"Yo tengo que mirar por los intereses de los míos. ¿Qué ha cambiado? Que soy presidente de una comunidad y me debo a mis ciudadanos, diga Rajoy lo que diga". La frase, de un barón del PP en el poder, pone encima de la mesa el papelón al que se enfrenta el presidente. La noche electoral de mayo de 2011, comicios regionales, la entonces vicesecretaria de Organización, Ana Mato, enseñó en rueda de prensa un mapa nacional bañado de azul. Habían arrasado y, en consecuencia, se alzaban con el mayor poder territorial de su historia.
Hasta entonces, los barones, mayoritariamente sin cartera, se peleaban por que el líder acudiera a sus territorios y conseguir esa foto que les daba notoriedad nacional y hacía que su popularidad ascendiera como la espuma. Se repetían las llamadas a Génova para pedir, suplicar, que Rajoy protagonizara en las tierras a conquistar un acto de partido. Ahora, esas peticiones han cesado de sopetón: se centran en sus territorios, convertidos en feudos, y entienden que tener a Rajoy cerca no les beneficia. Ni tan siquiera hacen por asistir a las reuniones internas del partido de las que son integrantes, y que se celebran en Génova.
La estrategia parecía clara: cuidar lo de cada cual e intentar que los ajustes del Gobierno les afectara lo menos posible. Pero, entonces, llegó la negociación del déficit, previa a la financiación autonómica. Las posturas están tan enconadas que la reunión del Consejo de Política Fiscal y Financiera se sigue retrasando. Ahora hablan de julio. Montoro se reúne de forma discreta con los consejeros de Hacienda, pero los barones, que están que saltan, se muestra inamovibles. Antes, la guerra era con Zapatero, que beneficiaba a los nacionalistas y las comunidades del PSOE. Ahora, es una batalla interna, en la que Cataluña se usa como excusa.
El presidente asegura que no está preocupado. Cree que al final la sangre no llegará al río y que los barones que van de gallitos se achantarán cuando les reúna, algo que ocurrirá en breve. Siempre ha pasado así. En Salamanca, dónde este fin de semana se reúnen los míos, no se hablaba de otra cosa: lo peor de todo, argumentaba un histórico, es que estamos perdiendo "nuestro discurso nacional". Cospedal se dejó de formalismos y puso orden: "No es negociable apoyar al Gobierno".
Los barones también son noticia por la previsible espantada de varios de ellos. Nuestro periódico fue el primero en advertir de estos movimientos -"Rajoy se enfrenta a una histórica fuga", titulamos- y el asunto se coló con fuerza en el cónclave, toda vez la marcha de Juan Vicente Herrera parece hecha. Llamó la atención el lapsus de Cospedal, que al referirse a Alfonso Fernández Mañueco, alcalde de la ciudad: "Presidente autonómico", le llamó.
Mañueco es hombre de total confianza de Rajoy. Le puso al frente del Comité de Derechos y Garantías del PP en un momento harto complejo. Es, además de regidor, secretario general de los populares de Castilla y León. El que un "error" -según la propia Cospedal- corriera como la pólvora da buena muestra de la expectación que ya existe, aunque queden dos años todavía para los comicios. Y eso sin contar el runrún de los navarros, que hacía cábalas sobre la posible marcha de su líder, el casi desconocido Enrique Martín.
En fin, querida Ketty, que en el PP la maquinaria electoral está a pleno rendimiento. Incluso se han elaborado los primeros sondeos internos de cara a los comicios autonómicos, y no creo que gusten mucho a los tuyos: Cospedal, centro de más de una crítica socialista, revalidaría mayoría absoluta.
Besos, Pablo.