A lo mejor no eran conscientes, abrumados por los tribunales de excepción y el cachondeo entre los verdugos, de que en Barcelona estaba previsto un espectacular choque de trenes para el miércoles por la mañana. Al final, casi no ha pasado nada. Pese a las advertencias de la prensa catalana, que se debatía entre comparar la situación con lo de Verdún o con lo de Stalingrado, el esperado desencuentro entre Mariano Rajoy y Artur Mas, presidente del Gobierno de España y "molt honorable", respectivamente, se ha quedado en un cruce de palabras y sonrisas, tipo "muy buenas, ¿que tal?".
De las escaramuzas protocolarias previas a la reunión barcelonesa (exactamente el Foro Económico del Mediterráneo Occidental) se deducía en la Generalidad que la Moncloa no estaba dispuesta a abrirle el micro a Artur Mas. Golpes en el pecho se daban los consejeros catalanes ante tamaña afrenta, aunque sólo lograron encontrar un argumento algo más cercano a la realidad que sus habituales fantasías. Resulta que el Palacio de Pedralbes (donde los canapés para hablar de Lampedusa) es propiedad de la Generalidad, con lo que Artur Mas en calidad de anfitrión pensaba inaugurar, clausurar y bendecir el certamen diplomático-empresarial. Un discurso de nada, se le anunció al gabinete de Rajoy. Pues va ser que no, contestaron desde Madrid, temerosos de que Mas aprovechara un descuido para proclamar la república catalana.
Ya en pleno fragor de las hostilidades, el "president" deslizó que iría a recibir a los dignatarios y empresarios (por ahí andaban también Joan Rosell y los de un "Meeting Point" inmobiliario) pero que no se quedaría al discurso de Rajoy. ¡Toma ya! Eso es un gesto torero y lo de Padilla (el del parche) una pose.
El ministro García Margallo había sido el encargado de llevar a cabo las previas, espinosas y arduas negociaciones entre el Estado y la Generalidad de cara a la "trobada". Es decir, el Ministro de Asuntos Exteriores del Reino de España, lo más normal para negociar con una administración autonómica y, además, arruinada. Que vaya Maragallo y su homólogo para la ocasión fue el consejero Francesc Homs, de gran finura y habilidades diplomáticas. El mismo que propuso crear una lista de adhesiones al proceso independentista y pedir los nombres de los periodistas críticos.
De puertas afuera parecía que no se habían entendido, pero entre Margallo y Homs debe haber "feeling" o incluso algo más. Transaron una solución impresionante, un acuerdo que debería reconocerse en los tratados de Ciencias Políticas, en la sección de estados críticos, entre el capítulo de los estados fallidos y el de los estados piratas. Disimularon tanto que toda la prensa esperaba entre Rajoy y Mas algo así como un Hitler-Franco en Hendaya. Nada, tongo. Había más tensión cuando Heidi regresaba a casa de su abuelito. Sólo les faltó intercambiarse banderines.
Sí, el que habló fue Rajoy, pero el que aparece en el centro de la fotografía oficial en las escalinatas del palacete es Mas, entre el presidente del Gobierno de España, a su izquierda, y el ministro de Exteriores de la misma España a su derecha, el antedicho Margallo. El del medio de los Chichos, como si dijeramos; justo en la mitad, hecho todo un brazo de mar, como con aires de Jefe del Estado vecino. Ni el discurso de Rajoy ni la fotografía de Mas pasaran a la historia. Lo que sí indican, de momento, es que los separatistas juegan con ventaja. Sobre todo si el Gobierno persiste en enviar al ministro de Exteriores a parlamentar con los funcionarios de Mas en vez de a la delegada del Gobierno en Cataluña, que sería lo propio.