Querida Ketty:
Mariano Rajoy suele afirmar que "nadie dijo que esto fuera a ser fácil", que queda mucho para salir del agujero y que los momentos difíciles se repetirán en el tiempo hasta que, por fin, consigamos ver algo de luz entre tanto nubarrón. Pero, solemniza, ese momento llegará. Hasta entonces, pide a los españoles que no caigan en la desesperación y tengan confianza. Con un escenario tan apocalíptico como el vivido en las últimas horas, parece difícil agarrarse a las palabras del presidente.
Hace justo quince días, cuando la prima de riesgo tocó por primera vez esos 500 puntos que nos convierten en un país a las puertas de la intervención, muchos creyeron que estábamos ante el mismísimo infierno político-económico; que habíamos tocado techo. Esta semana política ha demostrado que lo malo siempre puede ser peor. El Gobierno se ha visto desbordado por una deuda soberana imposible de colocar, y el diferencial con el bono alemán escalando para situarse en unos niveles imposibles de aguantar no ya en meses, sino en días. El tema ya no era atravesar los 500, sino intentar bajar de los 540.
Se quiso hacer de la calma noticia. ¿Cómo está el presidente? "Tranquilo", respondían en Moncloa. Llamando a sus socios europeos –en concreto, a Merkel–, echando las redes para atrapar la confianza perdida. Pidiendo ayuda, pese a que no se diga. Si Bruselas quiere más reformas, habrá más reformas. Si reclama la subida del IVA, se elevará el tributo. Los miembros del gabinete se han quitado el mítico "hemos hecho todo lo que podíamos" de la boca para asegurar que aún queda mucho camino por andar, aunque se insista en la imperiosa necesidad de que el Banco Central Europeo se implique.
Un ministro me decía este miércoles, en plena tormenta: "La confianza se gana día a día con hechos y no con palabras". El lunes, el jefe comparecía por primera vez ante la prensa, respondía a una veintena de preguntas, y la prima de riesgo cerraba en máximos. El martes, pasadas las ocho de la tarde, la vicepresidenta anunciaba un plan de reequilibrio de la administración pública. El miércoles, De Guindos intentaba calmar los ánimos desde el Escritorio del Congreso. Nada servía. La Unión Europea volvió a reclamar más hechos, y más rápido.
En ello está el Ejecutivo, que habla de calma pero en privado admite el miedo. Por muchos factores. Primero por aparentar parálisis, después por parecer que se improvisa. Medidas previstas para los próximos Presupuestos o que iban a ser dadas a conocer tras las vacaciones de verano ya están encima de la mesa. Pero el mercado las devora, se quejan con mucha amargura. Creen que todo va a seguir así hasta las elecciones en Grecia. Algunos añaden que de lo que ocurra en el país heleno la cosa puede volverse más complicada todavía. Es lo que llaman el efecto dominó, y les aterra. Supongo que los tuyos también andarán preocupados...
Sobrepasados por las circunstancias; superados por una crisis tan destructora de la que, me decía otro ministro, ya no se habla del rostro de la misma: los parados. "Y cada vez son más personas las que no tienen dinero. Empieza a pasar factura a la economía doméstica de muchos", reflexionaba. La puntilla de esta crisis puede ser una crispación social a la griega. El Gobierno dice confiar en los españoles, e insiste en pedir confianza.
Rajoy ante el Apocalipsis. Ante los mercados. Ante la desconfianza en la marca España. En tales circunstancias, es habitual escucharle que es necesario tener la cabeza fría. Por eso le gusta tanto el deporte; porque le ayuda a no perder el norte. A no dejarse llevar por la presión del momento, a la que muchos de sus propios subordinados sucumbieron estos días. A Soraya, su gran pilar ahora en Estados Unidos para participar en el secreto club Bildelberg, se le requirió en el Congreso un mensaje de esperanza: "Pudimos en 1996 y podemos ahora".
Un beso
Pablo