Gordillo asalta. Gordillo grita. Gordillo ocupa. Gordillo corta. Gordillo exclama. Gordillo proclama. Gordillo obstruye. Gordillo trama. Gordillo incita. Gordillo excita. Gordillo apologiza. Gordillo descalifica. Gordillo impone. Gordillo interrumpe. Gordillo rompe. Gordillo batasunea. Gordillo delinque. Gordillo arremete. Gordillo impide. Gordillo acojona. Gordillo atemoriza. Gordillo dicta. Gordillo reprime. Gordillo censura. Gordillo cohibe. Gordillo intercepta. Gordillo silencia. Gordillo arenga. Gordillo juzga. Gordillo condena. Gordillo se encoleriza. Gordillo reprueba. Gordillo invade. Gordillo arrolla. Gordillo incluso diputa. Gordillo alambra y desalambra... Pero sobre todo, ahora lo sabemos, Gordillo instiga a sus carnes de cañón a cometer delitos y luego dice que él no ha sido ni sabe ni contesta ni estaba ni decidió. Gordillo tira la piedra y esconde la mano. Desde hace muchos años, Gordillo, y su inseparable Cañamero junto con un grupo de fanáticos que se creen en posesión de toda la verdad y de manera absoluta, hacen lo que les sale de sus estalinistas cojones en Andalucía y en España y todos, ciudadanos, políticos y jueces, callamos, otorgamos, bendecimos y consentimos. Esto se tiene que acabar.
Su mecanismo mental es muy sencillo. El mundo, todo él, entero desde siempre y para siempre, es lo que él (ellos) decreta que es sin discusión posible y cualquier disidencia de su magisterio infalible es síntoma inequívoco de fascismo, franquismo, nazismo o cualquier ismo que rime con malvado capitalismo, esto es, el sistema, la gran cosa mala, versión infantilista del viejo diablo, la gran palabra mágica que sustituye a todo análisis racional y que se impone a todo dato que contradiga lo que se dicta. La razón y la libertad, ambas bases de la democracia, les estorban y se aferran como sanguijuelas a la imposición y a la violencia sobre los derechos de los demás. En una carretera, en un aeropuerto, en una calle, en un parlamento, en una iglesia, en un ayuntamiento, en un banco, en un supermercado, en una finca o en un palacio de justicia lo único que importa es su derecho sobre los derechos de los demás. Aristóteles justificaba en cientos de páginas cada una de sus afirmaciones, como Platón, como el de Aquino, como Galileo, como Newton, incluso como Smith, el mismo Marx y el propio Lenin. No, estos no necesitan tal esfuerzo de justificación racional: viva la ciencia infusa, esa que Gordillo, y su pandilla, reciben, al parecer, todas las noches desde el más allá sagrado negado a los mortales, iluminación, milagro, revelación. Si coincides con ellos, bendito seas. Y si no, te pasan por encima y por encima de la ley porque esto es lo que hay.
Como muchas otras cosas en España, esta anomalía sociopolítica tiene que ver con la Iglesia y las buenas intenciones de un cura (también las de los curas pueden empedrar el camino que conduce al infierno), mi buen amigo desde los tiempos de la clandestinidad, Diamantino García, que quiso ser y vivir "encarnado" en los jornaleros andaluces para que desde sí mismos pudieran lograr una vida digna en oportunidades y en libertad. Afortunadamente para él, murió antes de ver del todo, ya lo entrevió, el desastre de aquel proyecto que ha terminado convirtiendo a un colectivo de jornaleros agrarios en siervos de unos sátrapas, en pasto del fraude y en víctimas sin futuro.
Y ahora, viene el valentísimo Gordillo, y dice que no tuvo nada que ver con lo que ocurrió en el asalto de Mercadona y otros supermercados más, que es que da hasta vergüenza referirlo, y que no decidió nada de aquello con su amigo Cañamero y otros. No me refiero ahora a lo que dicen los jueces, que exige artículo aparte, sino a lo que aduce el propio Gordillo. Y me recuerda, cómo no, mutatis mutandis, a aquel otro gran ejemplo de gallardía democrática y moral que fue Francisco Largo Caballero, cuya estatua en la Castellana nadie ha pedido nunca que sea retirada. Fue tras el golpe de estado social-sindicalista de octubre de 1934, golpe con el que Caballero tuvo todo que ver en su diseño, acopio y distribución de armas y organización territorial. Largo negó aquellos delitos gravísimos contra la República y lo cuenta en sus Memorias, con todo desparpajo:
–¿Es usted el jefe de este movimiento revolucionario?
–No, señor.–¿Cómo es eso posible, siendo presidente del Partido Socialista y secretario de la Unión General de Trabajadores?
–¡Pues ya ve usted que todo es posible!–¿Qué participación ha tenido usted en la organización de la huelga?
–Ninguna.(...)
–¿Quiénes son los organizadores de la revolución?
–No hay organizadores. El pueblo se ha sublevado en protesta de haber entrado en el Gobierno los enemigos de la República [léase el democristiano Gil Robles].
El golpe de estado-huelga de 1934 llevó a muchos obreros a prisión con condenas graves, algunas de las cuales se cumplieron. Largo Caballero salió absuelto porque, como él mismo, ungido por la verdad absoluta de su causa, escribió:
¿Hice bien o mal al proceder como lo hice? ¿Debía entregar a la voracidad de la justicia burguesa a un defensor del proletariado? Mi conciencia está tranquila. Estoy convencido de haber cumplido con mi deber, pues ofrecerme como víctima sin beneficio alguno para la causa del proletariado hubiera sido tan inocente como inútil.
Esto mismo lo veremos en el caso de Gordillo, el heroico. Inocentes, en el sentido de cándidos e ingenuos, condenados y Gordillo y sus colegas de la mística revolucionaria rural, libres, galleando desde hace una transición de sus hazañas, de su voto a los proetarras, de su antijudaísmo, y desde hace unos días, de su alucinación de una Andalucía Independiente en una España rota. Degenerando, como el banderillero de Belmonte.