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Pedro de Tena

Conspiradores contra la Justicia

He visto la película de Robert Redford, 'El conspirador', y realmente, el veterano actor consigue lo que quiere. Cuando acaba, ya no sabe uno lo que ocurrió antes, durante y después del asesinato de Abraham Lincoln.

He visto la película de Robert Redford, El conspirador, y realmente, el veterano actor consigue lo que quiere. Cuando acaba, ya no sabe uno si lo que ocurrió antes, durante y después del asesinato de Abraham Lincoln, por cierto republicano que no demócrata, fue una conspiración de terroristas sureños o fue, quizá también, una conspiración de quienes detentaban en ese momento el poder efectivo que emana del Estado para obtener una condena rápida y clara que impidiera el desmoronamiento de unos Estados Unidos encharcados en una guerra civil. Como dice muy bien el general presidente del jurado en la película, "los ciudadanos tienen derecho a olvidar cuanto antes lo sucedido". Esto es, la razón de Estado por encima de la justicia. Y me recordó, cómo no, el 11-M. ¡Cuántos se han esmerado en que se olvide, cuanto antes, lo inolvidable, y cuántos cojones, sí, lo digo bien, han mostrado las víctimas y los pocos periodistas que se han atrevido a desafiar la ponzoñosa "razón de Estado" que los ha querido convertir en mota de polvo de la memoria de una nación!

El primer elemento que chirriaba, en el caso del magnicidio norteamericano, era la patada en la puerta del Estado de Derecho, al que se imponía el Derecho de Guerra. Aunque la acusada protagonista era una civil, nada de jurado popular ni de tribunal civil. Todo militar. Y todo con el beneplácito del Fiscal General, el Pumpido de la época, que decía que sí a todo aunque contraviniera la Constitución y las leyes. Tal vez, como ironiza en la cinta un senador, a lo mejor el Fiscal General había proporcionado además el veredicto, antes de comenzar el juicio. La crítica de Redford es furibunda hacia un proceso inquisitorial tras el que fueron ejecutadas cuatro personas, una de ellas, al menos, sin la más mínima prueba pero señalada por falsos testimonios como conspiradora. Esto es, se puso toda una maquinaria ilegal y atentatoria contra la Constitución con el fin de preservar la nación que la había dado a luz. La porquería quedó clara después, cuando ya no había arreglo para la vida y el honor de alguna de aquellas personas juzgadas.

En el caso del 11-M, ni siquiera es seguro que los perpetradores de esta injusticia sin precedentes tuviesen la altura de miras de los gobernantes yanquis: salvar la Nación de la posible disgregación impulsada por el vacío de poder. En este caso, tal vez los objetivos de sus diseñadores no fueran tan elevados. En el caso del 11-M, se ha tratado de tapar, de confundir, de acusar falsamente, de informar de mentiras a sabiendas, de colocar pruebas falsas, de falsificar testigos y testimonios, todo ello con el fin de disponer de un relato de cómo habían ocurrido los hechos que permitiese pasar página rápidamente sobre un atentado que alteró los resultados electorales. Pero como el relato fue y es tan malo, y como hay hechos que penden como losas sobre el proceso, es necesario reabrir el caso 

En la historia de EEUU, se revisaron poco después los procedimientos injustos. En nuestra historia, y para ello, es preciso comenzar de nuevo llamando al pan, pan y al vino, vino, con el objetivo de saber quién o quiénes fueron los conspiradores y con qué fines decidieron perpetrar el mayor atentado de la historia de Europa que tuvo como consecuencia miles de víctimas entre muertos y heridos y un cambio, inesperado, de gobierno

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