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Pablo Planas

Cataluña: el golpe bien, gracias

La política en Cataluña es un chiste, parece una broma y, sin embargo, provoca escalofríos.

La política en Cataluña es un chiste, parece una broma y, sin embargo, provoca escalofríos.
Soraya Sáenz de Santamaría y Carles Puigdemont | EFE

Es opinión unánime que lo del proceso separatista es muy pesado, de modo que para disolver una reunión en Madrid, Sevilla o la misma Barcelona ya no hay que sugerir la última copa sino una conversación sobre el tema. Desbandada general. Salta uno con un "¿Y eso del proceso, qué os parece?" y sale pitando la peña por la puerta de emergencia con excusas peregrinas. Por desgracia, que sea un pestiño no resta gravedad ni peligro al expediente.

Las revelaciones del exjuez Santi Vidal sobre las maniobras de la Generalidad para suplantar al Estado, el robo de datos fiscales, los planes para purgar la judicatura, los contactos con terceros países para adiestrar a los Mossos y el resto de la Traviata pueden parecer el delirio de un trastornado, pero están corroboradas por los discursos, conferencias y promesas de Puigdemont, Junqueras, Romeva. Podrán decir que Vidal es un lunático, no un mentiroso, un fabulador o un cuentista porque todo eso del censo y los datos fiscales es la pura, dura y cruda realidad, verdades como puños. El mismo Puigdemont declaró durante su moción de confianza que sería una irresponsabilidad prometer la independencia para finales de este año y no disponer de los recursos para controlar a los ciudadanos y sojuzgar a los refractarios.

La política en Cataluña es un chiste, parece una broma y, sin embargo, provoca escalofríos. Los paladines de la independencia van de guays, prometen el oro, el moro y el mico de Puerto Rico, pero tienen más peligro que un chimpancé con navaja. "Estáis todos fichados", manifestó Vidal. Qué guasa y qué salao el exsenador y exmagistrado. Ahora resulta que era un malentendido, que Vidal, el padre de la Constitución catalana, es un friqui que no sabe de lo que habla. Una gaita.

Con todo y a pesar de la multiplicación de las evidencias, el Gobierno no lo acaba de ver y se piensa que cuando Puigdemont habla de la república va de farol. La vicepresidenta Sáenz de Santamaría mantiene la línea abierta con Junqueras porque, oyes, hay química, el republicano es más majo face to face que Montoro y tan adorable como un teletubi, con esa pintica de boletaire bonachón. Igual que Charlie Puigdi, que se quita la chaqueta y es el quinto beatle.

Ante la falta de obstáculos, los generales separatistas lucen su falta de escrúpulos y columbran que tienen ante sí dos categorías de gilipollas: los que no se los toman en serio y los que sí. Los primeros pagan al contado la fiesta; los segundos, ninguneados por los partidos constitucionalistas, claman en vano que se aplique la ley de una vez. A los unos les dan largas y a los segundos, por la retaguardia con la colaboración de unos jueces acongojados y unos fiscales acomodados. ¿Qué más tiene que pasar para que se haga frente al golpe de Estado? El punto flaco de los indepes es que se creen más listos que nadie; su fuerte, que Rajoy y los que le calientan la oreja se pretenden aún más espabilados y desdeñan que los delitos son delitos aunque los delincuentes sean bobos y no usen guantes.

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