Diez años después del 11-M, la versión oficial y mayoritariamente aceptada sobre los atentados adquiere novedosos matices e inesperadas escapatorias argumentales para adaptarse a las conveniencias políticas y judiciales del momento. Es un insólito caso cerrado que ya no se atiene al guión del "No a la Guerra" sino al de una reunión en Karachi, Pakistán. El País ha sido el diario que ha acogido la nueva derivada, a propósito del último libro sobre yihadismo del teórico Fernando Reinares, que está en plena campaña de promoción de su novedad editorial. La última versión del 11-M comienza en una operación de Garzón contra una célula islamista a finales de los noventa, continúa en la citada ciudad de Karachi y desemboca en los 192 muertos del 11 de marzo y en el policía muerto en el asalto a la vivienda donde se refugiaban algunos de los autores materiales de los atentados. Acaba igual, pero casi todo lo demás es diferente.
De ser cierto todo esto, el cambio de perspectiva es radical. Aquello ya no tuvo nada que ver con Irak. Se habría decidido antes de la intervención española y al margen de la oportunidad electoral. Un tal Azizi, en paradero desconocido, habría dado la orden. En cualquier otro país, la feliz coincidencia entre el aniversario del mayor atentado de la historia de Europa y la publicación de un libro con detalles tan reveladores e inéditos, y con el crédito implícito de una portada de El País, provocaría sin duda un vivo interés ante la posibilidad de esclarecer de una vez por todas los hechos y cerrar, por fin, el 11-M. En cualquier lugar, políticos, jueces y periodistas se impondrían sin dudarlo la tarea de volver sobre el caso hasta desentrañarlo. Por respeto a los muertos, a la verdad y a los ciudadanos, lectores, electores y víctimas en potencia. Lamentablemente no ha sido el caso.
El décimo aniversario del 11-M no ha servido para profundizar en los hechos a la luz de unas revelaciones tan tajantes ni, en consecuencia, para consolar a las víctimas, cuya unidad pretenden patrimonializar los mismos medios que abogan por pasar de ellas cuando se trata de justificar las excarcelaciones de etarras. Que haya más datos sobre el 11-M y que ni periódicos, ni jueces ni partidos se sientan concernidos no es una muestra de respeto por los más afectados, por aquellos para los que todavía es 11-M. Es realmente singular que aparezcan nuevos detalles sobre el origen del atentado y nadie en la Audiencia Nacional esté dispuesto a comprobar si son ciertos y si cuadran con la versión oficial, con la verdad o con una tercera, una cuarta o una quinta línea de investigación. Azizi, el cerebro -o uno de ellos- del 11-M puede estar tranquilo allá donde se encuentre, que en España nadie le reclama, como si lo supuestamente suyo hubiera prescrito.
En el caso del periodismo, las dudas razonables y posibles líneas que se infieren de los datos recién publicados tampoco han sido tomadas en cuenta. La actitud de la mayoría de los periódicos y medios de comunicación, salvo muy contadas y aisladas excepciones, es como la que mantuvo la prensa catalana que suscribió el mismo y exacto texto contra la sentencia del Constitucional sobre el Estatuto. Prietas las filas. De lo que se trata es de señalar y condenar a los herejes que mantienen un cierto, sano y periodístico escepticismo cuando hasta el juez que dictó sentencia va dando entrevistas por ahí diciendo que él tampoco lo tiene del todo claro. La tesis de este editorial conjunto es que tan criminales son los que pusieron las bombas como los que aún a día de hoy se hacen y hacen preguntas, y recelan, por la razón que fuere, de la versión oficial.
La saña difamatoria e inquisitorial contra quienes mientan los cabos sueltos o aluden a los efectos obvios del 11-M (el vuelco político imprevisto y cuyas consecuencias todavía estamos pagando en forma de división social) es la motivación primera y última del décimo aniversario del 11-M en unos medios enfermos de pajas en ojos ajenos, enfrascados en una caza de brujas que deja en ridículo a los censores del CAC, indignados hasta la combustión, iracundos, tronantes y sedientos de venganza. Pero no claman contra el terrorismo y los terroristas, no dicen "Nunca mais" y "No al terrorismo". No. Piden las cabezas de algunos periodistas, acusan a Rouco de alimentar la "conspiración" y señalan a los que propagaron y propagan "bulos".
Además de recordar el totalitarismo en todas sus variantes, con unas inquietantes dosis de fetua, por cierto, este proceder mediático es de una gran eficacia, como quedó demostrado en el cerco a las sedes del PP en los días posteriores al asesinato de 192 personas, un caso cerrado cueste lo que cueste.