La oleada de cariño desatada en torno a un funcionario suspendido por la autoridad judicial a causa de sus supuestos desmanes jurídicos, es uno de esos detalles que nos permite conocer el punto exacto de cocción de la progresía española, en estos momentos cercano a la ebullición.
De nada sirve explicar que las decisiones del Consejo General del Poder Judicial o de los instructores de las causas abiertas contra Garzón en el Tribunal Supremo no tienen absolutamente nada que ver con su intención de juzgar los crímenes del franquismo. Se trata simplemente de que existen sospechas de que ha violado las normas procesales con contumacia instruyendo causas para las que no era competente, y cerrando otras ante las que se tendría que haber abstenido por sus relaciones con los acusados.
Pues bien, como el progresismo es refractario al pensamiento complejo, el expediente político de apoyo a Garzón se ha resuelto con la proclamación de un mantra asequible para todos los niveles, según el cual Garzón es una nueva víctima del franquismo. No exactamente del franquismo como tal, puesto que ya pasó a la historia, pero sí de sus herederos que básicamente son la Falange, los implicados en el caso Gürtel con el Bigotes de sargento chusquero, los que no llevamos permanentemente un ejemplar de Público bajo el brazo y, finalmente, todos y cada uno de los miembros del Consejo General del Poder Judicial que de forma unánime ha empurado a D. Baltasar, órgano por cierto del que jamás hubiéramos sospechado que estaba tan infiltrado por fascistas y torturadores.
Las movilizaciones, algaradas y concentraciones anunciadas para defender a un funcionario presuntamente prevaricador tienen como elemento aglutinador el mensaje de que estamos ante un combate singular entre Garzón y Franco, en el que éste último finalmente se ha ido "de rositas". La expresión recuerda a aquellas otras puestas en circulación tras los atentados del 11 de marzo de 2004, convocadas a golpe de mensajes de teléfono móvil, instando a la gloriosa infantería del progresismo a evitar que Aznar se fuera de la misma guisa que ahora lo ha hecho Franco.
Con Aznar consiguieron su objetivo. Con Franco lo tienen más difícil porque, ay, decidió morirse minutos antes de que la resistencia antifranquista, que ya lo tenía todo a punto, le expulsara del poder. No obstante, no subestimemos la capacidad justiciera de la izquierda cuando la encabezan personajes de la talla de Almudena Grandes o Pilar Bardem. Total, no sería la primera vez que la izquierda exhuma cadáveres para aplicarles la justicia "del pueblo".