discurso de la conquista del poder inmediatamente después de que fueran excluidos del Gobierno" en septiembre de 1933. Se produjo así lo que Juliá llama "radicalización" y otros historiadores (Ricardo de la Cierva, Pío Moa, Fernando Paz) llaman "bolchevización". Se postergaba la vía parlamentaria al socialismo por la vía insurreccional.
Desde la celebración de su congreso de febrero de 1932, las Juventudes optaron por esa bolchevización, al colocar en su comisión ejecutiva a partidarios del extremismo, como Juan Simeón Vidarte y Santiago Carrillo. Éste, con 17 años de edad, pasó a dirigir el periódico de las JJSS, Renovación, desde el que se adoctrinaba en la violencia. Las JJSS se retiraron de la Internacional de Juventudes Socialistas por ser ¡reformista! De las JJSS, en el que según Fernando Paz (El libro negro de la izquierda española) había agentes comunistas para desplazarlo a posiciones revolucionarias, salió el apodo del ‘Lenin español’ para Largo Caballero.
La victoria electoral de la CEDA y el hundimiento del PSOE (cayó a una cincuentena de diputados) en noviembre de 1933 encolerizó a los socialistas. La facción de Largo, que ya controlaba el PSOE, fue desplazando a los moderados, dirigidos por Julián Besteiro, de la ejecutiva de la UGT, que dimitieron en enero de 1934.
El comité revolucionario de Largo Caballero
En febrero para justificar su violencia, los socialistas se inventaron el "peligro fascista", que unas veces era la minúscula Falange y otras la comedida CEDA. España vivió así, dice Fernando Paz, "la paradoja de que el antifascismo precedió a la existencia del fascismo", cuando las únicas bandas de pistoleros capaces de paralizar Madrid o Barcelona eran las de los socialistas y los anarquistas.
Con las tres organizaciones socialistas bajo su control, los golpistas montaron un comité mixto, presidido por Largo y con dos miembros del PSOE, dos de la UGT y dos de las Juventudes (uno de éstos era Carrillo). El comité ordenó a las agrupaciones que buscasen fondos y preparasen listas de afiliados dispuestos a matar. Prieto y los socialistas masones (Vidarte) se encargaron de los contactos con militares. Las Juventudes buscaron instructores entre los uniformados.
Prieto, tan adicto a la violencia que llevaba pistola y al menos una vez la sacó en las Cortes, compró armas para matar a otros españoles con fondos del sindicato minero asturiano. Una pareja de carabineros le sorprendió en julio supervisando la descarga del alijo en la playa de San Esteban de Pravia.
Irónicamente, los socialistas pregonaban sus planes terroristas en discursos y artículos, como el famoso ‘No puede haber concordia. ¡Atención al disco rojo!’ (El Socialista, 3-I-1934).
En muchas sedes de la UGT se guardaban armas, se elaboraban listas negras y se entrenaban los matones. Por ejemplo, el comunista Manuel Tagüeña cogió por primera vez un fusil Máuser en la casa del pueblo de Madrid (Testimonio de dos guerras); en esa sede, pocas semanas antes de la Revolución de Octubre, la Policía descubrió "un pequeño arsenal escondido tras unas paredes" (Santos Juliá). Otro ejemplo, el 5 de octubre de 1934, unos pistoleros socialistas secuestraron en Mondragón al diputado Marcelino Oreja Elósegui; le mantuvieron preso en la casa del pueblo local; y luego le llevaron a una huerta y le mataron a tiros.
La entrada de tres ministros de la CEDA en el Gobierno fue el detonante de la insurrección ‘preventiva’, que comenzó el 5 de octubre.
El empleo de la violencia es "objetivamente positivo"
Después de 1.400 muertos y de una sublevación contra un Gobierno parlamentario, ni el PSOE ni la UGT aprendieron nada. En el año siguiente fomentaron el odio con las supuestas atrocidades de la represión de su golpe de Estado. En la campaña para las elecciones de febrero de 1936, las invocaciones a la guerra civil fueron constantes. Largo Caballero aulló (El Socialista, 14-I-1936):
No vengo aquí arrepentido de nada, absolutamente de nada. Yo declaro paladinamente que, antes de la República, nuestro deber era traerla; pero, establecida la República, nuestro deber es traer el Socialismo, no hablo de socialismo a secas: hablo del Socialismo revolucionario. Lo que hace falta es voluntad para ir a la lucha, ocurra entre nosotros lo que ocurra, que ya lo resolveremos; pero al enemigo común hay que vencerle en la próxima lucha. Nuestra aspiración es la conquista del Poder político. ¿Procedimientos? ¡El que podamos emplear!
Una vez conquistado el poder por la fuerza debido a la cobardía de los republicanos burgueses de Alcalá Zamora y amañada una mayoría parlamentaria con la colaboración del PNV, las bandas de pistoleros socialistas trataron de imponer su ley por toda España. La complicidad del Gobierno llevó a que, como había ocurrido en la Alemania nazi, se nombrara delegados policiales a los pistoleros.
Esto escribía Julio Álvarez del Vayo, uno de los ideólogos del PSOE, en el número de 22 de marzo de la revista intelectual del partido, Leviatán:
El empleo de la violencia es objetivamente positivo, por cuanto en España el fascismo es aún débil y la victoria habrá de ser para el socialismo.
Tan poseídos estaban los socialistas por el discurso de la guerra civil de sus caudillos y agitadores que los caballeristas y los prietistas se tiroteaban entre ellos por la mayor o menor velocidad revolucionaria de cada bando.
El comando terrorista que fue al domicilio de José Calvo Sotelo para vengarse por el asesinato del teniente Castillo (militar traidor que adiestraba en el uso de armas a las juventudes socialistas, tiroteado por desconocidos), lo formaban socialistas, algunos de los cuales ya eran experimentados matones. Cuatro días después del asesinato del diputado monárquico, los socialistas se encontraron con la guerra civil que deseaban.
Por fortuna para todos nosotros, la perdieron.
El peor Gobierno de la historia de España
En esa guerra un socialista, Juan Negrín, dirigió la entrega a Stalin del oro del banco de España (al morir en 1956 ordenó a su familia que entregase los documentos que guardaba sobre este expolio al régimen franquista) y permitió sin escrúpulos (estuvo en el Gobierno del Frente Popular como ministro y presidente entre septiembre de 1936 y marzo de 1939) las chekas y la desaparición y el asesinato de miles de personas.
Araquistain escribió a Martínez Barrios (carta del 4-IV1939), el de Negrín había sido el Gobierno
más inepto, más despótico y más desaprensivo que ha padecido España, incluso en los tiempos más ominosos de las dinastías austríaca y borbónica.
Prieto se vengó de Negrín: primero en 1939 le quitó parte del botín que robó y mandó a México y luego hizo que en 1946 se le expulsase del PSOE en 1946 por haberse sometido al PCE y a la URSS. Sin embargo, otro secretario general, Zapatero, le reintegró a él y, como de costumbre en el partido, sin dar explicaciones.
Besteiro avergüenza a los socialistas
En los años 30, el único acto de dignidad que hubo entre los socialistas lo realizaron algunos de ellos dirigidos por Julián Besteiro, que, en unión con el coronel Segismundo Casado y los anarquistas de Cipriano Mera, se sublevaron en marzo de 1939 contra el plan de los comunistas y su títere Negrín de mantener una resistencia a sangre (ajena, claro) y fuego hasta el estallido de la guerra europea.
La honradez y la decencia de Besteiro fue tal que esperó a las tropas nacionales en Madrid, mientras los Prieto, Negrín, Largo, Vidarte, Araquistain y Carrillo ya habían huido. El régimen franquista le castigó de manera tan severa como absurda: fue condenado a treinta años de cárcel y murió en 1940.
Es Besteiro el único socialista de esa época siniestra al que todos los españoles pueden honrar. Pero de él sus compañeros del siglo XXI no quieren saber nada. Porque les recuerda su pasado golpista, ladrón y violento.