La elección presidencial de 1960, entre el senador demócrata John F. Kennedy y el vicepresidente republicano Richard Nixon, ha sido una de las más reñidas en la historia de Estados Unidos. Las dudas sobre el recuento de los votos sólo fueron de magnitud similar en las de 2000, entre George W. Bush y Al Gore. Según muchos historiadores, Nixon fue el auténtico vencedor de las elecciones, pero los apaños de la maquinaria demócrata, tanto en el sur como en el norte, le arrebataron el triunfo. Sin embargo, Nixon se negó a impugnar los resultados y exigir un nuevo recuento en varios estados, a diferencia de Gore, que no admitió su derrota en Florida por un puñado de votos y mantuvo la incertidumbre durante varias semanas.
El historiador Paul Johnson asegura que esas elecciones mostraron el cambio en el país del comportamiento de los medios de comunicación. Por un lado, los periodistas adoptaron como héroe a Kennedy, que había heredado su fortuna y hasta sus cargos públicos de su padre, en vez de a Nixon, el modelo de self-made man, ya que provenía de una familia humilde de California, había estudiado en una pequeña universidad en vez de en Harvard y había conseguido ser senador y vicepresidente del general Dwight Eisenhower, a cuyas órdenes había servido en la Segunda Guerra Mundial.
En 1960 el Partido Demócrata empezó a usar las argucias que le llevaron a apoderarse del voto negro, pese a su comportamiento racista en el sur del país, del que los últimos presidentes demócratas, Bill Clinton y Barack Obama, han captado casi un 90% del voto.
Las leyes de Jim Crow
Como Kennedy provenía de Nueva Inglaterra y era católico, su candidatura se equilibró con el jefe la mayoría demócrata en el Senado, el texano Lyndon B. Johnson, para que a los sureños no les quedasen dudas sobre el respeto de Kennedy a los compromisos con ese sector del partido, que quería que todo candidato presidencial respetase la soberanía constitucional de los estados. Este concepto implicaba que el Ejecutivo y el Legislativo federales no se opondrían a las Leyes de Jim Crow, que se habían aprobado en los estados que habían formado la Confederación después de la retirada del Ejército de la Unión para excluir de la política, el empleo, la enseñanza y en definitiva de la vida pública a los negros. Mediante estas leyes, los blancos racistas, encuadrados en el Partido Demócrata, habían levantado la sociedad segregada.
Las comunidades negras eran entonces una cantera de votantes para el Partido Republicano y Nixon contaba con ellas. Pero el 19 de octubre de 1960 se produjo uno de esos acontecimientos casuales que cambian la tendencia de las elecciones en Estados Unidos: el reverendo Martin Luther King, ya adalid de la igualdad de blancos y negros, y una cincuenta de sus seguidores fueron detenidos en Atlanta (Georgia) por negarse a abandonar un restaurante segregado. Se puso en libertad bajo fianza a todos, salvo a King, al que en un juicio sumario celebrado el día 26 el juez condenó a cuatro meses de trabajos forzados y encarceló inmediatamente. Su familia y sus partidarios temían que fuese asesinado en la cárcel. Nixon no dijo nada en público sobre este asunto, al igual que John Kennedy; pero éste telefoneó a la esposa de King, Coretta, para ofrecerle su apoyo y, además, su hermano Robert llamó al juez para que revocase o ablandase la sentencia.
Gracias a esta gestión, King quedó libre y su padre cambió su voto de Nixon a Kennedy diciendo que votaría por el demonio si éste enjugaba las lágrimas de su nuera.
Nixon explicó en su libro Seis crisis su respuesta al consejero electoral que le recomendó que hiciera un comentario sobre la condena a King:
Creo que lo que se ha hecho con el doctor King es un verdadero disparate. Pero, a despecho de todos mis sentimientos a este respecto, sería completamente impropio para mí o para cualquier abogado visitar al juez. Robert Kennedy debió recordarlo, en vez de obrar así.
Aunque Nixon tenía la razón legal de su parte, ya que se amparaba en las normas de la Asociación de Abogados de Estados Unidos, también es cierto que a causa de las leyes racistas del Sur los negros no podían esperar juicios justos ni tratamiento imparcial.
Una campaña planeada
Los biógrafos de la familia Kennedy Peter Collier y David Horowitz escriben:
El gesto de los Kennedy no era una simple reacción de conciencia: el domingo anterior a las elecciones se distribuyeron octavillas a la salida de las iglesias negras de todo el país explicando su ayuda a Martin Luther King. Y como consecuencia, el voto negro en Illinois y Texas les fue crucial.
Kennedy superó a Nixon en Illinois por menos de 10.000 papeletas gracias a que le votaron 250.000 negros; y en Michigan otro cuarto de millón de negros hizo que rebasase a su rival por 67.000 votos. En Carolina del Sur, territorio de la Confederación, donde a Kennedy le votaron unos 40.000 negros, éste fue el vencedor por unos 10.000 votos. Y Texas quedó en el lado demócrata por 47.000 votos.
Nixon se lamentó de que la comunidad negra no hubiese reconocido en esas elecciones que él como legislador (congresista y senador) y como vicepresidente había impulsado la legislación sobre derechos civiles favorable a los negros, y que como jefe del comité presidencial encargado de los contratos gubernamentales había desarrollado un programa para que las empresas que trabajaban para la Administración federal, en cualquier parte del país, reservasen empleos para negros.
Inversión de alianzas
El fin de la segregación, comenzado por Harry Truman en los años 40, era inevitable y, encima, una demanda social. Entonces los demócratas comprendieron que podían compensar la pérdida de los estados del Sur con la captación del voto negro según había mostrado Kennedy.
En su convención de 1964, los demócratas volvieron a dividirse a cuenta de la cuestión racial. Acudió a ella un Partido Demócrata de la Libertad de Misisipi, compuesto casi exclusivamente por negros, y a cuya integración se opusieron las delegaciones de Misisipi y Alabama, que después de las discusiones abandonaron la convención.
Johnson hizo aprobar una legislación, la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Voto de 1965, que desmanteló las Leyes de Jim Crow. A la vez, los republicanos pusieron en marcha la que se llamó estrategia sureña, que consistía en compensar la pérdida del voto negro sustituyendo al Partido Demócrata en el territorio de la antigua Confederación.