Salvar al mundo es un trabajo duro y una tarea doblemente penosa si para preservar la vida en el planeta tienes que luchar contra el capitalismo, principal enemigo de la humanidad como es bien sabido al menos desde Carlos Marx. Ahora bien, lo primero que necesitas para vencer en esta batalla es saber cómo se comporta el enemigo, cuáles son sus puntos fuertes y cuáles sus debilidades, y para eso es imprescindible transformarte en agente del adversario y camuflarte en sus filas para convivir como un capitalista más, que es precisamente lo que hacen los calentólogos de profesión.
Los progres que han decidido tomar parte en esta batalla contarán siempre con la gratitud del resto de mortales, porque si hay algo que a un tipo de izquierdas le repugne especialmente es hacer como que disfruta de las bondades del sistema que busca destruir. Y ahí los tienen, sufriendo día tras día los rigores del capitalismo salvaje, soportando un tren de vida que a la mayoría de seres humanos por fortuna nos está vedado, viajando por todo el mundo, alojándose en asquerosos hoteles para ricos y comiendo manjares de todo tipo que seguramente incluyen sustancias transgénicas a quinientos euros el menú. Toda una tortura diaria que, sin embargo, los salvadores del mundo soportan con admirable estoicismo.
Ahora andan por Copenhague, dando un nuevo ejemplo de sacrificio puesto que la cumbre contra el calentón global podría haberse organizado perfectamente en Brasil o en el Caribe, lugares más templados ya que del calentamiento se trata; pero no, la han convocado en el norte de Europa para que todos veamos en ellos un ejemplo añadido de abnegación. No sólo eso. Conociéndolos son capaces de poner los radiadores de las suites hoteleras al mínimo y decirle a los chóferes de las mil doscientas limusinas que no dejen el motor y la calefacción en marcha mientras se reúnen para acabar con el calentón global, el mismo que todavía no ha aparecido por tierras danesas pero que llegará sin duda para vaporizar la corrupta civilización que lo ha provocado.
Yo también quiero salvar a la humanidad, siempre que los gastos de mi esfuerzo corran a cargo de los demás, porque no está bien que los protagonistas de la hazaña tengan que asumir los costes del salvamento. Y si hay que viajar en jet privado, usar limusina y contaminar como una manada de vacas a dieta de repollo se hace sin rechistar. Como los titanes de Copenhague, voluntarios desinteresados dispuestos a soportar todas las fatigas que conlleva esta batalla definitiva contra el neoliberalismo depredador. ¡Pero si hasta han decidido que ni siquiera van a ir de putas! ¿Son unos héroes o no son unos héroes?