Asistimos a una sucesión de extraordinarios acontecimientos cuya comprensión cabal será fruto de la maceración de los años. Los cambios se suceden a un ritmo vertiginoso y lo que era sólido, estable y perdurable ayer se convierte en un resto arqueológico en el tránsito de la noche al alba. Mas y Duran ya no están juntos, Mariano se ha cargado a Floriano y Carmena y Colau llevan un día sin dar la lata. Algo traman.
Lo más sorprendente es el súbito arrebato de españolidad de Pedro Sánchez, designado candidato tras unas arduas primarias en las que sólo él consiguió los avales para presentarse. Sánchez va del Obama style en lo de la mujer y en lo de la bandera, pero lo de las primarias a la americana le queda un poco lejos. Nuestro socialismo, como nuestra política, es más a la búlgara que de los caucus de Iowa.
La exhibición de la bandera nacional en un mitin del PSOE es ciertamente una novedad en el discurso escenográfico del partido, un hito a la altura del congreso en el que Felipe dijo que ya no eran marxistas, gran declinación de intenciones, no menor que la de presentarse a las generales con el lema "Más España", una ocurrencia de Pedro Sánchez embalado tras comprobar el efecto de la oriflama en las portadas.
¿Más España? ¿Dónde? El partido del patriota Sánchez ha pactado en Cataluña, Valencia y Baleares con quienes odian la sola mención de la patria. Zapatero, el PSOE de la filigrana de la nación de naciones y el Estatut del tripartito, son el origen de la fuga en Chernobyl, todo ese buen rollismo posbigotón que tocaba la lira en la Champions financiera mientras la gente se quedaba en el paro y al pairo.
En 2007 se acuñó el derecho a decidir. Ocho años después, los cándidos pueden suponer que el PSOE de Sánchez ha rectificado, que no solo se arrepiente sino que muestra propósito de enmienda. Pena que los hechos contradigan el reflejo de la bandera bicolor, que los compañeros de Sánchez gobiernen el Mediterráneo al grito de cero España, que el PSOE sea el sostén de quienes están dispuestos a poner la nación en almoneda, que la razón práctica arríe el pendón de conveniencia y que todo no sea más que el número del trapecista y la corista, un triple mortal con red y riesgo cero. A fin de cuentas fueron otros los que primero dijeron que España era una marca.