Desde hace años hay pocas cosas que me sobrecojan. Pero un gaditano ha dicho algo recogido por The New York Times en un reportaje sobre la simbiosis entre paro y fiesta en los carnavales de Cádiz, que ha vuelto a conseguir que me recorra un escalofrío. "It’s just a fact of life, like love or death". "Es (el paro) un hecho de la vida, como el amor o la muerte". Es decir, el paro no es remediable, no es una etapa pasajera, no es una circunstancia. El paro es una esencia, un destino, una condición del ser andaluz. El paro es sencillamente un hecho, como el amor o la muerte. Aún tiemblo ante la pavorosa maldad política que es capaz de conseguir que un ciudadano llegue a decir esto y/o a sentirlo.
Sí, sí. Es absoluta perversión política la que hace confundir una mala gestión con un destino, una incapacidad de gobierno con una condición, la ineficiencia de un régimen con la esencia de un pueblo. Mediante una propaganda eficazmente dirigida al hondón de la conciencia, puede conseguirse tal monstruosidad. Repitiendo durante años que vivimos en la mejor de las Andalucías posibles, la primera, la imparable, la única, puede lograrse que los ciudadanos, al examinar su precaria situación con un paro cercano al 30 por ciento y en la cola de todas las clasificaciones desde la educación al PIB, desde los salarios a las nuevas tecnologías, concluyan que el mal está en ellos mismos, en su ser, en su vida, y no en el Gobierno que los maltrata de hecho hace 30 años.
Arturo Pérez Reverte, un enamorado del sur al que pertenece, ha dicho hace muy poco que Cádiz fue el escenario de un drama: el que, gracias a su proyecto liberal, debió llevarnos en volandas hasta la riqueza, la prosperidad, la libertad y el derecho a principios del siglo XIX y que, a causa de unos y de otros, de todos, nos detuvo en el absolutismo general, el político, el social y el mental. Y muestra su pena: "Me entristecía tanto pensar... lo que Cádiz era, lo que España tenía que haber sido y que no fue por nuestra estupidez de siempre...". Y en otro momento, añade: "Mira cómo nos estamos cargando la democracia. En cuanto se empieza a perfilar una España distinta, esa España que empieza a ser posible, la destruyen los mismos españoles...". Pero ni Pérez Reverte hubiera escrito algo como lo que expresó nuestro gaditano
Esa España, la nuestra y esa Andalucía, la nuestra, que comenzaron a esperar tras muchos años, no cuarenta de dictadura, no tres de república, no, sino desde mucho antes, desde el Cádiz de los bombardeos de 1812, tuvo un reimpulso en 1978 con la Constitución, imperfecta pero la primera constitución que no hicieron unos españoles contra otros. Consecuencia de ella, el Estatuto de Andalucía, el primero, fue un canto a la libertad y a las necesidades de riqueza y bienestar de un pueblo machacado como los ajos del gazpacho por una historia de clasismo e indiferencia de una aristocracia insoportable ante el sufrimiento de la gente.
Podría haber sido el enganche con aquella otra Andalucía, apenas esbozada en la segunda mitad del siglo XIX, rica, próspera, emprendedora y abierta. Los andaluces ni lo saben ni se lo enseñan, pero Andalucía fue la primera potencia agrícola y ganadera de la España de los siglos XVIII y XIX y fueron andaluces los que más pronto y con mayor decisión pretendieron incorporarse a la revolución industrial que triunfaba en la Europa del Norte. Hacia 1856, Andalucía era la segunda región industrial de España, superada ligeramente por Cataluña, con fuerte presencia en metalurgia, química, alimentación, cerámica, vidrio, cal y textil. Sevilla y Málaga controlaban casi toda la industria. Los curtidos y los barcos fueron para Cádiz y el papel y las artes gráficas estaban radicados en Granada.
En una fecha tan temprana como 1831 había ya un alto horno en Marbella y Andalucía, gracias sobre todo a los comerciantes de Cádiz, era hacia 1857 la primera potencia bancaria de España, por encima incluso de Cataluña. Muchas de las primeras líneas de ferrocarriles andaluces fueron construidas privadamente por empresarios andaluces como los Larios, los Heredia o los Loring y hubo empresarios dinámicos en casi todas nuestras provincias. Sin embargo, a finales del siglo XIX, todo este esfuerzo se vino abajo y hasta hoy. En ese desmoronamiento tuvo que ver, cómo no, la preferencia del Estado proteccionista por otras regiones de España, preferencia que llegó hasta la muerte de Franco y, digámoslo con claridad, la deserción de sus clases poderosas del destino de la gran región del sur de España y el sometimiento, casi lascivo, de los andaluces a la condición casi de siervos de la gleba.
Pero llegó el Estatuto y en los andaluces prendió la esperanza. Ya había llegado la hora gozosa de la libertad, unida siempre en Andalucía a la igualdad de oportunidades y la elevación de su paupérrimo nivel de vida. Durante el franquismo, el País Vasco y Cataluña disfrutaron de espléndidas autopistas mientras los andaluces sufrían calvarios para viajar desde Sevilla a Granada. A Almería, casi no se podía llegar, sencillamente.
El PSOE se apropió, indebidamente, de aquel sentimiento andalucista siempre constitucional y para nada independentista, y logró hacerse con el Gobierno autonómico y con el poder real desde 1982. Parecía ser el dueño del horizonte, el señor del futuro, el profeta de la tierra prometida. Casi treinta años después, un gaditano dice que el paro es como el amor y la muerte, un hecho más de la vida. Andalucía sigue en el furgón de cola de la nueva España democrática y un despotismo insoportable ligado a una tela de araña que va desde la economía a los medios de comunicación, de las ONGs a las adjudicaciones y contrataciones pasando por la educación, asola a la que debería ser, por condiciones naturales, unas de las regiones punteras de España y Europa. El PSOE ha fracasado. Se ha hecho con Andalucía pero no ha hecho la nueva Andalucía, una Andalucía española, libre, próspera, competitiva y audaz.
30 años después de la aprobación de aquel Estatuto sabemos que es necesario un cambio de verdad, no un bandazo. Y sabemos que es necesario cuanto antes. El cambio que conduzca desde la dependencia administrativa a la libertad, del desdén nacional e internacional a la propia estimación, desde el hedonismo barato a la cultura del esfuerzo con sentido y horizontes, desde la resignación a la actividad, desde la indolencia a la competencia, desde la "incultura gozosa" (Pérez Reverte) al conocimiento esencial de hechos e ideas, desde el paro al trabajo, desde la óptica funcionarial a la óptica empresarial, desde el subsidio al salario justo o al beneficio ganado con y por ley, desde el retraso a la prosperidad material, desde el clientelismo a la igualdad de oportunidades, desde el capricho hasta el derecho, desde la Junta a la sociedad civil y desde la tradición, conservando su esencia, a la novedad, al arte y a la creación.
Señores oligarcas del PSOE, han tenido 30 años para hacer lo que debían y no lo han hecho. Váyanse con su régimen a otra parte.
El PP, única palanca posible del cambio, debe saber cuál es su misión histórica, si un volantazo ocasional o una transformación decisiva. Los andaluces debemos darle la oportunidad de demostrar de qué pasta están hechos porque nos va la vida en ello y los populares andaluces deben correspondernos con un comportamiento a la altura de las circunstancias.
En esa nueva Andalucía, nadie debe poder decir que el paro, como el amor y la muerte, es un hecho más de la vida.
Jamás.
Pedro de Tena
El paro, el amor y la muerte
Señores oligarcas del PSOE, han tenido 30 años para hacer lo que debían y no lo han hecho. Váyanse con su régimen a otra parte.
En España
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