Las informaciones que, si bien con cuentagotas, van surgiendo del sumario contra la SGAE nos permiten comprobar que, al margen de las responsabilidades penales que en su día hayan de afrontar, los integrantes de la banda que gestionaba a la entidad trincona son eminentemente horteras.
Los datos de la investigación llevada a cabo por la Guardia Civil permiten a los peritos afirmar que el desvío de fondos para uso privado podría rondar los 30 millones de euros, más o menos lo de Roldán corregido por el coeficiente actualizador del IPC, pero en uno y otro caso los protagonistas del episodio no han podido evitar comportarse como lo que son, unos cursis redomados incapaces de sacudirse el pelo de la dehesa.
La compra de lencería es una de las aficiones que los dirigentes de la trama han cultivado con el dinero de los asociados y, por extensión, de todos los españoles. Pero qué lencería, señoras y señores. Nada de grandes marcas, de esas a las que acudimos los maridos para salvar el expediente del cumpleaños de la esposa o el aniversario de bodas en el último momento dejándonos un pastón, sino bragas de algodón y sostenes sin aros de a menos de 50 euros el conjunto, como las chonis del polígono cuando se van de fiesta a la discoteca del extrarradio y quieren ir cómodas para pasar la noche pegando saltos con el yónatan.
Sólo hay una cosa más cutre que llamar lencería a la ropa interior barata y es alojarse de gañote en un hotel lujoso simplemente porque paga la SGAE. Con la escasa elegancia que esta tropa ha demostrado en las facturas trincadas por la policía, es fácil suponer el espectáculo bochornoso que habrán protagonizado cada vez que han salido al extranjero, porque en la hostelería de alto nivel no deben estar muy acostumbrados a recibir según qué embajadas.
Son como el alto cargo autonómico que la primera vez que viaja a Madrid hace una parada técnica en una venta para volver a su tierra con un pan de carrasca de media tonelada en el maletero del coche oficial. Enternecedor a la par que nutritivo pero, en último término, mucho más presentable que las bragas de ocasión de la tropa de la SGAE. Si hay justicia en España, el tribunal las incluirá en la sentencia como lo que son, un agravante por ensañamiento. Al menos estético.