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Pedro de Tena

La palabra de Dios

Una de estas ventanas ha sido la aparición del nombre de Dios en los periódicos, del Dios con mayúsculas, el Dios origen, alfa y omega, creador de la realidad, de toda ella. Como saben, el causante ha sido Stephen Hawking.

Rememorando alguna lectura de Mircea Eliade, El mito del eterno retorno, comprendo de súbito, al estilo de las intuiciones metafísicas de Bergson, lo que me pasa con la historia: que me da terror. Pese a ser periodista o precisamente por serlo –en mi otro yo se consume el feto filosófico y poético que sigue sin crecer nunca del todo–, la historia, lo que ocurre cada día, me da miedo, me confunde, me hunde en un caos de impresiones, opiniones y manipulaciones del que no puedo salir más que inventando alguna ventana para mi mónada. Leibniz me perdonará si le pongo como ejemplo la Diada, Rubalcaba y la ETA, Zapatero y la crisis, Guerra, el hermano de Juan, con el puño en alto en Rodiezno haciendo chistes, Obama y la mezquita...Terror produce esta algarabía en el alma.

Una de estas ventanas ha sido la aparición del nombre de Dios en los periódicos, del Dios con mayúsculas, el Dios origen, alfa y omega, creador de la realidad, de toda ella. Como saben, el causante ha sido Stephen Hawking que, dando una voltereta bien difícil sobre sí mismo, traspasó todas las líneas afirmando algo tan "nuevo" como que Dios no existe y sumergiéndonos otra vez en el torbellino atómico y azaroso de Lucrecio:

A asegurar, no obstante, me atreviera,
cielo y naturaleza contemplando,
que no puede ser hecha por los dioses
máquina tan viciosa e imperfecta.

Ahora, el motivo de la inexistencia de Dios es la física moderna. Hawking se desdecía porque hasta hace poco sostenía lo contrario, que entre la física actual y la existencia de Dios no había contradicción insuperable. Y entonces me acordé de Heisenberg y un librito. Podría haberme acordado de todos los físicos que han sido creyentes en un Dios, desde Copérnico, Galileo o Kepler, que buscaba incluso la Santisima Trinidad en los cielos pero encontró sus leyes, hasta Newton. Pero cómo Hawking decía "física moderna", me indujo a recordar primero los dados de Einstein y luego el libro Cuestiones cuánticas y el capítulo de Heiseberg titulado La verdad habita en las profundidades. Y dado que, como siempre, ha habido algún tonto de la izquierda que ya ha vociferado diciendo que "científicamente Dios no existe", lo he recordado con mayor insistencia y urgencia.

En ese libro, que recomiendo vivamente a los interesados en el problema de las relaciones de Dios, la ciencia y la razón individual, Heiseberg se daba un paseo con Wolfgang Pauli. En ese camino, que tuvo que ser iluminador, Pauli dice:

Pero no tengo objeciones de principio que me impidan reexaminar cuestiones antiguas, como tampoco siento objeción alguna contra el empleo del lenguaje de cualquiera de las antiguas religiones. Ya sabemos que las religiones hablan en imágenes y en parábolas, y que éstas nunca pueden corresponderse plenamente con los significados que tratan de expresar. Pero pienso que todas las viejas religiones, en un último análisis, intentan expresar unos mismos contenidos, unas mismas relaciones, y que tanto éstas como aquéllos, en su totalidad, giran en tomo a cuestiones relativas a valores. Es posible que los positivistas tengan razón al pensar que hoy en día resulta difícil asignar un significado a tales parábolas. Sin embargo, no deberíamos escatimar ningún esfuerzo para tratar de captar su sentido, pues con toda evidencia se refieren a un aspecto crucial de la realidad; o tal vez deberíamos intentar verterlas en un lenguaje moderno, si ya el antiguo no se presta a trasmitirnos su contenido.

Respondió Heisenberg:

– Estoy de acuerdo, pero los positivistas pueden acusarte de estar emitiendo solamente ruidos oscuros y sin sentido, mientras que ellos por su parte son modelos de claridad analítica. Pero ¿dónde debemos buscar la verdad, en la claridad o en la oscuridad? Niels [Böhr] ha citado antes la frase de Schiller: "La verdad habita en las profundidades." ¿Existen esas profundidades? ¿Se encuentra en ellas alguna verdad? ¿Ocultan tal vez esas profundidades el sentido de la vida y de la muerte?

El final del paseo por el malecón de Copenhague fue emocionante. Heisenberg lo contó de este modo:

Cuando llevábamos un rato parados en el extremo del malecón, Wolfgang inesperadamente me espetó:

– ¿Crees en un Dios personal? Ya, ya sé lo difícil que es darle un significado claro a esta pregunta, pero seguramente puedes entender en general a qué me refiero.

-¿Puedo formular tu pregunta de otra manera? -le pregunté-. Yo preferiría formularla así: ¿Podemos, o puede alguien, alcanzar la razón central de las cosas o de los sucesos, de cuya existencia no parece haber duda, de un modo tan directo como podemos alcanzar el alma de otro ser humano? Empleo el término "alma" deliberadamente, para que se entienda lo que quiero decir.

Así planteada la pregunta, mi respuesta seria "sí". Y puesto que mi propia experiencia no importa demasiado, me gustaría recordarte el famoso texto de Pascal, aquel que llevaba cosido por dentro en su chaqueta: "El Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, y no el de los filósofos y los sabios."

– Con otras palabras, ¿piensas que podemos hacernos conscientes del orden central con la misma intensidad con que podemos captar el alma de otra persona?

– Posiblemente.

– ¿Por qué empleaste la palabra "alma", en vez de hablar sencillamente de "otra persona"?

– Justamente porque la palabra "alma" se refiere al orden central, al núcleo interior de un ser cuyas manifestaciones externas pueden ser enormemente diversas y sobrepasar nuestra comprensión.

Corría el año 1952 y yo acababa de nacer. A los 59, Dios, de estar y ser, está y es fuera de mí. Mañana volveré a vivir aterrorizado por la historia –el gran programa de Xavier Horcajo en la Barcelona secuestrada por los nacionalismos me puso los pelos de punta–, pero refugiado en ella para que las grandes preguntas sin respuestas no nos suman en la depresión imposible. Hay que olvidarlas para que la Historia nos devore.

Pero antes de hacerlo, ofrezco a los fanáticos este soplo, un largo soplo, es cierto, de palabras de buena voluntad.

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