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Pedro de Tena

La ratonera del voto

Ya no importan los datos de la economía, los resultados de tal o cual política, la contundencia de tales o cuales comportamientos, la profunda sabiduría de la prueba y el error... No. Lo que vale es el escupitajo en el ojo ajeno.

Cuando este artículo llegue a la magia electrónica de Libertad Digital, las elecciones europeas ya se habrán consumado. Ya sabremos quienes hemos perdido. Pero antes de que eso ocurra, permítanme que les relate cómo el voto libre se ve atrapado en una ratonera. El voto es la liturgia esencial de la democracia. Con él, reconocemos que nuestra fuerza política individual es una e idéntica a la de los demás ciudadanos y que junto con las otras fuerzas de las otras personas puede ser un arma eficaz, aunque no siempre, para defendernos de los gobiernos que elegimos sin derramamiento de sangre. Lamentablemente, aunque el voto es libre y secreto, pocas veces es racional. Einstein llevaba siempre en sus alforjas espirituales la reflexión de Schopenhauer: "El hombre puede hacer lo que quiere pero no puede querer lo que quiere". Demasiadas influencias oscuras para tan poco sujeto.

De este modo, nuestro voto individual, en santa teoría racional fuente de energía renovadora de la democracia, contribuye a su acoso y derribo ¿Por qué votamos las personas? La experiencia nos dice que, cuando votamos, es decir, cuando preferimos la molestia de las urnas –una molestia cada dos, tres o cuatro años–, al gozo del fin de semana sin responsabilidades, que ocurre cada vez menos creciendo la abstención de forma ininterrumpida como en Estados Unidos y otros países democráticos, lo hacemos por motivos variopintos, pero pocas veces por razones con fundamento. Vivimos en el reino de la opinión y ni siquiera de la opinión fundada. Parménides llora por las esquinas porque la doxa ha derrotado a la episteme. Aún más, vivimos en el paraíso de la opinión ideológica oportunista donde las cosas ni son ni parecen. Sencillamente, las cosas son según. Según nos convengan que sean en cada momento por lo que por la mañana puede convenirnos una cosa y por la noche otra. Por la tarde, la contraria y a mediodía, una complementaria.

Para los defensores de la democracia, el voto debería ser lo más racional posible, es decir, debería emitirse tras haber analizado y sopesado nuestros intereses e ideas personales en el marco de un supuesto interés general cuya única expresión empírica es la suma de los votos y el resultado de las urnas, aunque nunca sea general y como mucho sea mayoritario. Pero yo he oído decir a personas concretas que votan por la belleza de un candidato o candidata, que votan para castigar, que votan por razones familiares, que votan aunque no saben a quién ni por qué, que votan porque el alcalde les mira –recuerdo un día electoral en el pueblo sevillano de Algámitas en el que el alcalde, situado detrás del presidente de la mesa, inspeccionaba agudamente de qué montón sacaban las papeletas sus vecinos–, por miedo a perder el trabajo que alguien les dio vía clientelismo político, por fanatismo, por idiotez, por tantas cosas....

Siempre he defendido que la democracia y la racionalidad deben ir juntas. Gracias a la democracia podemos hacer libremente nuestra elección política. Gracias a la racionalidad, podemos juzgar según hechos y razones, no según caprichos o querencias. Pero, precisamente, este es el voto que no parece interesar a bastantes partidos políticos. Quizá a ninguno. Por ello, los más se lanzan con pasión demagógica a un carnaval de imágenes y sonidos donde los hechos desaparecen y las razones se disipan. Surge el "tú mach" y el rosario de nuestros padres, el de las descalificaciones morales del adversario que conducen, ya lo sabemos, al enfrentamiento civil. Ya no importan los datos de la economía, los resultados de tal o cual política, la contundencia de tales o cuales comportamientos, la profunda sabiduría de la prueba y el error... No. Lo que vale es el escupitajo en el ojo ajeno perdiendo de vista el bien común, viaja expresión de la esencia de lo político del tomismo.

Por eso nuestro voto, incluso si es libre y racional, está en una ratonera. Además de nuestras enigmáticas influencias interiores, no podemos siquiera hacer lo que queremos. Pondré un ejemplo. Uno puede pensar, razonable y libremente, que en esta España cainita y desgarrada, serían precisas al menos dos piezas políticas esenciales. Una, el surgimiento de un tercer partido nacional, democrático, moderado y flexible capaz de ayudar a gobernar a cualquiera de los dos grandes partidos, PP y PSOE, sin que ninguno de ellos tuviera que echarse en brazos de estos pequeños nacionalismos cuyo objetivo es cargarse a España como nación. Sería razonable que la inmensa mayoría de los españoles decidiera que gobernase el interés de esa gran mayoría y no el interés de pequeños partidos dinamiteros de la unidad nacional, que es lo que hemos experimentado en estos años de Zapatero.

Y uno puede pensar que lo urgente, lo imprescindible, lo necesario es sacar de la política a un presidente que ha hecho tantas fullerías y triles, –desde el 11-M a la crisis, pasando por el sistema financiero o educación para la ciudadanía o aborto sin permiso de los padres a los ¡16 años!–, que es una pena que el PSOE, buen vasallo si hubiese un buen señor, cosa que no han tenido desde Suresnes e incluso nunca, siga estos caminos cuando podría seguir otros, patrióticos, de cohesión nacional, de libertades, de respeto y de consensos propios de los grandes temas civiles de las democracias.

En el primer caso, deberíamos votar a Rosa Díez –en Andalucía no existe Ciudadanos–, a pesar de algunos de sus flecos innecesarios debidos a la obsesión de aparecer como de izquierdas. En el segundo deberíamos votar al PP, único partido que puede conseguir el cambio real a pesar de su a veces penoso espectáculo sin ilusiones ni emociones y el pase de Zapatero a la oposición. También podemos votar en blanco para mostrar nuestra repulsa a este sistema perverso en el que se apuntilla el voto racional y dar origen a una reflexión global. También podemos permanecer en la playa o en la sierra hasta las 20.30 o ir al cine a la hora justa para no ir al colegio electoral. Cómo no, igualmente podemos votar al PSOE para promover un cambio en el PP. Todos estos votos hipotéticos son posibles y ninguno de ellos sería irracional.

Pero lo pueden comprobar. Razones instrumentales, estratégicas, incluso ideológicas. Pero, ¿cuándo aprenderemos a votar según nuestros propios intereses y personales, hechos y argumentos en mano, sin ceguera alguna ni prejuicios? A ver, el paro, el IPC, el agua, la energía, la lengua, los impuestos, la verdad en política (que la necesitamos para decidir con libertad). Esa es la España imposible. Miren qué bonito tema para una Educación para la Ciudadanía digna de ese nombre. Aprender a votar por uno mismo, por nos, por España y por la Humanidad, que dice el himno andaluz y no está mal.

En fin, qué ratonera.

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