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Si alguien que no se hubiera enterado de nada en materia de política internacional en los últimos 20 años, además de Moratinos, tuviera que opinar sobre Ronald Reagan por la información que los telediarios de TVE han servido con motivo de su fallecimiento (el de Reagan, no, por desgracia, el del “ente”), llegaría a unas conclusiones sorprendentes. Afirmaría que el cuadragésimo —Solana diría cuarentavo— presidente norteamericano fue un actor más que mediocre, que hacía películas en las que un chimpancé se le subía a la cabeza —dos veces apareció esta secuencia en una información que dura menos de dos minutos—, y que tras su llegada al poder castigó a los más pobres desmontando las conquistas sociales adquiridas, invirtió todo ese dinero en armamento, impulsó los valores morales más reaccionarios, y en materia de política internacional tuvo la fortuna de coincidir con un estadista de la talla de Gorbachov, con quien firmó un acuerdo que ponía fin a la guerra fría. Luces y sombras, decía la voz en off de Lorenzo Milá. Ya nos explicará dónde están las luces.
 
Pero sucede que en el resto del mundo no tienen la fortuna de disfrutar de nuestra televisión pública y su extraordinaria capacidad de síntesis informativa, por lo que la opinión sobre el que, sin duda, ha sido el mejor presidente de un país democrático en el último siglo es ciertamente distinta. Veamos algunos ejemplos.
 
A Reagan le ha sobrevivido su esposa, Nancy, tres hijos y varios cientos de millones de hombres, mujeres y niños en la antigua Unión Soviética y en el resto del mundo, que fueron liberados del desesperado terror de la tiranía comunista gracias a la firmeza de su coraje y a su fe inquebrantable.
 
Andrew Sullivan afirma que Reagan era y es mi héroe, mi inspiración política, la razón por la que estoy orgulloso de llamarme a mí mismo “conservador”. (…) Pero no es el momento de la nostalgia sino de preguntarnos ¿que exige el legado de Reagan en estos momentos de todos nosotros?. Para Mark Steyn sólo Reagan podía pararse allí y declarar sin ninguna vergüenza: ¡Echen abajo este muro!, y dos años después el muro fue, en efecto, derribado. Ronald Reagan fue franco, valiente y sincero, y dijo eso por todos nosotros. En este mismo sentido se expresa en su bitácora Matt Welch: cuando el viejo tipo dijo “¡Mr. Gorbachev, eche abajo este muro!” me reí de él como lo hacía siempre que pronunciaba la frase “Imperio del Mal”.  No es necesario decir que yo era quien estaba equivocado y él en lo cierto, y todavía estoy avergonzado por ello. Hay cientos de ejemplos más, como el de George Will: Si buscas el monumento a Ronald Reagan, mira a tu alrededor  y considera lo que no ves. El telón de acero que desgarraba un continente ya no está, como el imperio del mal responsable de él. El sentimiento de presentir que nuestras posibilidades se desvanecían, que afligía a los norteamericanos hace 20 años, ha sido desterrado por un nuevo renacer de la creencia en la expansión de nuevos horizontes.
 
Aquí en España, historiadores de postín afirmaban a comienzos de 1989 que Europa debería ir acostumbrándose a convivir con el Muro de Berlín un siglo más. El veredicto de la Historia, por el contrario, es bien claro:

Ronald Reagan (1911-2004). Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (1918-1991). Resultado final: Reagan 93 – URSS 73.

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