El profesor Cipolla, en un conocido libro titulado "Allegro, ma non troppo", expone su teoría de la estupidez. Según ella, todos nosotros, cualquiera de nosotros, subestima el número de estúpidos en circulación (ni siquiera hay que desechar la posibilidad de que uno mismo sea estúpido) y subestima además el dolor potencial que pueden ocasionar las personas estúpidas, las personas más peligrosas del mundo mundial. Hay cuatro tipo de personas en el mundo global: inteligentes, incautos, malvados y estúpidos. De ellos, los estúpidos perjudican a todo el mundo inclusive a sí mismos. Pero el profesor Cipolla debió distinguir entre estúpidos perniciosos, que son los que acabamos de señalar y estúpidos ingenuos, que, sobre todo y especialmente, hacen hincapié preferente en dañarse a sí mismos.
Lo que está ocurriendo en el PP parece la consecuencia directa de la conjunción simultánea de acciones de grupos de estúpidos empeñados en hacerse daños a ser posible irreparables.
Sabido es desde hace mucho que los socialistas europeos han practicado el deporte de dividir a los adversarios en dos o varios partidos para de ese modo acaparar la hegemonía electoral. El caso más llamativo y tal vez estudiado fue el caso Mitterrand, empeñado en dividir a la derecha francesa, cosa que consiguió con su estrategia de apertura hacia la inmigración ilegal, cosa ya ensayada por Zapatero en España. Como suponía el viejo zorro, la derecha no resistió el embate, surgió de su seno la ultraderecha de Le Pen y pudo gobernar durante un puñado de años sin apenas oposición coordinada.
Lo que está ocurriendo en el PP y en España es la repetición casi idéntica de la jugada. El PSOE está consiguiendo, con mucho menos esfuerzo, el objetivo de Mitterrand. De momento sólo ha logrado poner ante todos nosotros el espectro de la división interna del centro derecha español, pero a poco que insistan y dado el nivel de estupidez imperante, puede ser que lo consigan. Ya saben que lo peor de los estúpidos es que no descansan, que expiden estupidez de manera constante.
Dice Glucksmann en su libro sobre la estupidez que "la estupidez es ausencia de juicio, pero ausencia activa, conquistadora, preponderante. Procede por persuasión: no hay nada que juzgar... La estupidez no responde ni interroga, instaura el reino de los estereotipos y de los tópicos. Fernando Rodríguez Genovés, uno de nuestros filósofos, en un artículo en Libertad Digital, tuvo una premonición y dijo lo que sigue: "Vista a la derecha: algunos descentrados, aturdidos por un pasado demasiado escorado a estribor, y a fin de no ser menos estupendos que los de enfrente, proponen un cambio de rumbo, un "nuevo proyecto", que permita dejar de hacer por una vez el papel de Bestia e interpretar el de Bella. ¡Qué cosas! Cuando la política se aparta de la prudencia y la discreción, se torna inevitablemente sustancia estupefaciente. Ya lo dijo el gran Michel de Montaigne: nadie está libre de decir estupideces, lo malo es decirlas con pompa." Encima.
En un momento histórico de tisis ideológica sistemática por parte de un socialismo desconcertado por los sucesivos funerales que ha tenido que oficiar en el pasado siglo: internacionalismo, marxismo, socialismo real; en un momento histórico en que el viejo PSOE se desprende de la S de socialista al renunciar a la cohesión nacional, y por tanto, a la cohesión social; en un momento histórico en que la O de Obrero no es más que un elemento del marketing propagandístico y en un momento histórico en que la E de España se cae estrepitosamente del cartel, el centro derecha español, complejo ciertamente aunque infinitamente más acomplejado, no es capaz de jugar estos balones de primera división y se emperra en autodestruirse. Incomprensible, salvo si aceptamos la hipótesis de la estupidez como algo que se ha apoderado de muchos en el PP o es que, sin que nadie lo supiera, ya residía en ellos y sólo en momentos decisivos ha querido aflorar y causar su daño potencial.
Cuando la ruina intelectual y ética de la izquierda y la firmeza de una Constitución emblemática, permiten al centro derecha enarbolar banderas como la libertad, no sólo política sino civil, la resistencia ciudadana ante el terrorismo, la igualdad entre territorios, la educación crítica y exigente, la Justicia como poder independiente y, por poner un límite, la España tradicional, común y futura, justamente en este momento, este centro derecha ilógico se devora a sí mismo.
Estupidez suprema, sí. Pero si hay una estupidez suprema ésta reside en el método. ¿Hay algo más estúpido que un enfermo grave que tiene fecha fija de operación quirúrgica cierta se empeñe en acelerar su enfermedad en los días previos a la misma? ¿No habían quedado en que iba a haber un congreso en junio, un congreso capaz de discernir errores y aciertos, personas, personajes y personajillos, malvados, incautos, inteligentes y estúpidos? ¿Cómo hay quiénes se empeñan en imponer el cambio que consideran bueno para el partido antes de que ese Congreso se celebre y decida utilizando los mecanismos del aparato en pro de su proyecto? ¿Cómo es que quienes no comparten el proyecto no resisten –el que resiste, gana, Cela dixit–, hasta la celebración del Congreso, no presentan una alternativa y convierten el congreso en una asamblea real donde se diriman las cuestiones básicas de verdad y democráticamente?
Muchos en España y en Andalucía estamos reconsultando la Guía de Perplejos del maestro cordobés Maimónides para ver si encontramos una luz que nos alivie de esta estúpida oscuridad. Si toda esta estupidez colectiva se consuma, los que creemos en una España unida y cohesionada, en una España libre y abierta, en una España plural pero común deambularemos como muertos vivientes por la geografía nacional a la búsqueda de un arca perdida. Si la estupidez incomprensible de este centro derecha, empeñada en hacerse sangre a sí mismo, estupidez ingenua que incluso se priva del maligno placer, pero placer al fin, de hacer daño a todo el mundo hiriéndose a sí misma en exclusiva, retrasa otros 25 años el cambio en esta Andalucía ocupada por una burocracia sectaria e incapaz, entonces nos mesaremos los cabellos, más canos cada día, y maldeciremos los nombres, uno a uno, de todos los estúpidos.
Así que, por favor, inteligentes, incluso incautos, pónganse a trabajar contra los malvados y los estúpidos. Es más, pongámonos incluso los tontos, que nuestra tontería es mucho menos peligrosa que la estupidez de algunos ambiciosos sin escrúpulos.