Están muy bien las apelaciones del entorno de Rajoy a remar todos en la misma dirección dentro del partido, salvo por el detalle de que Gallardón y su esclavo moral han roto todos los remos en las espaldas de Esperanza Aguirre y ya no hay forma de impulsar la nave. En el puente de mando, un Rajoy encantado de haberse conocido apoya a los causantes del destrozo mientras se desentiende de la víctima, precisamente uno de los principales motores del PP en esta singladura, pero no seremos nosotros quienes demos clases de navegación al intrépido Mariano, que para eso ya está Arriola.
El partido de Rajoy vive en una especie de realidad paralela que le impide actuar no ya con un cierto nivel moral, cosa bastante improbable en cualquier partido político, sino con la visión electoral necesaria para no darse la tercera bofetada en unas elecciones generales a las que va a concurrir, si Dios no lo remedia, en menos de dos años y medio.
El entusiasmo que el alcalde de Madrid y su cautivo moral despiertan entre los votantes y simpatizantes del partido es, digamos, francamente mejorable. Es seguro que las voces cortesanas que rodean a Rajoy le habrán convencido de que los abucheos al dúo dinamita a su entrada a la sede del partido forman parte de una campaña orquestada por Esperanza Aguirre para boicotear la brillante gestión del gallego, pero sólo hay que pulsar la opinión de los que han venido votando al PP en los tiempos más duros para convencerse del peso real de los dos personajes entre el electorado. Entre el del PP, me refiero, porque entre los electores que jamás van a votar a Mariano lo cierto es que tienen una excelente prensa, comenzando por Pepiño Blanco y terminando por el grupo PRISA que, como es sabido, sólo piensan en el bien del Partido Popular.
Dice también Rajoy que eso de que los alcaldes manifiesten su apoyo a la presidenta del partido en Madrid ante los insultos de un esclavo político aún no manumitido es algo que no se puede tolerar. Hombre, tendrá que tolerar eso y bastante más el lobo de mar, salvo que quiera quedarse a la deriva en una barcaza con Arriola de grumete como única tripulación.
Rajoy manda en el partido, pero no en la decisión soberana de los más de diez millones de contribuyentes que vienen votando al PP. Cualquier político con instinto de supervivencia trataría de compatibilizar lo primero con lo segundo, porque las cosas pueden ponerse tan mal que ni siquiera la necesidad de expulsar a Zapatero de La Moncloa puede acabar resultando un argumento suficiente para votar al partido de Gallardón. No digamos ya al de su esclavo.